Mirada renovada

miércoles, 9 de enero de 2013

Niño/a interior




En el enfoque Hakomi, la niña interior o el estado de conciencia de la niña que fuimos, va a tener un importante protagonismo durante el proceso terapéutico. Este escrito pretende aclarar, cómo se forma, qué dinámicas crea y que necesita para su posterior transformación.

Los seres humanos venimos al mundo totalmente indefensos y dependientes. Somos la especie más vulnerable y poco desarrollada al salir del útero de nuestra madre, algunos autores lo han llamado “ El feto externo”, ya que al nacer su nivel de desarrollo comparado con el resto del mundo animal es muy deficiente. Llegar a desarrollar un estado de autonomía nos va a llevar  un extenso periodo de tiempo.

En ese estadio de la vida las experiencias tienen un profundo impacto, pues nos encontramos en una situación de gran dependencia y vulnerabilidad. Desde ese primer contacto físico, emocional, que establecemos con nuestra madre o en su ausencia,  con personas que se hagan cargo de nosotros, vamos a ir desarrollando nuestros apegos afectivos. Estos vínculos marcarán no sólo nuestra personalidad,  la manera de vivirnos con nosotros mismos, sino la forma de relacionarnos con los demás, (relaciones íntimas,   autoridad,   nuestros iguales...)

El bebé nace con un cerebro que no está  formado,  su área frontal, el neocortex, la parte cognitiva, se va a ir formando durante los primeros años de vida, mientras tanto estará desprovisto de la tarea de autoregulación emocional, siendo la figura de apego (córtex auxiliar) la que le va  ayudar a regularse emocionalmente. Aprendemos esta tarea mediante la relación con nuestra madre. Es ella quien a través de su afecto, voz, mirada, contacto, límites, acompañamiento, además de nutrirnos nos ayuda a reconocer nuestros estados emocionales y a autoregularlos.  Si ella, o alguien que la sustituya no lo hace por nosotros en esas primeras etapas de la vida nos encontraremos con dificultades para hacerlo en nuestra edad adulta.

El nuevo ser que viene a este mundo necesita además de alimento para sobrevivir, de cuidados que le den un sentido de seguridad, de pertenencia, de satisfacción de sus necesidades físicas y emocionales, de apoyo a la individualidad que quiere desarrollarse, siendo respetado y amado por lo que es, independientemente de si cumple las expectativas de su más directo entorno.

Es imprescindible un entorno amable en donde seamos tratados con un profundo respeto y amor, en donde nuestras necesidades sean reconocidas,  aceptadas y satisfechas  para que podamos llegar a ser adultos sanos física y psíquicamente. Capaces de relacionarnos de manera satisfactoria con nosotros mismos,  los demás y el entorno que nos rodea.

Sin embargo, en  la mayor parte de los casos nos  encontramos con un modelo familiar que nos exige una adecuación a unos modos preestablecidos, que poco tienen que ver con el desarrollo de nuestros potenciales. La experiencia de estos modelos nos va a proporcionar unas creencias y en base a éstas vamos a desarrollar unos comportamientos que nos van a ir programando para vivirnos de manera limitada, carente, frustrante… 

El problema es que nuestras experiencias de vida y sus posibles respuestas se quedan condicionadas por esas primeras vivencias del niño que fuimos. Nuestra interpretación y comportamiento con lo que experimentamos como realidad, sigue filtrado por esa mente infantil inconsciente y aunque, curiosamente hoy ya no somos más aquella criatura indefensa, dependiente, vulnerable… Somos seres adultos con muchos más recursos, no experimentamos la realidad presente, sino que vivimos un estado de trance, que nos hace percibir lo que sucede, desde la distorsionada visión del niño que fuimos.

Pero para que nos actualicemos y podamos vivir el presente al margen del condicionamiento del pasado, necesitamos hacer un trabajo en profundidad. Será clave que podamos conectar con la mente inconsciente. Ésta no fue más que un recurso del que dispuso la niña para olvidar situaciones dolorosas ante las cuales se sentía totalmente impotente.

Durante las sesiones terapéuticas, es frecuente el contacto con experiencias de la infancia que tienen una fuerte carga emocional, que fue reprimida en su momento y necesita ser liberada a través de su vivencia y si fuera necesaria, su expresión. El emerger de estas vivencias tiene la característica de que el cliente se encuentra reviviendo el acontecimiento inacabado con la misma intensidad con la que vivió cuando era niño, recuerda vívidamente imágenes, emociones, sensaciones y pensamientos que el niño tuvo en la situación inicial. Al recordar estas experiencias estamos evocando el estado de conciencia de nuestra niñez, diferente del estado de conciencia del adulto en el que vivimos actualmente. En ese estado de conciencia del niño tenemos acceso a la criatura que fuimos, a su mundo interior el cual  se encontraba en un proceso de formación. 

Pero al mismo tiempo que esto sucede, también va a estar presente la persona adulta que sabe que se encuentra en nuestra consulta. Parte importante del proceso terapéutico será desarrollar por medio de la “Atención Plena” (Mindfulness) energía para que esa parte adulta se vaya abriendo a vivir el cuerpo emocional acumulado de esa parte infantil y que cuando las experiencias sean muy dolorosas pueda vivirlas con cierta distancia sin una identificación total. 

Por otro lado la parte adulta, al ser testigo de la vivencia de esas dolorosas situaciones olvidadas, puede empezar a comprender su historia, las razones por  qué llegamos  a vivirnos como lo hacemos hoy en día. Nuestra labor como terapeutas además de facilitar que esas experiencias salgan a la luz y sean completadas, será ayudar a que nuestros clientes puedan liberarse de antiguas creencias que le limitan su capacidad de vivir y le causan un sufrimiento innecesario.  Nos encontramos ante una magnífica oportunidad de integración, por un lado concluimos experiencias que estaban inacabadas y por otro la posibilidad de ir actualizando nuestra visión del mundo y de nosotros mismos.

El estado de la niña que fuimos no es algo que se completó una vez finalizada nuestra infancia, sino que sigue vivo en nuestro interior, con su gran potencial, sus carencias, heridas...  Una vez reconocido podemos empezar a crear una relación entre la parte adulta y la parte infantil. Podemos convertirnos en esa figura que no existió que le va a ir proporcionado a la niña eso que necesitó que los adultos de su entorno no pudieron satisfacer. Desarrollar con esa niña un vínculo enmarcado en el amor, respeto, donde pueda, por fin, sentirse aceptada tal cual es, donde sea reconocida, reciba el afecto necesario, sea valorada... Estas nuevas experiencias van a tener un impacto positivo en cómo se siente la niña y  simultáneamente de manera paralela  va a propiciar que la parte  adulta se encuentre más preparada para aceptar la vida y ser ella misma. 

Es la aceptación y el amor hacia esa parte infantil lo que nos va a ayudar a sanar de las heridas del pasado, algo que a veces resulta difícil pues la manera de tratarnos a nosotros mismos está relacionado con, cómo fuimos tratados. Ya que de la misma manera que en nuestro interior existe esa parte infantil, que tiene que ver con el estado de conciencia de aquella niño que fuimos, habremos interiorizado también a nuestras figuras parentales: padre, madre. Así como hablábamos del estado de conciencia de la niñez, dentro de nuestra estructura psíquica también estará alojada el estado de conciencia que corresponde a las figuras parentales, con sus propios pensamientos, sentimientos y pautas de conducta.

Dependiendo de lo tóxica o carente que pudo ser esta relación  de apego, nos podemos encontrar rechazándonos o ignorándonos con la misma intensidad. La niña pudo interiorizar que el que fuera tratada de manera negativa era debido a que había algo malo en ella. Creencias como, era mala, no era valiosa, no era digna de ser querida... se fueron instalando en el interior de su psiquismo. 

No es cuestión de culpar a nadie, nuestra madre, nuestro padre, hicieron lo que pudieron. Ellos también fueron víctimas de su propio condicionamiento. Tenemos que romper esas cadenas que nos han sido trasmitidas de generación en generación para poder así experimentar la realidad sin la contaminación del pasado.

En nuestro interior sigue el niño genuino, parte de nuestro proceso terapéutico consiste en la búsqueda para recuperar la autenticidad perdida en la infancia. 

Todas nuestras estrategias de supervivencia fueron destinadas a evitar a la niña herida, pero para liberar del yugo del condicionamiento a esa niña espontánea, genuina, que tiene un inmenso caudal de energía reprimida, tenemos que tomar conciencia de nuestros hábitos para evitar el dolor, reconocer que necesitamos aceptar esas partes de nosotros que duelen, esas heridas del pasado que están vivas en nuestro interior, las cuales condicionan nuestra vida limitándola.  

Tenemos que dar la bienvenida y abrazar a ese niño herido,  ya que por medio de nuestro amor hacia él, su sombra de energías reprimidas se irá disipando, para que vaya emergiendo la vitalidad, alegría, entusiasmo, creatividad, curiosidad, espontaneidad... características todas ellas de nuestro auténtico potencial humano y así finalmente, su vida sea una genuina expresión de su Ser.

“El secreto del genio es llevar el espíritu de la niñez a la vejez”. Aldous Huxley


Este artículo ha sido escrito con la colaboración de Montse Martínez Oroz.