Mirada renovada

lunes, 16 de noviembre de 2015

Interiorización



El otoño va dejando su rastro, el anochecer se va adelantando, las temperaturas siguen cayendo y para quienes viven más conectados con la naturaleza, el espectáculo puede ser fantástico. Los árboles de hoja caduca se preparan a hibernar, concentrando su energía vital en el núcleo y dejando a la periferia con los días contados.

Envuelto en un proceso mágico de transformación se encontraba el bosque esta mañana, la temperatura era baja y no había viento, escasos eran los sonidos que me acompañaban, principalmente, el ritmo de mi caminar, marcado por las pisadas y muy de vez en cuando en la quietud del bosque resonaban discretos cantos de pájaros.

 El espectáculo visual era un derroche de formas y especialmente colores, la monotonía verduzca del bosque se veía alterada por el cambio en la coloración de las hojas, fiesta que parecían celebrar algunos árboles ante la despedida del ciclo.

Mi interior resonaba con el susurro del bosque y así como esos árboles se disponían a navegar a través de este ciclo de manera austera, yo también sentía un impulso hacia la interiorización, el anhelo de disponer de un espacio de tiempo donde poder retirar mi energía del mundo para poder concentrarme en lo que hoy en día es el sentido de mi existencia. Ese desarrollo de conciencia que me conduzca de una manera permanente a la vivencia de mi dimensión profunda. Algo atisbado pero difícil de consolidar, pues la quietud hallada en ese santuario del aquí y ahora es  frecuentemente allanada por la inercia implacable de mi inconsciencia, que irrumpe de manera contundente en el espacio sagrado de mi presencia.

Afortunadamente voy a disponer de una buena oportunidad para llevar a cabo la satisfacción de este anhelo, un curso-retiro en el que de manera intensiva nos dedicaremos a la práctica de la meditación. Curiosamente éste comenzará después del solsticio de invierno, momento a partir del cual la luz del sol en esta parte del planeta cambia de ciclo y se pasa del día menos luminoso del año a que, de manera gradual, cada día tenga más luz que el anterior. Hito tremendamente importante para civilizaciones anteriores al cristianismo, en las que el desarrollo técnico era prácticamente nulo y la mayor exposición al sol les iba a dulcificar de manera significativa la existencia.

Me viene a la mente la siguiente pregunta. ¿Cómo es que aquellas civilizaciones que festejaban el solsticio de invierno, eran capaces de percibir ese cambio tan sutil, ya que no disponían de artilugios para realizar las mediciones oportunas? Por exclusión no me queda más que entender que de manera intuitiva, aquellos seres humanos al estar tan integrados en la naturaleza, su sentido de pertenencia a una Unidad Superior les proporcionaba ese conocimiento.

En Occidente con la llegada del cristianismo la fiesta del solsticio de invierno fue recalificada por la Navidad. De manera simbólica, al comienzo del ciclo de la luz, se le atribuyó el nacimiento de la referencia espiritual más importante de nuestra civilización y en mí surge una aspiración de que la Luz de la Consciencia se exprese con más contundencia, para rescatar a este planeta de las consecuencias de ir a la deriva de la inconsciencia.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Seguridad



Es razonable sentir una necesidad de cierto control en un mundo cambiante en el que nuestro bienestar lo podemos perder en una fracción de segundo.

También es sensato ser precavido/a ante situaciones, en las que si no tomamos medidas, pueden ocasionarnos posteriores problemas.

Pero es disfuncional el vivir obsesionados con la pretensión de que no nos pase nada malo, algo frecuente en nuestra sociedad occidental. Recuerdo una frase de Bhagwan-Osho que decía:


“Si de verdad  no quieres problemas, donde mejor estás es en la tumba”


Esta tumba es una buena analogía de cómo podemos llegar a estar muertos en vida.

Ante la vida nos podemos situar atrincherándonos ante un devenir amenazante, intentando evitar que nos haga daño o reconociendo que parte de la existencia es dolorosa. Estar abierto a la vida implica dar la bienvenida a esas situaciones que nos duelen, para poderlas vivir de manera consciente y de esta manera transformarlas.

Cuando nos referimos al cuerpo físico es clara la comprensión que tenemos de que  para su fortalecimiento necesitamos ejercitarlo y para ello le vamos poniendo de manera progresiva mayores dificultades. De la misma manera el gimnasio de la vida nos va proporcionando pruebas que si las afrontamos de manera adecuada llegaremos a una mayor madurez personal.

Si miramos a la historia de la humanidad, las personas que habitamos hoy en día en Occidente somos las que mejores condiciones de vida hemos poseído y a pesar de grandes logros que han facilitado de manera considerable nuestra existencia, curiosamente todas esas ventajas no se han traducido en una mejoría de nuestra satisfacción psicológica.

Vivimos en un mundo orientado hacia la consecución de logros, con la fantasía generalizada de que nuestra felicidad-seguridad depende del mayor éxito que tengamos en realizarlos, sin embargo parte de la vida tiene que ver con las pérdidas y en última instancia, si miramos al final de la existencia es claro que vamos a perderlo todo.

Por lo que para vivir una vida plena, será conveniente que nos abramos a contemplar nuestras pérdidas y a desarrollar comprensión acerca de lo que éstas necesitan para su transformación, ya que si estas experiencias no las dejamos resueltas nos van contaminando, impregnándonos con una sensación de que la vida es amenazante y como consecuencia vamos cerrando nuestro corazón para defendernos. Bellamente expresado en el tema de Bette Midler, The Rose:


“… Es el corazón temeroso de romperse que nunca aprende a bailar,
  Es el sueño que tiene miedo de despertar que nunca se atreve a la nueva oportunidad,
…Es el alma temerosa de morir que nunca aprende a vivir.”


Sin embargo para quienes tienen la determinación de que su pasado tiene que ser vivido para ser liberado, el presente no estará contaminado y la actitud para enfrentarse a la vida será de aventura, con conciencia de que las dificultades que nos trae el devenir no son más que oportunidades para un mayor desarrollo como personas.

En esta reflexión sobre la seguridad es conveniente que nos planteemos también cómo nos relacionamos con las cosas, éstas son energía y nuestros apegos a ellas no son más que formas de atascar su fluir con el objetivo de sentirnos más seguros. Cuánto mayores sean nuestros apegos menor será nuestra sensación de libertad y viceversa. Nos corresponde a cada uno/a, el decidir de manera consciente donde está el punto de equilibrio.

Los apegos no están exclusivamente vinculados a objetos, sino que también pueden ser parte de aspectos inmateriales como: el estatus social, profesión, prestigio, la propia imagen… Es característico de todo apego que su pérdida nos cause dolor, y a veces es una sorpresa el encontrarnos con que algo a lo que pensábamos no estábamos apegados, cuando lo perdemos duele.

Por lo expuesto hasta ahora, podemos decir que la negación de lo que nos recuerda que nos podemos enfrentar a cualquier pérdida en todo momento y la obsesión que podemos tener por acumular para sentirnos más seguros, no nos provoca una mayor seguridad. Curiosamente quien viva la vida aceptando su inseguridad intrínseca y cultive un desapego consciente, desarrollará una fortaleza interior que le ayudará a transitar por este mundo cambiante de manera grácil.

En mi caso la práctica meditativa ha sido una perfecta aliada para tomar conciencia de ese fondo de inseguridad que habita en mi interior y que con la calidez de su atención consciente me ayuda a ir disipando esa oscuridad que tiene que ver con el miedo a la vida.

Alguien podrá pensar que la meditación puede ser una forma de ensimismamiento y huida de la realidad, pero en mi experiencia puedo constatar que va ayudando a una toma de conciencia de mi realidad interior potenciándola,  pudiendo así hacer cambios que van posibilitando una mayor autenticidad tanto en lo personal como en mis relaciones con los demás.

En este lento caminar como sonámbulo, lleno de automatismos voy despertando a una dimensión que está siempre en el fondo de mi Ser y que hoy en día puedo reconocer como el tesoro de mi vida.

Pero esta Realidad Profunda no es algo a lo que accedo a través de mi empeño. Mi mente de superficie (ego), no dictamina cuando la experimento, sino que sucede cuando ésta se silencia dejando espacio a una Presencia que se funde con la realidad del momento, pudiendo suceder en cualquier instante.

En la medida que el ruido de pensamientos inconscientes de mi mente de superficie se va silenciando, algo que tiene todavía mucho camino por recorrer, va dejando el espacio libre para que emerja mi Ser Real. Es a través de este contacto donde voy percibiendo una gradual apertura de corazón y una visión más ajustada tanto de mi realidad interior como exterior.

Todas estas vivencias van siempre impregnadas de una gran paz interior, que me van proporcionando  un poso de confianza-seguridad ante el posible discurrir de las vicisitudes de la vida, ya que la nueva dimensión descubierta está más allá de los altibajos de la existencia, propias del mundo de la forma.




miércoles, 1 de julio de 2015

Muerte de un perro


Acabo de leer un poema de Antonio Colinas, que narra los últimos momentos de la vida de un perro desde el sentir de su amo.

Me ha conmovido y a la vez ha abierto la puerta a un mundo de recuerdos en el que nuestro querido perro “Ikatz” se convirtió en uno más de la familia.

Le estoy viendo a través de su ciclo vital, aquel precioso cachorro que con su espontánea vitalidad un día aterrizó en nuestra casa, cautivándonos a todos, incluso a quienes tenían reticencias a aceptarlo.

Son muchos los momentos que vienen a mi mente y que valoro no ponerlos por escrito. Simplemente con estas líneas quiero reconocer a aquel amigo cuadrúpedo que alteró la convivencia de mi familia de origen de manera tan positiva, recibiéndonos en la puerta de casa con una infalible alegría, propiciando el juego y sacándonos de ese mundo excesivamente mental en el que estamos instalados los humanos.

Me queda expresar la gratitud a este ser que me brindó la posibilidad de disfrutar de un vínculo afectivo incondicional y a quien con su emotivo y bello poema me ha llevado a rememorar aquellas gratas experiencias compartidas.



 A NUESTRO PERRO EN SU MUERTE*

Es la última noche
y no es fácil dormir porque detrás del muro
intuimos tu muerte.
Así que he acabado por salir a buscarte
a tientas en la sombra
y en ella te he encontrado respirando
aún como una llama.
(Como llama en lucerna sin aceite.)

Hoy, sobre todo, sentimos dolor
al pensar en lo mucho que nos diste
y en lo poco, tan poco, que te dimos.
Porque ha sido mucha la soledad que fuiste
llenando con tu clara soledad
y el diálogo sabio aquel de tu mirada
con mi mirada, de tus silencios
con mis silencios
en el centro del día.

Con cuanta lentitud, con que dulzura
te vas, amigo mío, arrastrando
por el río de sombra que es la noche,
por el río de estrellas que es la noche,
por el río de muerte que es la noche.
Y cómo calla ahora el jardín, y cómo calla
el bosque vaciado
de aquellos ruiseñores de junio
de los que tus ladridos nocturnos fueron luna.

Qué silencios tan negros y tan hondos
caen sobre esos dos ojos como estanques,
sobre esos ojos como hogueras negras.
Postrado en miserable rincón.
fidelísimo aún,
no te mueves, nada haces cuando llego
para no inquietarnos.
Aunque el dolor penetra más y más en tu ser
tú callas, callas manso—todavía más manso--,
y en esa mansedumbre se propaga
tu fiel adiós.

No temas, no le ladres a la Sombra
esa que al alba llegará muy ciega
a arrancarte los ojos, la vida, en el límite.
Aunque quedamos tristes
porque no alcanzaremos a saber
dónde reposarán tus nobles huesos,
también sabemos que desde mañana,
como volcán de luz,
toda la isla ya será tu cuerpo.


 *   “Libro de la mansedumbre”   Antonio Colinas.


jueves, 14 de mayo de 2015

Ceremonia de la Cremación



Recientemente he asistido a dos ceremonias en el crematorio de Pamplona, que me han llevado a reflexionar con respecto al ritual o rituales del final de la vida.

Todas las culturas celebran ritos a este momento de la existencia. Estas ceremonias no suponen sólo un homenaje al difunto, sino que también son un testimonio de apoyo de la comunidad que asiste al acto, a quienes han perdido a un ser querido muy significativo.

En concreto, estas dos experiencias tenían una similitud que las caracterizaba, ya que quienes habían dejado de existir, habían anticipado su voluntad de que no querían el tradicional acto religioso.

Es verdad que hasta no hace mucho, salvo raras excepciones,  la forma de despedir a alguien que había fallecido era a través de un funeral.

He sido testigo de situaciones en las que quien dejaba el cuerpo había decidido que no quería acto religioso en su memoria, dejando a sus seres queridos desconcertados y desprovistos de ese espacio donde la comunidad les apoya, en esa difícil tarea de decir adiós.

Pero el hecho de que alguien no quiera una ceremonia religiosa en su despedida, no quita para que se pueda llevar a cabo un rito de homenaje en su nombre. Para ello necesitamos cierta anticipación para organizar una ceremonia civil, que a diferencia del funeral no está definido y que su formulación sea la expresión creativa de quienes han sido afectados por la pérdida.

Las dos ceremonias que he mencionado anteriormente fueron una muestra espléndida de creatividad y de participación. Instrumentos y coros que emitían sentidas piezas musicales, escritos y poemas que ponían voz al dolor por la pérdida y también al legado de quien había partido, todo ello desde la genuina expresión del corazón de quienes se atrevieron a compartir. Al final del acto fueron muchas las personas que decían: “yo quiero también algo así en mi despedida”

A diferencia del entierro civil que está sujeto a las inclemencias del tiempo, en Pamplona disponemos de un espacio favorable para realizar eventos de este tipo, este lugar es el Crematorio. Un lugar cubierto, climatizado, con megafonía, que facilita que un número considerable de personas podamos compartir el último adiós.

Este espacio tiene el inconveniente de que está en funcionamiento exclusivamente por las mañanas, ya que está diseñado, por la mañana la incineración y por la tarde el funeral. Sucede que  durante los días de labor para algunas personas es difícil ausentarse del trabajo. Sin embargo tiene la ventaja que durante los fines de semana se puede realizar una ceremonia.

Hay quienes prefieren poner en el acto de esparcir las cenizas el peso de la despedida, o simplemente en un acto en Memoria del fallecido. Tiene la ventaja con respecto a las anteriores, que se puede buscar una fecha en la que los seres más allegados no estén sujetos al cansancio o al alto estrés emocional que la inmediatez a la muerte puede generar, pudiendo de esta manera planificar con tiempo el tipo de ceremonia que se considera más adecuada.

Nos encontramos en un momento  en el que lo antiguo no nos sirve,  necesitamos crear algo que de alguna manera ya se está llevando a cabo y que requiere de nuestra implicación. Para ello es importante que tomemos conciencia de que el contenido de cada ceremonia está en nuestras manos, que las personas afectadas por la pérdida tenemos la oportunidad de contribuir poniendo un  broche de despedida, en ese momento en el que la comunidad nos reunimos para decir el último adiós a nuestro ser querido.

lunes, 2 de marzo de 2015

El Sentido de la Vida



Voy a empezar contando un cuento.

Es la historia de alguien que después de fallecer llega a un lugar paradisíaco, en el que hay una vegetación exuberante, con una gran diversidad de flores y frutos, cuyas fragancias y colores transmiten  al espacio una sensación de exquisita abundancia.

Se oye un murmullo derivado de la copiosa vida animal que habita ese paraje, con un sonido de fondo, de un bello salto de un agua cristalina que se divisa a cierta distancia.

La persona se encuentra tan sorprendida por la belleza y armonía del entorno, que le produce tanto bienestar, que le viene la idea de “esto tiene que ser el Cielo”.

En este magnífico escenario se da cuenta de que hay una parcela que está libre de vegetación y le llega la imagen de una casa que encaja perfectamente en el espacio y que se alinea con su gusto arquitectónico. De repente la casa se materializa.

Entra en la casa, se encuentra fascinado pues la decoración se adecúa a su concepto con una elegancia y refinamiento inusitados. Al llegar al salón ve un mullido sofá sobre el que se deja caer tirado por la gravedad y en su posición desgarbada  le viene a la mente su tema musical favorito e inmediatamente empieza a sonar con una calidad excelente.

Después de una fabulosa audición de sus temas favoritos, siente hambre, decide ir a la cocina mientras se acuerda de su plato preferido, el cual aparece exquisitamente cocinado. Siente el deseo de acompañarlo con un delicioso vino y en una fracción de segundo dispone de una botella de un singular caldo.

Vuelve al salón donde se repantiga en el cómodo sofá, se acuerda de una melodía de la que disfrutó en una etapa de su vida y de nuevo su sonido le envuelve. Se siente sorprendido de que todo deseo sea súbitamente saciado, se acuerda cómo en su vida anterior sufría por no poder satisfacer tantos anhelos y siente la euforia  del poder que le confiere su nueva situación, en la que hasta el más mínimo capricho es colmado.

Está anocheciendo y  le invade cierta sensación de soledad, siente el deseo de alguien que pudiera aplacar sus necesidades de afecto y compañía, ipso facto suena el timbre, acude a abrir la puerta y con gran asombro es testigo de una persona que con una espectacular estampa le dice:

Hola, tengo muchas ganas de conocerte”.

Le invita a pasar y en esos primeros compases del mutuo conocimiento se da cuenta que su amor a primera vista es correspondido. El encuentro es una escalada de intensas sensaciones y emociones agradables que configura la más sublime noche de amor. Justo antes del descanso del sueño ante tan vívida experiencia, le viene una voz interna que le dice:

Definitivamente esto es el CIELO”

Los días trascurrían de manera suave, pero poco a poco iban perdiendo su brillo inicial, la rutina se encargaba de menguar aquella naciente dicha, además cada vez le resultaba más difícil encontrar nuevas experiencias que mantuvieran encendido su gozo.

La insatisfacción empezaba a asomar en su nueva vida, no podía comprenderlo, tenía el acceso a todo lo que un ser humano podía aspirar y sin embargo no podía sostener su felicidad. Además de forma gradual iba tomando conciencia de que su deseo se había intensificado y que de manera compulsiva se iba trasformando en un ansia insaciable.

En la lejanía, alguna vez que había hecho una larga caminata, había divisado la imagen de alguien que respondía a la idea de Dios, un Señor mayor de pelo cano, que con una túnica blanca se encontraba en una postura contemplativa. Cuando lo vio pensó que era mejor no ir a hablar con Él, ya que el diseño de su actual vida era tan perfecto, que no fuera a ponerse en entredicho.

La situación empeoraba y por fin tomó la decisión de ir a conversar con Dios. Una vez en su presencia después de presentarse y mostrarle su respeto le dijo:

Siento mucha gratitud por todo lo que estoy recibiendo, pero me encuentro tan contrariado que me gustaría bajar al infierno una semana para poder así valorar todo lo que dispongo”.

Dios que se encontraba con una mirada perdida, le miró a los ojos y con un tono grave le contestó:

Y dónde crees que estás pues”.




Esta es la trampa en la que nos encontramos, la sociedad en la que vivimos nos trasmite la idea de que a mayor consecución de logros, nos hallamos en una posición más favorable para  acercarnos a esa tan anhelada felicidad.

Puedo recordar en mi trayectoria vital esos momentos en los que disponía de auténticas quimeras, en las que mi ensoñación interpretaba que su obtención era el camino hacia una dicha duradera. La experiencia me demostró que la materialización de aquellas proyecciones: pareja ideal, maravilloso trabajo, aprendizaje de habilidades… no me proporcionaban aquella alegría perdurable que tanto anhelaba.

No hemos recibido un manual de instrucciones que nos guíe en ese intento de dar sentido a nuestras vidas, hay mucha gente que no lo echa en falta y siguen como el/la protagonista del cuento, empeñados en conseguir la felicidad a través de la consecución de experiencias agradables.

Algunas/os de nosotras/os a causa de la insatisfacción emprendemos un camino de búsqueda en el intento de  comprender como necesitamos reorientar nuestras vidas.  Incluso hay otras personas a quienes la vida les desafía con grandes retos y en vez de resignarse a ser una víctima,  la aparente desdicha que asoma en sus vidas,  es el origen de un discernimiento que les ayuda a transformarlas de manera significativa.

Hace años leí un libro “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, me trasmitió admiración y más comprensión acerca del significado de la existencia humana. Esta persona cuenta como siendo víctima el holocausto nazi; allí perdió a su mujer, a sus padres y a muchos/as amigos/as, dio sentido a su experiencia en una de las mayores atrocidades que ha cometido el ser humano sobre sus semejantes.

Venía a decir: Nos quitaron hasta la dignidad, pero hubo algo  de lo que no nos pudieron despojar y eso fue, con que actitud queríamos vivir aquella horrible experiencia. Algunos de nosotros optamos por ayudar a los que lo estaban pasándolo peor y ese fue el motor que nos hizo sobrevivir a aquella maquinaria de exterminio.

En la medida que pasa la vida voy comprendiendo que el deseo centrado en mí mismo no es una fuente de satisfacción duradera y además muchas veces es la causa del conflicto con mis semejantes. Sin embargo el interés y el apoyo desinteresado a quienes lo necesitan no me llevan a la euforia, sino que a una sensación de mayor dicha interior.

Me viene a la mente el bello poema de Rabindranath Tagore:

“Soñaba y creía que la vida era alegría,  
 Desperté y comprendí que la vida era servicio,
 Serví y descubrí que el Servicio es alegría”.


Nota. Con este escrito no pretendo decir que el Servicio es el Sentido de la Vida, sino que es un importante ingrediente para dar significado a mi existencia.


lunes, 12 de enero de 2015

Muerte(proceso) y Meditación



Recientemente, Mariaje ha dejado el cuerpo, alguien que formaba parte de ese nutrido grupo de personas que conformamos esa familia no biológica que es el Centro de Meditación Budista.
         
 Quienes hemos tenido la oportunidad de compartir con ella durante los seis años que ha durado su proceso de enfermedad, hemos sido testigos de, con qué entereza ha sabido navegar a través de la adversidad.

Curiosamente en la medida que su cuerpo se marchitaba, su espíritu florecía, algo bellamente expresado por una amiga:

“ Y es que si el propósito de la vida es crecer y dar fruto, Mariaje fue un gran ejemplo de vida con sentido, ya que, conforme avanzaba la enfermedad, yo veía como se iba despojando de lo superfluo, creciendo y ... quedándose en el núcleo, lo esencial , que era el amor.
Por eso, cada vez que iba a verla, salía llena de paz.
Es un lección que no quiero olvidar.  Ahora tengo menos miedo,  he aprendido mucho de este tránsito y deseo que esta inspiración  se quede conmigo para siempre.”

Recuerdo como me contaba al final de sus días, cómo se sentía   sorprendida,  pues percibía por un lado como su energía vital se iba marchitando, cada vez sentía menos fuerza física y paradójicamente sentía su Energía Sutil, esa que se percibe en el interior del cuerpo durante la práctica de la meditación, con más intensidad.

En el tramo final aparecieron dificultades respiratorias, situaciones  generadoras de zozobra a las cuales respondía intensificando su práctica meditativa. La conciencia en la respiración o la percepción de la Energía Sutil le sumergían en un estado de calma.

Comentaba que se sentía como la ola que está a punto de acabar su ciclo, pero que a la vez tenía conciencia de ser parte del océano y que cuando conectaba con el fondo de éste, sentía una gran quietud y un gran Amor. Algo que percibíamos quienes tuvimos la dicha de disfrutar de su presencia.

Morimos como vivimos.  A diferencia de lo que suele suceder en estas situaciones, el final de Mariaje fue el resultado de una vida en plenitud a pesar de las limitaciones físicas. Su hogar era un marco de vivo intercambio de afecto con las/os amigas/os que acudíamos a compartir lo poco que quedaba, la comunicación era clara y cargada de humor, fruto de la aceptación de lo inevitable. El final sucedió en calma, traspirando amor en los brazos de su familia.

Para quienes compartimos el silencio de la meditación, esta experiencia nos aporta, un buen  testimonio del importante recurso que supone esta práctica, no sólo para manejar estados emocionales   agitados, sino que también para conectar con nuestra Esencia, ese océano que es nuestra dimensión Real, que siempre está con nosotros aunque no lo reconozcamos y que es lo que queda cuando la ola de la vida se consuma, en la muerte del cuerpo físico.