Recientemente he asistido a
dos ceremonias en el crematorio de Pamplona, que me han llevado a reflexionar
con respecto al ritual o rituales del final de la vida.
Todas las culturas celebran
ritos a este momento de la existencia. Estas ceremonias no suponen sólo un
homenaje al difunto, sino que también son un testimonio de apoyo de la
comunidad que asiste al acto, a quienes han perdido a un ser querido muy significativo.
En concreto, estas dos
experiencias tenían una similitud que las caracterizaba, ya que quienes habían
dejado de existir, habían anticipado su voluntad de que no querían el tradicional
acto religioso.
Es verdad que hasta no hace
mucho, salvo raras excepciones, la forma
de despedir a alguien que había fallecido era a través de un funeral.
He sido testigo de
situaciones en las que quien dejaba el cuerpo había decidido que no quería acto
religioso en su memoria, dejando a sus seres queridos desconcertados y desprovistos
de ese espacio donde la comunidad les apoya, en esa difícil tarea de decir
adiós.
Pero el hecho de que alguien
no quiera una ceremonia religiosa en su despedida, no quita para que se pueda
llevar a cabo un rito de homenaje en su nombre. Para ello necesitamos cierta
anticipación para organizar una ceremonia civil, que a diferencia del funeral no
está definido y que su formulación sea la expresión creativa de quienes han
sido afectados por la pérdida.
Las dos ceremonias que he
mencionado anteriormente fueron una muestra espléndida de creatividad y de
participación. Instrumentos y coros que emitían sentidas piezas musicales, escritos
y poemas que ponían voz al dolor por la pérdida y también al legado de quien
había partido, todo ello desde la genuina expresión del corazón de quienes se
atrevieron a compartir. Al final del acto fueron muchas las personas que
decían: “yo quiero también algo así en mi
despedida”
A diferencia del entierro
civil que está sujeto a las inclemencias del tiempo, en Pamplona disponemos de
un espacio favorable para realizar eventos de este tipo, este lugar es el Crematorio.
Un lugar cubierto, climatizado, con megafonía, que facilita que un número
considerable de personas podamos compartir el último adiós.
Este espacio tiene el
inconveniente de que está en funcionamiento exclusivamente por las mañanas, ya
que está diseñado, por la mañana la incineración y por la tarde el funeral.
Sucede que durante los días de labor para
algunas personas es difícil ausentarse del trabajo. Sin embargo tiene la
ventaja que durante los fines de semana se puede realizar una ceremonia.
Hay quienes prefieren poner
en el acto de esparcir las cenizas el peso de la despedida, o simplemente en un
acto en Memoria del fallecido. Tiene la ventaja con respecto a las anteriores,
que se puede buscar una fecha en la que los seres más allegados no estén
sujetos al cansancio o al alto estrés emocional que la inmediatez a la muerte puede
generar, pudiendo de esta manera planificar con tiempo el tipo de ceremonia que
se considera más adecuada.
Nos encontramos en un momento
en el que lo antiguo no nos sirve, necesitamos crear algo que de alguna manera ya se está llevando a cabo y que requiere de nuestra implicación. Para ello es
importante que tomemos conciencia de que el contenido de cada ceremonia está en
nuestras manos, que las personas afectadas por la pérdida tenemos la
oportunidad de contribuir poniendo un broche
de despedida, en ese momento en el que la comunidad nos reunimos para decir el
último adiós a nuestro ser querido.