Recientemente, Mariaje ha
dejado el cuerpo, alguien que formaba parte de ese nutrido grupo de personas
que conformamos esa familia no biológica que es el Centro de Meditación Budista.
Quienes hemos tenido la oportunidad de
compartir con ella durante los seis años que ha durado su proceso de enfermedad,
hemos sido testigos de, con qué entereza ha sabido navegar a través de la
adversidad.
Curiosamente en la medida
que su cuerpo se marchitaba, su espíritu florecía, algo bellamente expresado
por una amiga:
“ Y es que si el propósito
de la vida es crecer y dar fruto, Mariaje fue un gran ejemplo de vida con
sentido, ya que, conforme avanzaba la enfermedad, yo veía como se iba
despojando de lo superfluo, creciendo y ... quedándose en el núcleo, lo
esencial , que era el amor.
Por eso, cada vez que
iba a verla, salía llena de paz.
Es un lección que no
quiero olvidar. Ahora tengo menos miedo, he aprendido mucho de este
tránsito y deseo que esta inspiración se quede conmigo para siempre.”
Recuerdo como me contaba al final de sus días, cómo se sentía sorprendida,
pues percibía por un lado como su energía vital se iba marchitando, cada
vez sentía menos fuerza física y paradójicamente sentía su Energía Sutil, esa
que se percibe en el interior del cuerpo durante la práctica de la meditación,
con más intensidad.
En el tramo final aparecieron dificultades respiratorias, situaciones generadoras de zozobra a las cuales respondía
intensificando su práctica meditativa. La conciencia en la respiración o la percepción
de la Energía Sutil le sumergían en un estado de calma.
Comentaba que se sentía como la ola que está a punto de acabar su ciclo,
pero que a la vez tenía conciencia de ser parte del océano y que cuando
conectaba con el fondo de éste, sentía una gran quietud y un gran Amor. Algo que percibíamos quienes tuvimos la dicha de disfrutar de su presencia.
Morimos como vivimos. A diferencia
de lo que suele suceder en estas situaciones, el final de Mariaje fue el
resultado de una vida en plenitud a pesar de las limitaciones físicas. Su hogar
era un marco de vivo intercambio de afecto con las/os amigas/os que acudíamos a
compartir lo poco que quedaba, la comunicación era clara y cargada de humor,
fruto de la aceptación de lo inevitable. El final sucedió en calma, traspirando
amor en los brazos de su familia.
Para quienes compartimos el silencio de la meditación, esta experiencia nos
aporta, un buen testimonio del
importante recurso que supone esta práctica, no sólo para manejar estados
emocionales agitados, sino que también
para conectar con nuestra Esencia, ese océano que es nuestra dimensión Real,
que siempre está con nosotros aunque no lo reconozcamos y que es lo que queda
cuando la ola de la vida se consuma, en la muerte del cuerpo físico.