Mirada renovada

jueves, 3 de septiembre de 2015

Seguridad



Es razonable sentir una necesidad de cierto control en un mundo cambiante en el que nuestro bienestar lo podemos perder en una fracción de segundo.

También es sensato ser precavido/a ante situaciones, en las que si no tomamos medidas, pueden ocasionarnos posteriores problemas.

Pero es disfuncional el vivir obsesionados con la pretensión de que no nos pase nada malo, algo frecuente en nuestra sociedad occidental. Recuerdo una frase de Bhagwan-Osho que decía:


“Si de verdad  no quieres problemas, donde mejor estás es en la tumba”


Esta tumba es una buena analogía de cómo podemos llegar a estar muertos en vida.

Ante la vida nos podemos situar atrincherándonos ante un devenir amenazante, intentando evitar que nos haga daño o reconociendo que parte de la existencia es dolorosa. Estar abierto a la vida implica dar la bienvenida a esas situaciones que nos duelen, para poderlas vivir de manera consciente y de esta manera transformarlas.

Cuando nos referimos al cuerpo físico es clara la comprensión que tenemos de que  para su fortalecimiento necesitamos ejercitarlo y para ello le vamos poniendo de manera progresiva mayores dificultades. De la misma manera el gimnasio de la vida nos va proporcionando pruebas que si las afrontamos de manera adecuada llegaremos a una mayor madurez personal.

Si miramos a la historia de la humanidad, las personas que habitamos hoy en día en Occidente somos las que mejores condiciones de vida hemos poseído y a pesar de grandes logros que han facilitado de manera considerable nuestra existencia, curiosamente todas esas ventajas no se han traducido en una mejoría de nuestra satisfacción psicológica.

Vivimos en un mundo orientado hacia la consecución de logros, con la fantasía generalizada de que nuestra felicidad-seguridad depende del mayor éxito que tengamos en realizarlos, sin embargo parte de la vida tiene que ver con las pérdidas y en última instancia, si miramos al final de la existencia es claro que vamos a perderlo todo.

Por lo que para vivir una vida plena, será conveniente que nos abramos a contemplar nuestras pérdidas y a desarrollar comprensión acerca de lo que éstas necesitan para su transformación, ya que si estas experiencias no las dejamos resueltas nos van contaminando, impregnándonos con una sensación de que la vida es amenazante y como consecuencia vamos cerrando nuestro corazón para defendernos. Bellamente expresado en el tema de Bette Midler, The Rose:


“… Es el corazón temeroso de romperse que nunca aprende a bailar,
  Es el sueño que tiene miedo de despertar que nunca se atreve a la nueva oportunidad,
…Es el alma temerosa de morir que nunca aprende a vivir.”


Sin embargo para quienes tienen la determinación de que su pasado tiene que ser vivido para ser liberado, el presente no estará contaminado y la actitud para enfrentarse a la vida será de aventura, con conciencia de que las dificultades que nos trae el devenir no son más que oportunidades para un mayor desarrollo como personas.

En esta reflexión sobre la seguridad es conveniente que nos planteemos también cómo nos relacionamos con las cosas, éstas son energía y nuestros apegos a ellas no son más que formas de atascar su fluir con el objetivo de sentirnos más seguros. Cuánto mayores sean nuestros apegos menor será nuestra sensación de libertad y viceversa. Nos corresponde a cada uno/a, el decidir de manera consciente donde está el punto de equilibrio.

Los apegos no están exclusivamente vinculados a objetos, sino que también pueden ser parte de aspectos inmateriales como: el estatus social, profesión, prestigio, la propia imagen… Es característico de todo apego que su pérdida nos cause dolor, y a veces es una sorpresa el encontrarnos con que algo a lo que pensábamos no estábamos apegados, cuando lo perdemos duele.

Por lo expuesto hasta ahora, podemos decir que la negación de lo que nos recuerda que nos podemos enfrentar a cualquier pérdida en todo momento y la obsesión que podemos tener por acumular para sentirnos más seguros, no nos provoca una mayor seguridad. Curiosamente quien viva la vida aceptando su inseguridad intrínseca y cultive un desapego consciente, desarrollará una fortaleza interior que le ayudará a transitar por este mundo cambiante de manera grácil.

En mi caso la práctica meditativa ha sido una perfecta aliada para tomar conciencia de ese fondo de inseguridad que habita en mi interior y que con la calidez de su atención consciente me ayuda a ir disipando esa oscuridad que tiene que ver con el miedo a la vida.

Alguien podrá pensar que la meditación puede ser una forma de ensimismamiento y huida de la realidad, pero en mi experiencia puedo constatar que va ayudando a una toma de conciencia de mi realidad interior potenciándola,  pudiendo así hacer cambios que van posibilitando una mayor autenticidad tanto en lo personal como en mis relaciones con los demás.

En este lento caminar como sonámbulo, lleno de automatismos voy despertando a una dimensión que está siempre en el fondo de mi Ser y que hoy en día puedo reconocer como el tesoro de mi vida.

Pero esta Realidad Profunda no es algo a lo que accedo a través de mi empeño. Mi mente de superficie (ego), no dictamina cuando la experimento, sino que sucede cuando ésta se silencia dejando espacio a una Presencia que se funde con la realidad del momento, pudiendo suceder en cualquier instante.

En la medida que el ruido de pensamientos inconscientes de mi mente de superficie se va silenciando, algo que tiene todavía mucho camino por recorrer, va dejando el espacio libre para que emerja mi Ser Real. Es a través de este contacto donde voy percibiendo una gradual apertura de corazón y una visión más ajustada tanto de mi realidad interior como exterior.

Todas estas vivencias van siempre impregnadas de una gran paz interior, que me van proporcionando  un poso de confianza-seguridad ante el posible discurrir de las vicisitudes de la vida, ya que la nueva dimensión descubierta está más allá de los altibajos de la existencia, propias del mundo de la forma.