En el enfoque Hakomi, la
niña interior o el estado de conciencia de la niña que fuimos, va a tener un
importante protagonismo durante el proceso terapéutico. Este escrito pretende
aclarar, cómo se forma, qué dinámicas crea y que necesita para su posterior
transformación.
Los seres humanos venimos al
mundo totalmente indefensos y dependientes. Somos la especie más vulnerable y
poco desarrollada al salir del útero de nuestra madre, algunos autores lo han
llamado “ El feto externo”, ya que al nacer su nivel de desarrollo comparado
con el resto del mundo animal es muy deficiente. Llegar a desarrollar un estado
de autonomía nos va a llevar un extenso
periodo de tiempo.
En ese estadio de la vida
las experiencias tienen un profundo impacto, pues nos encontramos en una
situación de gran dependencia y vulnerabilidad. Desde ese primer contacto
físico, emocional, que establecemos con nuestra madre o en su ausencia, con personas que se hagan cargo de nosotros,
vamos a ir desarrollando nuestros apegos afectivos. Estos vínculos marcarán no
sólo nuestra personalidad, la manera de
vivirnos con nosotros mismos, sino la forma de relacionarnos con los demás,
(relaciones íntimas, autoridad, nuestros iguales...)
El bebé nace con un cerebro
que no está formado, su área frontal, el neocortex, la parte
cognitiva, se va a ir formando durante los primeros años de vida, mientras
tanto estará desprovisto de la tarea de autoregulación emocional, siendo la
figura de apego (córtex auxiliar) la que le va
ayudar a regularse emocionalmente. Aprendemos esta tarea mediante la
relación con nuestra madre. Es ella quien a través de su afecto, voz, mirada,
contacto, límites, acompañamiento, además de nutrirnos nos ayuda a reconocer
nuestros estados emocionales y a autoregularlos. Si ella, o alguien que la sustituya no lo
hace por nosotros en esas primeras etapas de la vida nos encontraremos con
dificultades para hacerlo en nuestra edad adulta.
El
nuevo ser que viene a este mundo necesita además de alimento para sobrevivir,
de cuidados que le den un sentido de seguridad, de pertenencia, de satisfacción
de sus necesidades físicas y emocionales, de apoyo a la individualidad que
quiere desarrollarse, siendo respetado y amado por lo que es,
independientemente de si cumple las expectativas de su más directo entorno.
Es imprescindible un entorno
amable en donde seamos tratados con un profundo respeto y amor, en donde
nuestras necesidades sean reconocidas,
aceptadas y satisfechas para que
podamos llegar a ser adultos sanos física y psíquicamente. Capaces de
relacionarnos de manera satisfactoria con nosotros mismos, los demás y el entorno que nos rodea.
Sin embargo, en la mayor parte de los casos nos encontramos con un modelo familiar que nos
exige una adecuación a unos modos preestablecidos, que poco tienen que ver con
el desarrollo de nuestros potenciales. La experiencia de estos modelos nos va a
proporcionar unas creencias y en base a éstas vamos a desarrollar unos
comportamientos que nos van a ir programando para vivirnos de manera limitada,
carente, frustrante…
El problema es que nuestras
experiencias de vida y sus posibles respuestas se quedan condicionadas por esas
primeras vivencias del niño que fuimos. Nuestra interpretación y comportamiento
con lo que experimentamos como realidad, sigue filtrado por esa mente infantil
inconsciente y aunque, curiosamente hoy ya no somos más aquella criatura
indefensa, dependiente, vulnerable… Somos seres adultos con muchos más
recursos, no experimentamos la realidad presente, sino que vivimos un estado de
trance, que nos hace percibir lo que sucede, desde la distorsionada visión del
niño que fuimos.
Pero para que nos
actualicemos y podamos vivir el presente al margen del condicionamiento del
pasado, necesitamos hacer un trabajo en profundidad. Será clave que podamos
conectar con la mente inconsciente. Ésta no fue más que un recurso del que
dispuso la niña para olvidar situaciones dolorosas ante las cuales se sentía
totalmente impotente.
Durante las sesiones
terapéuticas, es frecuente el contacto con experiencias de la infancia que
tienen una fuerte carga emocional, que fue reprimida en su momento y necesita
ser liberada a través de su vivencia y si fuera necesaria, su expresión. El
emerger de estas vivencias tiene la característica de que el cliente se
encuentra reviviendo el acontecimiento inacabado con la misma intensidad con la
que vivió cuando era niño, recuerda vívidamente imágenes, emociones,
sensaciones y pensamientos que el niño tuvo en la situación inicial. Al
recordar estas experiencias estamos evocando el estado de conciencia de nuestra niñez, diferente del estado de
conciencia del adulto en el que vivimos actualmente. En ese estado de
conciencia del niño tenemos acceso a la criatura que fuimos, a su mundo
interior el cual se encontraba en un
proceso de formación.
Pero al mismo tiempo que
esto sucede, también va a estar presente la persona adulta que sabe que se
encuentra en nuestra consulta. Parte importante del proceso terapéutico será
desarrollar por medio de la “Atención Plena” (Mindfulness) energía para que esa
parte adulta se vaya abriendo a vivir el cuerpo emocional acumulado de esa
parte infantil y que cuando las experiencias sean muy dolorosas pueda vivirlas
con cierta distancia sin una identificación total.
Por otro lado la parte
adulta, al ser testigo de la vivencia de esas dolorosas situaciones olvidadas,
puede empezar a comprender su historia, las razones por qué llegamos
a vivirnos como lo hacemos hoy en día. Nuestra labor como terapeutas
además de facilitar que esas experiencias salgan a la luz y sean completadas,
será ayudar a que nuestros clientes puedan liberarse de antiguas creencias que
le limitan su capacidad de vivir y le causan un sufrimiento innecesario. Nos encontramos ante una magnífica
oportunidad de integración, por un lado concluimos experiencias que estaban
inacabadas y por otro la posibilidad de ir actualizando nuestra visión del
mundo y de nosotros mismos.
El estado de la niña que
fuimos no es algo que se completó una vez finalizada nuestra infancia, sino que
sigue vivo en nuestro interior, con su gran potencial, sus carencias,
heridas... Una vez reconocido podemos
empezar a crear una relación entre la parte adulta y la parte infantil. Podemos
convertirnos en esa figura que no existió que le va a ir proporcionado a la
niña eso que necesitó que los adultos de su entorno no pudieron satisfacer.
Desarrollar con esa niña un vínculo enmarcado en el amor, respeto, donde pueda,
por fin, sentirse aceptada tal cual es, donde sea reconocida, reciba el afecto
necesario, sea valorada... Estas nuevas experiencias van a tener un impacto
positivo en cómo se siente la niña y
simultáneamente de manera paralela
va a propiciar que la parte
adulta se encuentre más preparada para aceptar la vida y ser ella misma.
Es la aceptación y el amor
hacia esa parte infantil lo que nos va a ayudar a sanar de las heridas del
pasado, algo que a veces resulta difícil pues la manera de tratarnos a nosotros
mismos está relacionado con, cómo fuimos tratados. Ya que de la misma manera que
en nuestro interior existe esa parte infantil, que tiene que ver con el estado
de conciencia de aquella niño que fuimos, habremos interiorizado también a
nuestras figuras parentales: padre, madre. Así como hablábamos del estado de
conciencia de la niñez, dentro de nuestra estructura psíquica también estará
alojada el estado de conciencia que corresponde a las figuras parentales, con
sus propios pensamientos, sentimientos y pautas de conducta.
Dependiendo de lo tóxica o
carente que pudo ser esta relación de
apego, nos podemos encontrar rechazándonos o ignorándonos con la misma
intensidad. La niña pudo interiorizar que el que fuera tratada de manera
negativa era debido a que había algo malo en ella. Creencias como, era mala, no
era valiosa, no era digna de ser querida... se fueron instalando en el interior
de su psiquismo.
No es cuestión de culpar a
nadie, nuestra madre, nuestro padre, hicieron lo que pudieron. Ellos también
fueron víctimas de su propio
condicionamiento. Tenemos que romper esas cadenas que nos han sido trasmitidas
de generación en generación para poder así experimentar la realidad sin la
contaminación del pasado.
En nuestro interior sigue el niño genuino, parte de
nuestro proceso terapéutico consiste en la búsqueda para recuperar la autenticidad
perdida en la infancia.
Todas nuestras estrategias de supervivencia fueron
destinadas a evitar a la niña herida, pero para liberar del yugo del
condicionamiento a esa niña espontánea, genuina, que tiene un inmenso caudal de
energía reprimida, tenemos que tomar conciencia de nuestros hábitos para evitar
el dolor, reconocer que necesitamos aceptar esas partes de nosotros que duelen,
esas heridas del pasado que están vivas en nuestro interior, las cuales
condicionan nuestra vida limitándola.
Tenemos que dar la bienvenida y abrazar a ese niño
herido, ya que por medio de nuestro amor
hacia él, su sombra de energías reprimidas se irá disipando, para que vaya
emergiendo la vitalidad, alegría, entusiasmo, creatividad, curiosidad,
espontaneidad... características todas ellas de nuestro auténtico potencial
humano y así finalmente, su vida sea una genuina expresión de su Ser.
“El secreto del genio es
llevar el espíritu de la niñez a la vejez”. Aldous Huxley
Este artículo ha sido
escrito con la colaboración de Montse Martínez Oroz.