Mirada renovada

viernes, 4 de noviembre de 2016

Relevante-Insignificante



Mi vida trascurre en dos dimensiones: una en la vieja inercia de un condicionamiento basado en una mente egóica, que valora la trayectoria en la vida como un continuo entre dos puntos: ganador-perdedor, en el que la felicidad y la desdicha son sus consecuencias directas; otra guiada por una actitud que me responsabiliza de hacerme dueño, a través de la atención plena, del momento presente…. Son dos opciones que no se pueden dar a la vez, en la que una excluye a la otra.

Mi mente egóica acampa en la dimensión inconsciente, con un mar de contenidos mentales que hacen ausentarme del momento real en el que mi vida ocurre, proyectándome en diferentes escenarios en los que mi imagen estará o estuvo en juego. En esta dinámica la característica principal es la relevancia en mi mundo social.

En la dimensión consciente no existen prioridades, cada momento es una experiencia que tiene sentido por sí misma y no deja residuos mentales, sin embargo puedo decir que para la mente egóica está llena de irrelevancia. Es un estar en armonía con lo que la vida me brinda, fuera del juego interesado del ego.

En esta segunda posición lo importante no está en el objeto de la atención sino que en la cualidad del estado de conciencia. No importa la trascendencia de lo vivido, la experiencia de plenitud que se genera en esas situaciones está al margen de ese movimiento selectivo del ego, de buscar lo importante.

Curiosamente en este despertar gradual que  voy experimentando los momentos vividos en plenitud tienen el componente de ser situaciones insignificantes para el ego, y es en esa atención plena a esa percepción, donde una nueva realidad emerge cargada de elementos, que le dotan de unas características únicas e imperceptibles a la condición egóica. La magia de la presencia destapa la sutil percepción a la infinita expresión del mundo de la forma, con una lluvia de regalos.

Cuando mi atención se relaciona con el mundo que me rodea de manera indiscriminada, puedo disfrutar del milagro de la vida desde una situación de silencio mental, experimentando una intimidad con lo que me circunda y es en esa relación con lo que sucede,  que me encuentro conectado con mi dimensión consciente.

Qué espléndida forma de movernos en este mundo, llevando la atención a lo que en cada momento es percibido por los sentidos, sin pasar por ese filtro mental, mientras le damos la bienvenida con un corazón abierto.

Cuando puedo relacionarme desde la intimidad con las cosas que me  rodean, me descubro con un profundo sentimiento de pertenencia y totalidad con lo que percibo. Es esa conexión a través de la conciencia en el momento presente que me ayuda a trascender el sentimiento de estar separado y aparece la magia que disipa el limitado sentido de mi percepción egóica.

Lo que me separa de esa comunión con la realidad presente, es ese tirón que necesita recurrir al pasado o al futuro;  atado a logros, lamentos o proyecciones de la mente, que buscando quimeras  huye del cálido refugio de la presencia en el instante.

La vida en el momento presente es plena en sí misma, hasta que no me identifico con un nuevo movimiento reactivo egóico.

Estar presente con plena conciencia es en sí mismo un acto de profunda intimidad con el mundo que nos rodea. Cada experiencia de nuestra vida tiene el potencial de ser vivida con esta actitud, es en la aceptación y desarrollo de una complicidad con lo que emerge como  nuestra experiencia, que vamos creando las condiciones para poder ir enraizándonos en la quietud de una mente, que acoge con un corazón abierto lo que le depara la vida.