Es razonable sentir una necesidad de cierto control en un
mundo cambiante en el que nuestro bienestar lo podemos perder en una fracción
de segundo.
También es sensato ser precavido/a ante situaciones, en las que
si no tomamos medidas, pueden ocasionarnos posteriores problemas.
Pero es disfuncional el vivir obsesionados con la pretensión
de que no nos pase nada malo, algo frecuente en nuestra sociedad occidental.
Recuerdo una frase de Bhagwan-Osho que decía:
“Si de verdad no quieres problemas, donde mejor estás es en
la tumba”
Esta tumba es una buena analogía de cómo podemos llegar a
estar muertos en vida.
Ante la vida nos podemos situar atrincherándonos ante un
devenir amenazante, intentando evitar que nos haga daño o reconociendo que
parte de la existencia es dolorosa. Estar abierto a la vida implica dar la
bienvenida a esas situaciones que nos duelen, para poderlas vivir de manera
consciente y de esta manera transformarlas.
Cuando nos referimos al cuerpo físico es clara la comprensión
que tenemos de que para su
fortalecimiento necesitamos ejercitarlo y para ello le vamos poniendo de manera
progresiva mayores dificultades. De la misma manera el gimnasio de la vida nos
va proporcionando pruebas que si las afrontamos de manera adecuada llegaremos a
una mayor madurez personal.
Si miramos a la historia de la humanidad, las personas que
habitamos hoy en día en Occidente somos las que mejores condiciones de vida
hemos poseído y a pesar de grandes logros que han facilitado de manera considerable
nuestra existencia, curiosamente todas esas ventajas no se han traducido en una
mejoría de nuestra satisfacción psicológica.
Vivimos en un mundo orientado hacia la consecución de logros,
con la fantasía generalizada de que nuestra felicidad-seguridad depende del
mayor éxito que tengamos en realizarlos, sin embargo parte de la vida tiene que
ver con las pérdidas y en última instancia, si miramos al final de la
existencia es claro que vamos a perderlo todo.
Por lo que para vivir una vida plena, será conveniente que
nos abramos a contemplar nuestras pérdidas y a desarrollar comprensión acerca
de lo que éstas necesitan para su transformación, ya que si estas experiencias
no las dejamos resueltas nos van contaminando, impregnándonos con una sensación
de que la vida es amenazante y como consecuencia vamos cerrando nuestro corazón
para defendernos. Bellamente expresado en el tema de Bette Midler, The Rose:
“… Es el corazón
temeroso de romperse que nunca aprende a bailar,
Es el sueño que tiene miedo de despertar que
nunca se atreve a la nueva oportunidad,
…Es el alma temerosa de
morir que nunca aprende a vivir.”
Sin embargo para quienes tienen la determinación de que su
pasado tiene que ser vivido para ser liberado, el presente no estará
contaminado y la actitud para enfrentarse a la vida será de aventura, con
conciencia de que las dificultades que nos trae el devenir no son más que
oportunidades para un mayor desarrollo como personas.
En esta reflexión sobre la seguridad es conveniente que nos
planteemos también cómo nos relacionamos con las cosas, éstas son energía y
nuestros apegos a ellas no son más que formas de atascar su fluir con el
objetivo de sentirnos más seguros. Cuánto mayores sean nuestros apegos menor
será nuestra sensación de libertad y viceversa. Nos corresponde a cada uno/a,
el decidir de manera consciente donde está el punto de equilibrio.
Los apegos no están exclusivamente vinculados a objetos, sino
que también pueden ser parte de aspectos inmateriales como: el estatus social, profesión,
prestigio, la propia imagen… Es característico de todo apego que su pérdida nos
cause dolor, y a veces es una sorpresa el encontrarnos con que algo a lo que
pensábamos no estábamos apegados, cuando lo perdemos duele.
Por lo expuesto hasta ahora, podemos decir que la negación de
lo que nos recuerda que nos podemos enfrentar a cualquier pérdida en todo
momento y la obsesión que podemos tener por acumular para sentirnos más seguros,
no nos provoca una mayor seguridad. Curiosamente quien viva la vida aceptando
su inseguridad intrínseca y cultive un desapego consciente, desarrollará una
fortaleza interior que le ayudará a transitar por este mundo cambiante de manera
grácil.
En mi caso la práctica meditativa ha sido una perfecta aliada
para tomar conciencia de ese fondo de inseguridad que habita en mi interior y
que con la calidez de su atención consciente me ayuda a ir disipando esa
oscuridad que tiene que ver con el miedo a la vida.
Alguien podrá pensar que la meditación puede ser una forma de
ensimismamiento y huida de la realidad, pero en mi experiencia puedo constatar
que va ayudando a una toma de conciencia de mi realidad interior potenciándola, pudiendo así hacer cambios que van posibilitando
una mayor autenticidad tanto en lo personal como en mis relaciones con los
demás.
En este lento caminar como sonámbulo, lleno de automatismos voy
despertando a una dimensión que está siempre en el fondo de mi Ser y que hoy en
día puedo reconocer como el tesoro de mi vida.
Pero esta Realidad Profunda no es algo a lo que accedo a
través de mi empeño. Mi mente de superficie (ego), no dictamina cuando la
experimento, sino que sucede cuando ésta se silencia dejando espacio a una
Presencia que se funde con la realidad del momento, pudiendo suceder en
cualquier instante.
En la medida que el ruido de pensamientos inconscientes de mi
mente de superficie se va silenciando, algo que tiene todavía mucho camino por
recorrer, va dejando el espacio libre para que emerja mi Ser Real. Es a través de
este contacto donde voy percibiendo una gradual apertura de corazón y una
visión más ajustada tanto de mi realidad interior como exterior.
Todas estas vivencias van siempre impregnadas de una gran paz
interior, que me van proporcionando un
poso de confianza-seguridad ante el
posible discurrir de las vicisitudes de la vida, ya que la nueva dimensión
descubierta está más allá de los altibajos de la existencia, propias del mundo
de la forma.