Mirada renovada

martes, 18 de diciembre de 2018



Entrevista "Correo de Galicia"


“La muerte no tiene por qué ser una experiencia trágica”

A la sociedad occidental le cuesta un mundo hablar de la muerte, a la que intenta darle la espalda todo lo que puede, pero de la que es imposible escapar. Aún con la sombra de Halloween presente, llega la segunda edición de Muerte (Ediciones Carena), un ensayo que “puede ser un apoyo y una ayuda para superar la pérdida de un ser querido”

Aitor Barrenetxea - FOTO: Estela
Aitor Barrenetxea - FOTO: Estela

MARÍA ALMODÓVAR. SANTIAGO   | 10.12.2018 
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"Necesitamos en Occidente ­devolver a la muerte el lugar que le corresponde". ¿Por qué somos tan cobardes y nos cuesta hablar de ella?
Vivimos en una civilización en la que de manera infantil sólo queremos la parte agradable de la vida, negando y rechazando lo que no nos gusta. Esta actitud genera el problema que cuando esas experiencias que no nos gustan suceden, nos encontramos sin recursos para estar a la altura de las circunstancias.
Aitor, yo no puedo dejar de ver la muerte como una tragedia, a pesar de que nos pueda esperar 'algo mejor'.
Al margen de considerar que esta vida tiene trascendencia o no, la muerte no tiene por qué ser una experiencia trágica. De hecho hay personas que ­acaban el ciclo vital de su cuerpo ­físico, de manera serena, lúcida, ­expandiendo amor hacia sus seres queridos. Cuando estamos en paz con el hecho de que el tiempo que queda es muy escaso y los seres queridos están en sintonía, el resultado será una ­experiencia de Autenticidad y de Amor con mayúsculas. En vez de ser ­víctimas indefensas de la muerte, podemos ser protagonistas del final de la existencia del cuerpo físico.
¿Qué nos puede aportar el budismo para afrontar la muerte de otra manera?
Hay una frase que dice "Morimos como vivimos". La práctica de la meditación es una poderosa herramienta de transformación. Uno de los grandes problemas de nuestra civilización es que vivimos mirando hacia fuera, la meditación nos proporciona una mirada interior que nos ayuda a tener un mayor conocimiento de nosotros mismos. A manejar de manera más eficiente el dolor emocional que emerge ante las situaciones adversas de la vida y poder así aceptar lo que no podemos cambiar. Además, a través de la experiencia meditativa podemos tener atisbos de una identidad más profunda que en su desarrollo nos puede proporcionar la visión de que la muerte del cuerpo no es más que un tránsito a otro tipo de existencia.
En el libro cita esta frase de Einstein: "La mente es como un paracaídas. Si no se abre, no funciona". ¿Qué debemos creer, entonces?
Utilizo esa frase en el libro para indicar que nuestra aproximación a esa realidad última que somos en esencia tiene que ser a través de la experiencia. De poco sirve que lo hagamos a través de la mente conceptual por medio de pensamientos, siendo de esta manera inaprensible.
También es muy significativa esa frase: "Nos preparamos para conseguir logros, pero no nos preparamos para la muerte".
Esto es una confirmación más de la actitud que tenemos hacia la vida, solo queremos su parte amable. Pero la vida está hecha de pequeñas muertes, las cuales vividas con comprensión pueden llevar a prepararnos para la gran pérdida que es la muerte del cuerpo físico. Hay una frase sabia de un maestro estoico de la antigüedad, Epícteto, que decía: "Vive como si todo lo que tienes y valoras lo has recibido prestado y algún día lo tendrás que devolver".
Queremos huir del dolor, y es inevitable pasar por él.
El dolor emocional vivido sin comprensión de lo que este necesita para ser transformado, genera mucho sufrimiento innecesario. Hemos estudiado muchos años y es increíble que en nuestra formación no haya existido algún apartado que considerase al mundo emocional. A nivel personal la introspección que me ha aportado la meditación me ha servido para poder observar las dinámicas del sufrimiento interior y al hacerlas conscientes, poder así transformarlas. En general, se tiende a la evitación, por eso es tan extendido hoy en día el abuso de sustancias y actividades que tienden a comportamientos adictivos, para poder anestesiar lo que duele.
En muchas ocasiones no aprovechamos el presente y nos centramos en el pasado o el futuro...
La vida es lo que sucede siempre en el presente, mientras frecuentemente nos encontramos disociados y proyectados en el pasado y el futuro. Vivimos asiduamente experiencias paralelas a la realidad, por eso en el budismo se habla del despertar de ese estado de ensoñación en el que en general nos encontramos y esto se logra a través del desarrollo de una mente actualizada en el aquí y ahora.
Creo es esta frase no puede ser más real: "La muerte de alguien a quien quieres es como una bomba que explota, cuanto más cerca estás, más daño te causa".
Lo que perdemos es el vínculo que teníamos, por lo tanto a mayor conexión, más profundo será el dolor por la ausencia de ese ser querido.
Siempre oímos decir que el tiempo lo cura todo. ¿Es eso ­cierto o simplemente la emoción se duerme?
Vivimos en la ignorancia fruto de una cultura de negación y evitación del dolor emocional. La sanación de la herida por la pérdida de un ser querido requerirá de que de manera activa y resolutiva vivamos el dolor emocional, diciendo adiós a lo que ya nunca más podrá ser vivido.
Creo que es una verdad como un templo lo siguiente: "Una gran parte del sufrimiento es ­autoinfligido y lo avivamos cuando nos dejamos llevar por el pensamiento automático, asociado al dolor emocional".
A veces ante la intensidad de nuestro sufrimiento queremos poner distancia del dolor emocional sin conseguirlo. La meditación me ha ayudado a tomar menos en serio a esa voz que rige mi cabeza y en momentos de aflicción a no identificarme con el pensamiento inconsciente, procurando estar solo en la sensación física de la emoción, ya que en caso contrario retroalimentamos el sufrimiento.
Para finalizar la entrevista, ¿te gustaría añadir algo más?
Estamos tocando temas de gran profundidad como el ­sufrimiento, la muerte, la trascendencia...
Me imagino que ante lo limitado que es esta entrevista y la gran magnitud de lo tratado, muchas de las preguntas que han podido surgir con la lectura de esta entrevista es probable que encuentren su contestación durante la lectura del libro.

Escritor
"Vivimos en una civilización en la que de manera infantil sólo queremos la parte agradable de la vida, negando y rechazando lo que no nos gusta"
 

lunes, 22 de octubre de 2018

Prólogo Libro "MUERTE"



El libro, "MUERTE: Contemplando la Dimensión Trascendente" en su rodar hacia la segunda edición, se ha encontrado con un compañero especial, Javier Melloni, Teólogo, Jesuita, Antropólogo, quien introduce a la lectura del libro con un prólogo, prueba de su gran interés por la mística comparada y el diálogo interreligioso.




PRÓLOGO

Tememos lo que más necesitamos: nuestra propia muerte. La necesitamos porque sino no podríamos ir más allá de nosotros mismos, no podríamos trascendernos. Estaríamos en la repeti­ción de lo mismo. Uno de los mayores errores de nuestra cultu­ra es confundir la eternidad con la perdurabilidad. La eternidad que anhelamos es una cualidad del instante, no un alargamiento del tiempo. Vivimos solo en cada momento. Las anticipaciones y los recuerdos se viven en el momento presente, aunque nos pa­rezca que podemos anticipar el futuro o retener el pasado.

Aprender a morir es aprender a vivir, porque la vida está hecha de muertes continuas. Vivir es el arte de prender y des­prenderse: acoger apasionada y agradecidamente lo que nos es dado y, al mismo tiempo, ser capaces de soltarlo. Por ello la muerte es la gran maestra de la vida: porque nos lo pide todo para que nos desprendamos del todo y, liberados, podamos acoger lo que abre ante nosotros. Porque la muerte no es un final sino un umbral. Pero para percibirlo así hay que cambiar nuestra mirada sobre muchas cosas. Y conviene cambiarla mu­cho antes de que llegue ese momento para que, en lugar de temerlo, podamos acogerlo y llegar a celebrarlo: poder mirar atrás y agradecer la vida vivida para disponerse a un nuevo modo de existencia, cuyo secreto cubre la muerte con su velo.

A todo esto es a lo que nos invita Aitor Barrenetxea en este libro, fruto de más de veintiocho años consagrados a acompañar el final de la vida como psicoterapeuta. Pero no nos habla solo como terapeuta, sino como ser humano y como hermano que tiene suficiente recorrido en la vida como para haberse convertido en un maestro de la vida.

El libro combina reflexiones personales, experiencias con­cretas y citas de sabios y sabias de todas las tradiciones. Las páginas se abren ante dos escenas muy distintas: su acompa­ñamiento a los enfermos de sida en San Francisco y sus paseos por el bosque. En los dos casos observa que hay vida y muerte, pero nos hace caer en la cuenta de qué diferente es cómo lo vivimos los humanos y los árboles. En los árboles se da una se­rena sucesión de procesos donde no hay resistencias, donde el paso de las estaciones y de los años se produce sin tragedia. Esa presencia arbórea aparece varias veces, entre ellas a través del bello poema de Antonio Machado dedicado a un olmo viejo. En cambio, el ser humano, con sus miedos, apegos y resisten­cias, hace que la transformación constante de la vida en muerte y de la muerte en vida sea mucho más difícil y traumática.

El enfoque del libro está marcado por una comprensión bu­dista de la existencia. El budismo nos permite otra aproxima­ción a nosotros mismos. Percibe el cuerpo como un vehículo y no como algo substancial o constitutivo de la persona; la mis­ma persona tampoco es substancial sino que es un conjunto de identificaciones perecederas. No somos lo que pensamos ser. Estamos en el cuerpo pero no somos el cuerpo; por otro lado, mientras vivimos en el cuerpo, no podemos acercarnos a la rea­lidad última sino a través del vehículo en el que estamos. Esta desidentificación no lleva a la indiferencia y a la escisión, sino a la sabiduría y la compasión. Sabiduría porque permite percibir los procesos mentales y emocionales en los que vivimos sumer­gidos dándonos libertad respecto de ellos, y compasión porque permite comprender a los demás sin juzgarlos.

Con todo, las enseñanzas del libro no se reducen a esta pers­pectiva, sino que aparecen otras referencias, como es el bellocomentario a la oración de san Francisco de Asís: «Señor, haz­me instrumento de tu paz». Otro de los mensajes, apoyado en el testimonio de Victor Frankl en los campos de concentración, es que si bien no somos libres respecto a lo que nos toca vivir, sí lo somos en el modo en cómo queremos vivirlo. Esta elección no depende más que de nosotros. Se trata de dar el paso de la resignación a la aceptación y de la aceptación a la entrega.

Para ello es fundamental la comprensión. Destaco dos fra­ses de una entrevista que le hizo La Vanguardia, en junio del 2018: «Una pérdida no la cura el tiempo sino la comprensión» y «Si vivimos sin comprensión no transformamos el dolor». Para ello es imprescindible la palabra. En nuestra sociedad, la cercanía de la muerte provoca aislamiento, mutismo y elusión. Acompañar permite liberar la palabra que sana a través del compartir y poder expresar el miedo, la rabia y el dolor a la pérdida, propia o ajena.

Es un acierto del autor haber dedicado un capítulo comple­to a un solo relato. Se trata del proceso de una mujer, Lucía, a la que se le puede seguir paso a paso en su transformación in­terior. La clave es «saber quitarse de en medio». Extraordinario relato, verán.

También se aborda el duelo, y el más difícil de todos, que es el duelo por el suicidio de algún ser querido.

Todo ello aparece en Muerte con una gran calidez y modes­tia, sin dar lecciones a nadie, solo proponiendo un camino y unas actitudes, tanto para que podamos acompañar a otros como para prepararnos nosotros mismos para cuando parta­mos.

Hoy es necesario más que nunca acompañantes del segundo nacimiento. Por ello este libro es tan necesario.

Javier Melloni


miércoles, 8 de agosto de 2018


Aitor Barrenetxea: “Una pérdida no la cura el tiempo sino la comprensión”
El psicoterapeuta, Aitor Barrenetxea, autor del libro 'Muerte, contemplando la dimensión trascendente' (Ediciones Carena)

El psicoterapeuta, Aitor Barrenetxea, autor del libro 'Muerte, contemplando la dimensión trascendente' (Ediciones Carena)

08/06/2018 00:05Actualizado a08/06/2018 15:24
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“Javier está ingresado, muy grave, está muy lúcido, contento, tranquilo, sin dolor. Despidiéndose. Quería darte las gracias, has ayudado mucho a este final feliz”. El mensaje recibido por AitorBarrenetxea (Bilbao, 1953) ilustra el resultado de más de 18 años de trabajo en torno al final de la vida: podemos morir bien. Psicoterapeuta, publica el libro Muerte, contemplando la dimensión trascendente (Ediciones Carena), un análisis que la sobrepasa y se adentra en temas como el dolor, el envejecimiento o el apego.
¿Es la muerte un tabú?
Vivimos en una sociedad bastante superficial que sólo quiere lo bueno de la existencia. Pero ésta tiene una parte de dolor. Pensamos que si no lo miramos nos escapamos de él. El resultado es que cuando luego nos tocan esas experiencias no tenemos recursos, no hemos desarrollado músculo de trabajo con la adversidad para transformarla. Por eso aparecen muchos de los comportamientos adictivos.
En general, ¿cómo nos enfrentamos a la muerte?
Con resignación. Cuando se recibe un diagnóstico terminal, por ejemplo, muchos se retiran, se aíslan del mundo. Se vive con amargura y con sensación de derrota.
¿Cuál debe ser la preparación?
La vida nos da muchas dosis de adversidad. El problema es que si nos escapamos cada vez que tenemos un dolor emocional sin resolverlo, cuando llegue la muerte, la gran pérdida, nos vamos a enfrentar a ella con los recursos que hemos ido desarrollando. Si el mío ha sido la evitación, así voy a actuar ante ella.
La paz está en la vivencia emocional y la aceptación de lo que no se puede cambiar”
Hay mucha diferencia entre los que hacen de su casa un lugar abierto de despedida y aquellos que se atrincheran.
Sí. Uno de los objetivos del libro es decir: podemos morir bien. He visto muertes donde el hogar se transforma en sitio de bienvenida. No hay que esconder nada, hay que aprovechar el tiempo que nos queda. Es un sitio de cuidados, de amor y de vida, no de muerte. Se habla de lo que hay, de lo que queda, la comunicación es profunda. Ya no caben las tonterías ni el personaje que llevamos a cuestas.
Paradójicamente, se refuerza la vida.
Cuando el final se vive con consciencia es un acicate para la vida. Hay parejas que dicen que nunca han sentido tanto amor como en una situación de decrepitud o de gran limitación de una de las partes.
¿Para morir bien hay que vivir emocionalmente bien?
Claro. Tenemos que asumir que el dolor es parte de la existencia. Cuando maquillamos la vida no nos preparamos para situaciones complicadas, para cualquier tipo de muerte: la separación de la pareja, que te despidan del trabajo, la pérdida de un ser querido, una enfermedad grave… De nosotros depende si hay aceptación o no. Tenemos que aprender a fluir con la vida.
Hay muchas pruebas.
Que además no se pueden cambiar y en las que ni siquiera podemos incidir en el resultado. La vivencia emocional y la aceptación de lo que no podemos cambiar es donde se encuentra la paz.
¿El sufrimiento también se descarta socialmente?
Haría una distinción entre dolor y sufrimiento. La vida nos va a dar dolor emocional, pero el sufrimiento es lo que nosotros añadimos a la experiencia de dolor. Si yo rechazo lo que me toca, voy a amplificarlo. De nuevo, la aceptación es clave.
También en la pérdida de un ser querido.
Es un proceso, necesitamos un periodo en el que tenemos que vivir esas emociones. Al principio no podemos decir adiós de verdad esa persona, no podemos aceptar que se haya ido pero sí ese dolor emocional, el miedo, la tristeza profunda, de enfado e incluso de culpa. Llegará un momento en el que podremos discernir que estamos apegados a algo que ya no está y despedirnos de lo que no va a poder ser: la interacción, su voz, el contacto.
¿Es cierto que el tiempo cura?
Se habla mucho del tiempo y es cierto que es importante, pero sobre todo necesitamos comprensión. Sin ella no elaboramos. En mi experiencia me he encontrado con gente que al hablar de una persona fallecida era como abrir una compuerta al dolor guardado. A pesar de los años no habían resuelto nada, no habían transformado los recuerdos tristes y dolorosos en positivos y felices por haber podido disfrutar del tiempo con esa persona.
Cuando la muerte se vive con consciencia es un acicate para la vida”
Nos quedamos apegados.
Sí, hasta a los propios objetos, que utilizamos como un sucedáneo. Hace poco tuve una mujer que conservaba los rulos de su madre porque conservaban el olor y sólo le provocaban dolor. Si vivimos sin comprensión, no transformamos el dolor.
Dice que tendemos a vivir el dolor a través del pensamiento.
Con el componente mental lo podemos retroalimentar. Vivimos en un mundo muy mental en el que lo racional está muy por encima de lo emocional. Muchas veces el problema es que intentamos resolver problemas emocionales desde el pensamiento racional. Es mejor canalizarlo a través de la sensación física, como la bola en el estómago o la presión en el pecho.
¿Cambia la muerte siendo creyente o no?
Más importante que la creencia es la experiencia del contacto con mi realidad profunda, mi yo interior, a través de la introspección, ya sea dios o como quiera llamarse. Conectar con algo que está más allá del cuerpo físico.
¿Hay desdén hacia el envejecer?
No hay duda, una de las vacas sagradas de nuestra civilización es la juventud eterna. Hay una industria montada en torno a ello, a tapar el paso del tiempo. Curiosamente la juventud es la primera parte del ciclo vital, una fase expansiva de crecimiento, pero de ahí pasamos a otra de retorno en la que comienza a haber pérdidas progresivas: tu repercusión profesional, social y familiar.
Cuesta adaptarse a ello.
Vivimos en un mundo en el que nos hemos creído que la felicidad llega a través de la consecución de logros y, como no tenemos recursos para enfrentarnos a ese momento, nos encontramos muy desorientados. Es una etapa por tanto que no nos gusta. De nuevo, el apego. Hay una frase de Epicteto muy clara: Vive como si todo lo que tienes y valoras lo has recibido prestado y algún día lo tendrás que devolver
Subraya el envejecimiento consciente.
Es un momento de oro para que hagamos esa introspección, dejar de hacer y centrarnos en el ser.
Si vivimos sin comprensión no transformamos el dolor”


sábado, 28 de julio de 2018






                        Entrevista Diario de Noticias (28-05-18)


P.- Morir bien. Es un concepto del que ahora se está hablando con motivo del Testamento Vital o documento de Voluntades Anticipadas a raíz de la promoción del nuevo registro. ¿Se muere mal?

R.- Me parece muy importante que haya un debate con los aspectos éticos en torno al final de la vida y que se regule para evitar que tengamos que enfrentarnos a un sufrimiento innecesario. Pero el libro “Muerte” está orientado en hacer una reflexión sobre el sentido de la vida y cómo nos enfrentamos a esta experiencia en primera persona o como ser querido.

P.-¿Cómo brota tu inquietud en torno a la muerte, en qué momento?

R. – El año 1991 después de dar muchas vueltas, siempre con el anhelo de encontrar un sentido a mi existencia, me topé en San Francisco (Estados Unidos) con la pandemia del Sida en su pleno apogeo. Mi experiencia como voluntario en Shanti Proyect, organización destinada a dar apoyo emocional a personas con VIH-Sida y a sus seres queridos, fue una experiencia transformadora que me ayudó a encontrar mi sitio en el mundo, por fin daba sentido al trabajo que realizaba. De vuelta a Pamplona con la ayuda de varias personas creamos SARE para dar este mismo servicio de acompañamiento.

P.- La muerte sigue siendo un tema tabú en esta sociedad en la que vivimos. ¿Me imagino que esta actitud tendrá una importante repercusión en la forma en la que morimos?

R.-No cabe duda que cuando negamos una realidad que nos va a acontecer, cuando sucede nos encontramos mal preparados. Vivimos en una civilización que de manera muy superficial  sólo quiere la parte agradable de la vida y como consecuencia negamos la muerte. Proyectando sobre ésta una visión trágica que actúa como una profecía que acaba convirtiéndose en realidad.

P.- Pero curiosamente hablas de vivir esta etapa final de la vida de manera “lúcida, serena y amorosa como la culminación de la existencia”.

R.- En mi experiencia ante el ocaso de la vida del cuerpo físico, he sido testigo de personas que han acabado sus días con elegancia, para quienes el final ha consistido en un perfecto broche de despedida, trasmitiéndonos inspiración a quienes tuvimos la dicha de compartirlo.

P.-  ¿Podías compartir algo más de este final inspirador?

R.- A diferencia de cómo en general se vive esta fase final con la resignación ante la maldición de tener que morirse, he sido testigo de situaciones en las que el domicilio se convierte en un espacio de bienvenida, cuidados, amor, … en el que las amistades acuden a compartir lo poco que queda, en la que el muriente no es la víctima de una enfermedad terminal, sino que el protagonista de su despedida.

P.-  ¿Me imagino que los seres queridos más cercanos también jugarán un importante papel en el proceso de morir?

R.- No solo pierde el que se muere, sino que también los que se quedan. A veces me he encontrado en situaciones en las que  el muriente me comunicaba que había aceptado el hecho de morir, algo que a alguno de sus seres queridos le resultaba inaceptable. Mecanismos como la negación, dependencia, miedo a la muerte serán grandes obstáculos para poder vivir lo poco que nos queda con nuestro ser amado en plenitud. Sin embargo hay parejas que expresan que nunca han sentido tanto amor como el que se está dando en unas condiciones tan extremas. Curiosamente una situación tan límite tiene el potencial de transformar de manera radical la intensidad de vivir lo poco que queda por compartir.

P.-  ¿Qué necesitamos hacer en nuestras vidas para prepararnos a una buena muerte?

R.- Hay personas que sin ninguna preparación lo hacen bien, tienen como una inteligencia para la vida que les ayuda a cerrar su círculo vital de manera armónica. Sin embargo estos son una minoría,  en general se muere con mucho sufrimiento.  En la sociedad en la que vivimos, aprendemos que el dolor psicológico debemos evitarlo, negarlo, huir de él… Sin comprensión de lo que necesita para ser transformado lo vivimos como algo antinatural y lo convertimos como en un enemigo del que hay que escapar, algo que perpetúa su existencia. El proceso de morir será un período de tiempo en el que nos vamos a enfrentar a muchas adversidades las cuales nos generarán mucho dolor emocional, de su resolución dependerá nuestro bienestar.

P.- Dedicas dos capítulos al duelo por la pérdida de un ser querido. ¿Qué se requiere para curar esa herida.

R.- El duelo es la dolorosa consecuencia de una pérdida significativa. A mayor vínculo con nuestro ser querido, mayor será la herida psicológica. En general nos encontramos sin conocimiento de lo que tenemos que hacer para sanar. Existe la falsa creencia de que es el paso del tiempo el que sana. Necesitamos tiempo, pero a la vez se precisará que de manera activa y compasiva nos hagamos cargo de las diferentes formas en las que el dolor se expresa en nuestro interior y que podamos aceptar la nueva realidad, diciendo adiós a lo que nunca más podrá ser vivido. 

P.- ¿El hecho de que alguien crea que la vida no acaba con la muerte del cuerpo físico tendrá una importante repercusión en como encaramos la muerte?

R.- Para quienes hayan experimentado su Dimensión Profunda y tengan acceso a ella, sean religiosos o no, tendrán la oportunidad de conectar con esa realidad trascendente, mientras el deterioro del cuerpo físico sucede. 

P.- ¿Cómo entramos en contacto con esa realidad trascendente?

R.- En mi caso ha sido a través de la meditación, siendo ésta una poderosa herramienta de autoconocimiento y transformación personal. Me ha facilitado el descubrimiento de mi dimensión más profunda y me ayuda a seguir con el desarrollo y actualización de mi potencial espiritual.

P.- ¿Acabas el libro con una reflexión sobre el envejecimiento?

R.- Como consecuencia de vivir en una sociedad tan centrada en lo aparente, hemos desarrollado muy poca comprensión hacia esta etapa de la vida. En la mayor parte de los casos el envejecimiento es la antesala de la muerte. Nos vamos enfrentando de manera progresiva a pérdidas, pequeñas muertes que nos van limitando nuestras capacidades para el hacer, pero a su vez puede ser una oportunidad para emprender un camino de introspección en la búsqueda de la existencia de la Realidad Trascendente.

P.- ¿Cómo se avanza en ese idílico proceso de equilibrio personal?

R. –En la tercera parte final del ciclo de la vida, aproximadamente a partir de los 60 años, no sólo se van perdiendo facultades físicas, sino que también nuestra relevancia en el mundo profesional, social y familiar se va aminorando; pero a la vez éste puede ser un momento fantástico para la interiorización, soltando ese personaje que hemos montado de cara a la sociedad y que ya no tiene futuro. La meditación será una poderosa herramienta que nos ayudará a realizar ese viaje de autoconocimiento, facilitando que tomemos conciencia de hábitos inconscientes que nos generan sufrimiento innecesario. Por ejemplo cuando sentimos dolor emocional, si nos dejamos llevar por el pensamiento inconsciente acabaremos retroalimentando nuestra aflicción. La meditación nos ayudará a vivir las pérdidas de esta etapa de la vida sin recrearnos de manera sufriente. Desarrollar la parte de la mente que puede ser consciente de nuestros actos es la tarea pendiente que tenemos a nivel colectivo. A pesar del gran desarrollo tecnológico que hemos alcanzado, cuando este se apoya en la codicia, poder, inconsciencia... tiene unas funestas consecuencias para la vida en este planeta. Nuestra tarea pendiente es que nos orientemos a un nuevo mundo basado en la Consciencia y el Amor. ●