Mirada renovada

domingo, 10 de enero de 2016

Inmediatez(Muerte)



Hace unos días compartía con una mujer de mediana edad su proceso de enfermedad galopante, que amenazaba seriamente su existencia y a quien  la medicina oficial le había dado un pronóstico de seis meses de vida.
Se rebelaba ante lo que consideraba una gran injusticia. ¿Por qué a mí? ¿Por qué en este momento? Preguntas sin respuesta, pero en el fondo no eran más que la expresión de un enfado legítimo, de un quejido de dolor ante la gran adversidad que le acontecía.
Veía a su madre longeva sin ganas de vivir ya que se encontraba inmersa en el duelo por la reciente muerte de su marido y sin embargo a ella que hace un año empezaba la vida a sonreírle, pues había conocido a una persona con quien había comenzado una relación prometedora, le parecía su situación una broma del destino de muy mal gusto.
Sus propias palabras manifestaban que lo que más le molestaba era la inmediatez de lo que podía ser el desplegar de un proceso hacia una pronta muerte.
Pero curiosamente esa misma inmediatez  le empujaba a tener que encarar situaciones pendientes, como la mala relación que tenía con su madre y en última instancia resultaba ser un acicate para saborear con mucha conciencia, lo limitado y escaso que se había convertido su porvenir.
Su situación me servía de espejo y me ayudaba a tomar conciencia de con qué actitud encaro la vida. Hay en mí una sensación, que creo que es compartida por la mayor parte de mis semejantes, de que sin ninguna certeza, lo que me queda por vivir no es escaso. Siendo esta percepción de tener un tiempo considerable de vida, la rémora que devalúa la intensidad de cómo vivo mi existencia.
Es desde esta perspectiva donde puedo reconocer el papel que juega la adversidad en nuestras vidas.
Cuantas veces he visto en mi práctica como psicoterapeuta que “aquellos malditos giros del destino” se convertían en oportunidades para un mejor aprendizaje vital. Pero también tengo que reconocer que he sido testigo de personas que en vez de crecer sucumbían ante la aparición de importantes dificultades en su vida. Sirva como ejemplo la ingente cantidad de personas atrapadas en comportamientos adictivos- destructivos de nuestra civilización occidental.
Parece que necesitamos sacudidas adversas para despertar de la indolencia en la que nos encontramos.
En el modelo de sociedad en el que vivimos aprendemos que el dolor psicológico debemos evitarlo, negarlo, huir de él… Sin comprensión no admitimos el dolor, lo vivimos como algo antinatural y lo convertimos en un enemigo del que hay que escapar. Un comportamiento que perpetúa su existencia.
Me viene a la mente una frase de Antonio Blay de su libro “SER” en la que afirmaba:
“Todo aquello que no aprendemos por discernimiento lo tenemos que aprender por sufrimiento.”
Tenemos que asimilar que el dolor es parte natural de la existencia y que para su transformación necesita de nuestra atención afectuosa desprovista de pensamientos, que estos lo único que hacen es energetizar la vivencia del dolor.
Sucede durante ese ejercicio contemplativo, que su desnuda observación nos conduce  a la evidencia de que la intensidad del dolor va remitiendo y que en última instancia esto provoca su transformación. Resultando ser un sano ejercicio de aprendizaje vital que nos puede guiar al contacto con nuestra Mente Profunda.
Para mí que me encuentro implicado en un viaje espiritual, se trata de que decida vivir de manera consciente cada acto de mi vida,  no porque las circunstancias lo provoquen, sino simplemente por una exigencia de autenticidad, de situarme más y más en el centro de atención, que me posibilite dejar las proyecciones mentales y vivir la vida tal como es. Creando las condiciones para  facilitar la experiencia y enraizamiento en nuestra Identidad Profunda Consciente.