Mirada renovada

viernes, 21 de junio de 2013

Muerte(proceso) y Seres Queridos



Hay personas a quienes la vida les confronta con una situación límite, tener que aceptar  la difícilmente aceptable realidad de que un ser querido, con quien tienen un fuerte vínculo, se encuentra en un proceso de muerte.

Cuando nos toca vivir una experiencia de este tipo, el curso en el que se encuentra sumida la persona que amamos, cobra una especial relevancia y perdemos el interés por el resto de la vida.

Me viene a la mente Antonio Machado que cuando su esposa estaba padeciendo un avanzado proceso de tuberculosis (que le condujo a la muerte) supo poner palabras a su dolorosa experiencia, creando un precioso poema inspirado en la naturaleza,  en el que encontraba en un olmo aparentemente muerto la esperanza de “el milagro de la primavera”, algo que simbolizaba lo que le hubiera gustado que le ocurriera a su amada.

A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
 
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Son momentos muy difíciles, esos en los que la evidencia nos indica claramente que la persona a quien amamos está con un considerable y progresivo nivel de deterioro y se encuentra abocada a la pérdida de la vida.

En esta posición no todo el mundo es capaz de afrontar esta dura realidad, el mecanismo de negación suele ser muy socorrido. Por un lado nos amortigua del dolor que nos causa la terrible  situación que nos está tocando vivir, pero por otro lado tiene un alto precio, pues nos enajena de vivir de manera consciente lo poco que nos queda con nuestro ser amado.

Recuerdo situaciones  en los que el mayor problema con que se enfrentaba la persona muriente era la no aceptación por parte de su ser querido de que su vida se encaminaba a un cercano fin. “Tienes que luchar”, “no  puedes tirar la toalla”… como si el hecho de vivir o morir en esa delicada situación fuera una decisión que dependiera de la voluntad.

Me vienen a la memoria recuerdos de personas que empujaban a sus seres queridos, en sentido contrario al que se desplegaba su proceso vital. 

Rememoro a una mujer enferma de SIDA, con un nivel considerable de deterioro, que me comentaba: 

No soporto las horas de las comidas, es como una tortura, pues mi madre se empeña en que coma y coma,  para ella el que no lo haga es sinónimo de que me voy a morir y quiere creer que si comiera abundante estaría fuera del peligro.”

Son frecuentes este tipo de situaciones en las que quien se encuentra viviendo un proceso que le lleva a la muerte, percibe a algún ser querido que supuestamente pretende ayudarle, como un obstáculo en su camino.

Por mucho que queramos a una persona, nuestra ayuda estará tremendamente limitada por nuestro miedo a la muerte. ¿Cómo vamos a poder acompañar a alguien en su camino hacia ese desenlace final al que su vida se encuentra abocada, cuando tememos esa misma experiencia?

Me vienen a la mente situaciones en las que alguien que había aceptado que el discurrir de su vida se dirigía a un cercano fin, me decía: “Yo ya me he rendido a la idea que me voy a morir, quien en realidad necesita ayuda es mi pareja, pues se resiste a reconocer mi evidente situación”. 

Otra de las razones por las que podemos ser un lastre en ese difícil proceso en el que se encuentra nuestro ser querido, tiene que ver con el  apego o dependencia que sintamos de su persona. Es muy duro sentir que estamos dejando este mundo teniendo que cargar con el enorme dolor de alguien que lo experimenta como insoportable.

Sin embargo para quienes puedan estar en sintonía de que lo que les queda por compartir con su ser amado es muy escaso, lo limitado del tiempo puede ser un acicate para vivir cada instante como algo inmensamente valioso.

Recuerdo a quien me decía: “Antes en mi vida, me enfadaba con mi pareja y no le hablaba en varios días, hoy es el día que tengo un desencuentro, siento el mismo impulso de retirarme y me siento gilipollas.”

No hay tiempo que perder cuando lo que nos queda por compartir, con quien tenemos un fuerte vínculo emocional, está sometido   a un corto período de tiempo. A pesar de las limitaciones físicas que suelen ser típicas en ese estadio de la vida, el momento presente adquiere una gran relevancia y aunque la existencia se despliega de manera lenta y sencilla, las pequeñas cosas de la vida tienen otro sabor pues están impregnadas de una mayor conciencia en el aquí y ahora.

Son espacios para una intensa comunicación en los que el lenguaje del corazón no precisa de ese torrente verbal al que estamos acostumbrados. Algunos gestos, miradas, caricias, unas pocas palabras cargadas de afecto… son los ingredientes de esa magia que se está desplegando en esa silenciosa presencia del Amor.

Hay parejas que expresan que nunca han sentido tanto amor como el que se está dando en unas condiciones tan limitadas. Curiosamente  una situación tan límite como es el final de la vida de un ser querido tiene el potencial de transformar de manera radical la intensidad con la que podemos vivir lo que nos queda por compartir.

Cuando nos encontramos en un proceso que nos conduce a la muerte  propia o la de un ser querido, ésta ya no es el enemigo,  lo serán nuestros miedos, dependencias, negación… en última instancia, nuestra resistencia a la aceptación será una fuente de sufrimiento innecesario y un gran obstáculo para poder vivir el escaso tiempo que nos queda de una manera plena.

Es prácticamente seguro que nos tengamos que enfrentar en nuestra vida a tener que separarnos de al menos un ser querido. La muerte propia, la de quien amamos, a excepción del suicidio, son experiencias universales que se escapan totalmente a nuestro control. Pero a pesar de esto existe una gran diferencia en la manera de cómo nos enfrentamos a ese proceso, con qué actitud vamos a vivir esa situación; hay quienes reaccionan desde posiciones victimistas  sufriendo y creando mucho sufrimiento, mientras que otras son capaces de descubrir la gran oportunidad que subyace tras esa aparente “horrible experiencia” que es el hecho de morir.

Recuerdo la mirada encendida de quien me comentaba: “yo ya vivo como que lo que le queda a mi pareja es un regalo, no sé si mañana estará vivo.  Cuando me despierto, lo primero que hago es mirar si respira, si es así,  siento una inmensa alegría y gratitud por tener la dicha de que hoy también podemos compartir nuestro amor.”

 Qué espléndida forma de despedirnos de nuestro ser amado creciendo  en el amor.