Mi vida trascurre en dos dimensiones: una en la vieja
inercia de un condicionamiento basado en una mente egóica, que valora la
trayectoria en la vida como un continuo entre dos puntos: ganador-perdedor, en
el que la felicidad y la desdicha son sus consecuencias directas; otra guiada
por una actitud que me responsabiliza de hacerme dueño, a través de la atención
plena, del momento presente…. Son dos opciones que no se pueden dar a la vez,
en la que una excluye a la otra.
Mi mente egóica acampa en la dimensión inconsciente, con
un mar de contenidos mentales que hacen ausentarme del momento real en el que
mi vida ocurre, proyectándome en diferentes escenarios en los que mi imagen estará
o estuvo en juego. En esta dinámica la característica principal es la relevancia en mi mundo social.
En la dimensión consciente no existen prioridades, cada
momento es una experiencia que tiene sentido por sí misma y no deja residuos
mentales, sin embargo puedo decir que para la mente egóica está llena de
irrelevancia. Es un estar en armonía con lo que la vida me brinda, fuera del
juego interesado del ego.
En esta segunda posición lo importante no está en el
objeto de la atención sino que en la cualidad del estado de conciencia. No
importa la trascendencia de lo vivido, la experiencia de plenitud que se genera
en esas situaciones está al margen de ese movimiento selectivo del ego, de
buscar lo importante.
Curiosamente en este despertar gradual que voy experimentando los momentos vividos en
plenitud tienen el componente de ser situaciones insignificantes para el ego, y es en esa atención plena a esa
percepción, donde una nueva realidad emerge cargada de elementos, que le dotan
de unas características únicas e imperceptibles a la condición egóica. La magia
de la presencia destapa la sutil percepción a la infinita expresión del mundo
de la forma, con una lluvia de regalos.
Cuando mi atención se relaciona con el mundo que me rodea
de manera indiscriminada, puedo disfrutar del milagro de la vida desde una
situación de silencio mental, experimentando una intimidad con lo que me circunda y es en esa relación con lo que
sucede, que me encuentro conectado con mi
dimensión consciente.
Qué espléndida forma de movernos en este mundo, llevando
la atención a lo que en cada momento es percibido por los sentidos, sin pasar
por ese filtro mental, mientras le damos la bienvenida con un corazón abierto.
Cuando puedo relacionarme desde la intimidad con las
cosas que me rodean, me descubro con un
profundo sentimiento de pertenencia y totalidad con lo que percibo. Es esa
conexión a través de la conciencia en el momento presente que me ayuda a trascender
el sentimiento de estar separado y aparece la magia que disipa el limitado
sentido de mi percepción egóica.
Lo que me separa de esa comunión con la realidad
presente, es ese tirón que necesita recurrir al pasado o al futuro; atado a logros, lamentos o proyecciones de la
mente, que buscando quimeras huye del cálido
refugio de la presencia en el instante.
La vida en el momento presente es plena en sí misma,
hasta que no me identifico con un nuevo movimiento reactivo egóico.
Estar presente con plena conciencia es en sí mismo un
acto de profunda intimidad con el mundo que nos rodea. Cada experiencia de
nuestra vida tiene el potencial de ser vivida con esta actitud, es en la
aceptación y desarrollo de una complicidad con lo que emerge como nuestra experiencia, que vamos creando las
condiciones para poder ir enraizándonos en la quietud de una mente, que acoge
con un corazón abierto lo que le depara la vida.
Querido Aitor, este escrito está lleno de luz, mi corazón y mi alma dicen GRACIAS
ResponderEliminarla luz de tu publicación me ha traído una pacificadora toma de conciencia que comparto:
ResponderEliminarMe doy cuenta de cómo todo el bienestar programado en el que tantas veces creí ser feliz no es fruto sino de una construcción mental que me hace sentirme especial, diferente y mejor, una felicidad fabricada por oposición a la carencia, un montaje destinado a desmoronarse una y otra vez, cual gigante con pies de barro. Solo en la intimidad y comunión con el momento presente se encuentra el anhelado tesoro.
Me alegro Sofía de tu resonar con el escrito y gracias por tu extenso comentario. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarHola Aitor. El mensaje de tus palabras encuentran eco en mi interior, y siento que es totalmente cierto lo que dices, así tal y como lo expresas. La mente egóica disfruta haciéndonos ir de un sitio a otro, anhelando siempre algo diferente de lo que hacemos o de donde estamos.Sólo en el presente se puede vivir con plenitud, se puede SER. Pero que fácil perderse en las disquisiciones de la mente. Muchas gracias Aitor por un escrito tan inspirador.
ResponderEliminarGracias José Ramón por tu comentario en sintonía con el escrito. Me gusta tu puntualización relativa con, lo fácil que es perderse en la mente, espero que algún día dejemos de hacerlo.
ResponderEliminarAitor, pues mira, no sé si relevante pero si revelador que reciba este mail y decida abrirlo esta mañana y me doy centa que casualidad!!!!hoy has estado en mis sueños....Qué punto!!! estabas en un chalet tipo casa americana con su cenador, y más hombres...y pasaba a visitarte y saludarte un momentico y me iba...
ResponderEliminarComplicidad ...sincronías...la vida...Un gusto tenerte presente en mi camino...de diversas maneras...Gracias por tus regalos,un abrazo
Gracias Toñi, menos mal que no ha sido una pesadilla.
EliminarUn fuerte abrazo