Hay personas a quienes la
vida les confronta con una situación límite, tener que aceptar la difícilmente aceptable realidad de que un
ser querido, con quien tienen un fuerte vínculo, se encuentra en un proceso de
muerte.
Cuando nos toca vivir una
experiencia de este tipo, el curso en el que se encuentra sumida la persona que
amamos, cobra una especial relevancia y perdemos el interés por el resto de la
vida.
Me viene a la mente Antonio
Machado que cuando su esposa estaba padeciendo un avanzado proceso de
tuberculosis (que le condujo a la muerte) supo poner palabras a su dolorosa
experiencia, creando un precioso poema inspirado en la naturaleza, en el que encontraba en un olmo aparentemente
muerto la esperanza de “el milagro de la primavera”, algo que simbolizaba lo
que le hubiera gustado que le ocurriera a su amada.
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Son momentos muy difíciles,
esos en los que la evidencia nos indica claramente que la persona a quien
amamos está con un considerable y progresivo nivel de deterioro y se encuentra
abocada a la pérdida de la vida.
En esta posición no todo el
mundo es capaz de afrontar esta dura realidad, el mecanismo de negación suele
ser muy socorrido. Por un lado nos amortigua del dolor que nos causa la
terrible situación que nos está tocando
vivir, pero por otro lado tiene un alto precio, pues nos enajena de vivir de
manera consciente lo poco que nos queda con nuestro ser amado.
Recuerdo situaciones en los que el mayor problema con que se
enfrentaba la persona muriente era la no aceptación por parte de su ser querido
de que su vida se encaminaba a un cercano fin. “Tienes que luchar”, “no puedes tirar la toalla”… como si el hecho de
vivir o morir en esa delicada situación fuera una decisión que dependiera de la
voluntad.
Me vienen a la memoria
recuerdos de personas que empujaban a sus seres queridos, en sentido contrario
al que se desplegaba su proceso vital.
Rememoro a una mujer enferma
de SIDA, con un nivel considerable de deterioro, que me comentaba:
“No soporto las horas de las comidas, es como una tortura, pues mi madre
se empeña en que coma y coma, para ella
el que no lo haga es sinónimo de que me voy a morir y quiere creer que si
comiera abundante estaría fuera del peligro.”
Son frecuentes este tipo de
situaciones en las que quien se encuentra viviendo un proceso que le lleva a la
muerte, percibe a algún ser querido que supuestamente pretende ayudarle, como
un obstáculo en su camino.
Por mucho que queramos a una
persona, nuestra ayuda estará tremendamente limitada por nuestro miedo a la
muerte. ¿Cómo vamos a poder acompañar a alguien en su camino hacia ese
desenlace final al que su vida se encuentra abocada, cuando tememos esa misma
experiencia?
Me vienen a la mente
situaciones en las que alguien que había aceptado que el discurrir de su vida
se dirigía a un cercano fin, me decía: “Yo ya me he rendido a la idea que me
voy a morir, quien en realidad necesita ayuda es mi pareja, pues se resiste a
reconocer mi evidente situación”.
Otra de las razones por las
que podemos ser un lastre en ese difícil proceso en el que se encuentra nuestro
ser querido, tiene que ver con el apego
o dependencia que sintamos de su persona. Es muy duro sentir que estamos
dejando este mundo teniendo que cargar con el enorme dolor de alguien que lo
experimenta como insoportable.
Sin embargo para quienes
puedan estar en sintonía de que lo que les queda por compartir con su ser amado
es muy escaso, lo limitado del tiempo puede ser un acicate para vivir cada
instante como algo inmensamente valioso.
Recuerdo a quien me decía:
“Antes en mi vida, me enfadaba con mi pareja y no le hablaba en varios días,
hoy es el día que tengo un desencuentro, siento el mismo impulso de retirarme y
me siento gilipollas.”
No hay tiempo que perder
cuando lo que nos queda por compartir, con quien tenemos un fuerte vínculo
emocional, está sometido a un corto
período de tiempo. A pesar de las limitaciones físicas que suelen ser típicas
en ese estadio de la vida, el momento presente adquiere una gran relevancia y
aunque la existencia se despliega de manera lenta y sencilla, las pequeñas
cosas de la vida tienen otro sabor pues están impregnadas de una mayor
conciencia en el aquí y ahora.
Son espacios para una
intensa comunicación en los que el lenguaje del corazón no precisa de ese
torrente verbal al que estamos acostumbrados. Algunos gestos, miradas, caricias,
unas pocas palabras cargadas de afecto… son los ingredientes de esa magia que
se está desplegando en esa silenciosa presencia del Amor.
Hay parejas que expresan que
nunca han sentido tanto amor como el que se está dando en unas condiciones tan
limitadas. Curiosamente una situación
tan límite como es el final de la vida de un ser querido tiene el potencial de
transformar de manera radical la intensidad con la que podemos vivir lo que nos
queda por compartir.
Cuando nos encontramos en un
proceso que nos conduce a la muerte propia o la de un ser querido, ésta ya no es el enemigo, lo
serán nuestros miedos, dependencias, negación… en última instancia, nuestra
resistencia a la aceptación será una fuente de sufrimiento innecesario y un
gran obstáculo para poder vivir el escaso tiempo que nos queda de una manera
plena.
Es prácticamente seguro que
nos tengamos que enfrentar en nuestra vida a tener que separarnos de al menos
un ser querido. La muerte propia, la de quien amamos, a excepción del suicidio,
son experiencias universales que se escapan totalmente a nuestro control. Pero
a pesar de esto existe una gran diferencia en la manera de cómo nos enfrentamos
a ese proceso, con qué actitud vamos a vivir esa situación; hay quienes reaccionan
desde posiciones victimistas sufriendo y
creando mucho sufrimiento, mientras que otras son capaces de descubrir la gran
oportunidad que subyace tras esa aparente “horrible experiencia” que es el
hecho de morir.
Recuerdo la mirada encendida
de quien me comentaba: “yo ya vivo como que lo que le queda a mi pareja es un
regalo, no sé si mañana estará vivo. Cuando
me despierto, lo primero que hago es mirar si respira, si es así, siento una inmensa alegría y gratitud por
tener la dicha de que hoy también podemos compartir nuestro amor.”
Qué espléndida forma de despedirnos de nuestro
ser amado creciendo en el amor.