Mirada renovada

domingo, 22 de diciembre de 2013

Despedida


Me encuentro a las puertas del cierre de una etapa y quiero compartir con vosotros/as este hito en mi camino. Hace 23 años empecé mi andadura profesional en San Francisco (USA), durante el apogeo de la pandemia del SIDA. Mi experiencia como voluntario en “Shanti Proyect”, organización destinada a dar apoyo emocional a personas con VIH-SIDA y a sus seres queridos, fue una experiencia transformadora. Por un lado encontré mi sitio en el mundo, por fin daba sentido al trabajo que realizaba y por otro el acompañamiento a la muerte me llevó a buscar inspiración en libros de personas que apoyaban a moribundos. Curiosamente aquellos con los que resoné eran budistas.
 
El gran impacto de aquellas lecturas, me llevó a probar la práctica de la Meditación Budista. Actividad que de manera progresiva fue creciendo y lo que al principio suponía un apoyo para mi práctica profesional ha llegado a ser el objetivo primordial de mi vida.

Me he encontrado ante la disyuntiva de ser un buen profesional o de seguir profundizando en mi camino espiritual. Tengo que reconocer que el personaje de Psicoterapeuta que he creado es un obstáculo en mi proceso de autorealización, es por eso que he decidido soltarlo. Esto no significa que me retiro del mundo, sino que simplemente dejo esta actividad y que mi práctica  espiritual sigue incluyendo el servicio a los desfavorecidos.

Durante años he visto en algunas personas con quienes he trabajado el gran peso que soportaban de sus personajes (madre del mundo, responsable del dolor ajeno…)  y me venía muchas veces la idea de facilitar un taller que en clave de humor les ayudara a liberarse de tan pesada carga, “Cómo llegar a ser un Don Nadie”.  Para que con una honesta mirada darme cuenta de que yo también estaba necesitado de un trabajo similar,  a menudo suele ser más fácil ver en los demás lo que necesitan cambiar que en uno mismo.

Todos estos años en torno al sufrimiento humano han supuesto una intensa experiencia, a veces ayudando a hacer importantes cambios y otras sintiéndome impotente para poder hacerlo. En general siento satisfacción por el enriquecimiento mutuo que ha supuesto mi experiencia como psicoterapeuta y también siento la desazón de quienes viven como un abandono el final de esta etapa.

Estos días me estoy despidiendo de manera personal de las personas con quienes actualmente hago sesiones. Pero para quienes en el pasado,  me habéis dado el privilegio de ser vuestro aliado en ese viaje hacia vuestro interior, quiero expresaros mi gratitud y deciros que aunque mi práctica como psicoterapeuta ha llegado a su fin, si tuvierais la necesidad de hacerme alguna consulta, vía e-mail será bienvenida.

Hace aproximadamente año y medio daba expresión a este Blog que titulaba “Mirada Renovada”. Quería ofreceros una mayor comprensión de cómo realizaba mi práctica desde mi papel de Psicoterapeuta, a la vez que escribir algunos artículos de reflexión sobre el sufrimiento humano.

Quiero agradeceros a quienes  os habéis brindado a compartir vuestras experiencias, sensaciones acerca de los escritos que he publicado, a través del blog o más discretamente por medio del correo electrónico. Por si alguien tuviera dudas quiero aclarar que en toda la vida del blog no he dejado de publicar ningún comentario, ya que seis personas me han comunicado que me mandaron un comentario y realmente nunca los recibí. Duendes de la informática.

Deciros también que el blog seguirá vivo y que próximamente necesitará de una renovación para adaptarse a este proceso cambiante que precisa esta nueva mirada renovada.

Aprovecho también para desearos que con la llegada del Solsticio de Invierno-Navidad, así como la luz del sol se prolonga de manera progresiva para empequeñecer la oscuridad de la noche, de la misma manera en este desalmado mundo vaya creciendo la luz de la Consciencia, para que ésta vaya menguando las tinieblas y consecuencias de la inconsciencia.



Abrazos/Aitor

miércoles, 9 de octubre de 2013

El arte de Morir


Hacía más de cuatro años que un tumor maligno canceroso había sido extirpado de una mama de Lucía, mujer activa de 45 años, buscadora y amante de su profesión de enseñante. 
 
Aquella llamada telefónica, urgiéndole a que se pasara por el hospital para que le realizaran una ecografía, después de una rutinaria revisión anual de mamografía,  fue el preludio de una vívida pesadilla.  A la ecografía le siguieron más mamografías, una biopsia, análisis de sangre, todo esto acompañado de un miedo que hizo pedazos su falso sentido de seguridad y que era la respuesta normal a quien siente su vida seriamente amenazada. Llegó el momento del diagnóstico: 

  (Doctor) -Tiene un tumor maligno de dos centímetros alojado en su mama derecha.

 (Lucía) -Es cáncer.

 (Doctor) –Sí, efectivamente...


Un escalofrío recorrió todo su cuerpo que le disoció del contacto con el médico y le sumergió en un estado de confusión y miedo…, después de un incalculable lapso de tiempo, poco a poco, volvió a conectar con aquel médico que con amabilidad pretendía  ayudarle dándole  un mensaje esperanzador, resaltando los aspectos positivos y minimizando los negativos.

Ya que en su cuerpo residía una pequeña parte que se había rebelado a su código genético, que crecía de manera galopante y  tenía un alto poder destructivo. Se precisó de una respuesta agresiva para neutralizarlo. A la operación prosiguió el postoperatorio y más tratamientos de radio y quimio. Fue un año muy duro.

Prosiguieron dos años y medio de resultados negativos a los controles médicos, donde la vida fue volviendo a la normalidad. No resultaron ser más que una tregua, pues unas molestias en los huesos confirmaron ser metástasis óseas. Enseguida se empezó un nuevo tratamiento de quimioterapia, que seis meses después, debido a su ineficacia, fue cambiado por otro.


Lucía sentía como su cuerpo seguía debilitándose. Las sesiones de quimio eran una   auténtica paliza. Además ya no experimentaba una mejoría antes de la siguiente toma, lo cual le hacía pensar que los tratamientos solo le servían para incrementar su malestar. Por si tenía alguna duda, aparecieron en su piel unas erupciones de color rosáceo, que resultaron ser metástasis cutáneas. Rechazó los adicionales tratamientos que le ofrecieron, pues quería aprovechar lo poco que le quedaba por vivir, con un mínimo de calidad de vida.

Lucía además de su pareja Jesús, tenía una gran amiga, Bego. Desde la adolescencia había compartido con ella sus experiencias más significativas. A diferencia de la relación con su pareja, a quien especialmente en esta coyuntura, había decidido no cargarle emocionalmente. Con Bego tenía una relación con quien podía comunicarse sin restricciones de ningún tipo. Una tarde cuando se encontraban solas, Lucía arrancó:

  -Bego, ya no puedo más, me encuentro exhausta. Veo mi rol de mujer fuerte, en el que me he apoyado toda la vida y siento a mi entorno que me trasmite “tienes que seguir luchando”, como si tuviera a través de mi fuerza, la posibilidad de escapar de esta enfermedad. Todo esto lo siento como un gran obstáculo para dar la respuesta adecuada a lo que me está tocando vivir. Por un lado, me da la sensación que es como tirar la toalla, como salir derrotada de esta experiencia y por otro, hay algo profundo dentro de mí, que necesita descansar y abrirse a esta nueva etapa.

Bego que cogía la mano de Lucía, la soltó para sujetar con su brazo la frágil espalda de su amiga, invitándole a que se apoyara en su hombro y se permitiera sentir vulnerable. El cuerpo erguido de Lucía cedió ante el brazo acogedor de su amiga. Brotó el dolor emitido en sollozos y cuando el llanto remitió, Bego desde su corazón reconoció:

  -Qué duro es lo que te está tocando vivir.

Estas palabras permitieron a Lucía poner  voz a su aflicción. Expresando la rabia ante lo injusto de lo que le estaba tocando vivir, su lamento por las innumerables pérdidas que ocasionaba a su vida y su miedo ante lo impredecible de lo que le quedaba de vida.


Después de una considerable descarga emocional, caía la tarde, Lucía se quedó sola, ya que Bego tuvo que volver al cuidado de sus hijos. Encendió la lámpara de la sala, sus ojos se detuvieron en una foto suya de hacía aproximadamente veinte años, le parecía estar viviendo una pesadilla; que aquella mujer joven, sonriente, vital y aquella mano huesuda, que sujetaba la foto y estaba pegada a aquel cuerpo decrépito, pertenecieran a la misma persona…


Siguieron días de una enorme tristeza, la suerte estaba echada, ya no tenía sentido lo que le quedaba por vivir, no existía ninguna expectativa agradable de futuro, solo el progresivo deterioro de su cuerpo físico, hasta su total extinción con su consiguiente carga de dolor físico y emocional.

 
 Pero no todo estaba perdido, pues durante años había mantenido una práctica espiritual que le había mostrado cual era la causa de su sufrimiento y  de cómo trascenderlo. La  fuente de éste era el deseo centrado en ella misma, su “ego”. Consideró que en este momento en el que se encontraba herido de muerte, podía ser una buena coyuntura, para intentar soltar las amarras de identificación con su “falso yo” y embarcarse en la aventura de cruzar a la otra orilla, hacia el misterio del SER, del que había tenido algún atisbo de experiencia.
 
Resultó ser un balón de oxígeno para Lucía. Lo que le quedaba por vivir tenía sentido. Fue un momento para inspirarse en algo ya leído y sobre todo reanudar la práctica meditativa. No era nada fácil aquietar aquella mente asilvestrada por el pensamiento compulsivo, aunque su determinación le mantuvo firme en su propósito.

Después de varios días con escaso éxito tratando con tormentas de dolor físico y emocional, se encontraba Lucía en la aflicción más intensa de la noche oscura del alma, cuando se percató que su ego se había sutilizado y que en el fondo seguía existiendo un alguien que quería que el proceso fuera de otra manera. De pronto una luz cálida invadió el cuerpo de Lucía, que le sugería “QUÍTATE DE EN MEDIO”. En ese instante se dio una profunda comprensión y aceptación de lo que le estaba tocando vivir y en la medida que su interés de que su situación fuera de otra manera, cedía a un alinearse con lo que la vida le deparaba, empezaba a sentir una profunda quietud, que nada tenía que ver con la resignación de la amarga derrota, sino que le invadía una inmensa serenidad, una presencia sagrada nunca antes percibida. Se estaba dando una significativa transformación, un despertar a una dimensión más profunda.
 
Sentía a su compañero con la negación de quien no quiere ver lo obvio de lo que se avecinaba. El seguía empeñado en nuevos tratamientos. Lucía le insistía en que dejara de correr en dirección opuesta a la realidad:

-Mira Jesús, nos queda muy poco tiempo, no malgastes lo escaso que tenemos con reproches infantiles, déjate vivir esas emociones de rabia, miedo y abandono sin recrearte en la víctima. Tu paz interior y el corto futuro de nuestra relación dependen de que aceptes….

-(
Jesús enfadado) Pero cómo voy a aceptar que te dejes morir.

-(Lucía) Jesús abre los ojos, mi cuerpo está desahuciado, para mí ha sido muy doloroso reconocerlo, pero en ese reconocimiento he encontrado la paz y donde lo poco que nos queda por vivir, puede ser el acicate para vivir el presente de nuestra relación con una intensidad y conciencia nunca vividas anteriormente.

  La amorosa mirada de Lucía impregnaba  sus palabras de una quietud que iba calando en su compañero, su profunda presencia en el ahora atraía como un imán a Jesús al presente instante, donde todo era perfecto. Durante los próximos días Jesús se vivió inmerso en una extrema polaridad, cada vez que su mente moraba en ideas que no aceptaban la realidad, su infierno personal emergía. Sin embargo, cuando en presencia de Lucía compartía lo que cada momento proporcionaba, todo era una bendición. Por lo que la lección era clara, el no alinearse con lo que la vida le deparaba era la ruta directa de acceso al sufrimiento, mientras que su salida era rendirse a vivir cada instante tal cual era.
 
Juli, la madre de Lucía era una mujer comprometida con los desfavorecidos del planeta, su brújula era el espíritu del Evangelio. Lucía desde muy pequeña tenía el recuerdo de ver a su madre en programas de ayuda al tercer mundo, incluso recordaba a mendigos comiendo en su casa, a quienes después de un baño, les regalaba ropa de su marido. Juli se percató enseguida de la transformación que se había producido en su hija.

  -Lucía estoy sorprendida del cambio que has dado sin aparente motivo, a veces me viene la idea “no será que te has curado”, ya que el dolor ha desaparecido y ha vuelto la alegría….

  -Mira amá, mi cambio nada tiene que ver con la curación física, es el resultado de una sanación interior. Te acuerdas en mi juventud  como discutíamos y como me rebelaba a lo que me parecía una excesiva sumisión “Hágase  Tu Voluntad”. No podía comprender que ante lo que me parecía injusto, tuviéramos que agachar la cabeza. Pues hoy es el día que a través de mi experiencia he comprendido el significado profundo de esas palabras. Mi cambio es el resultado de quien vive con un corazón abierto lo que la vida le depara.

  -(Juli) -Curiosamente ha sido una frase que me ha guiado en momentos difíciles de mi vida, pero hoy es el día que todavía
tengo que hacer las paces con Dios y aceptar este amargo trago. Aunque el sentir en este momento que tú eres, con lo que te está tocando pasar, expresión viva de esa máxima, me alivia el dolor y me trasmite mucha inspiración.

  Madre e hija se fundían en un abrazo en el que los papeles biológicos se invertían, esta vez era el frágil cuerpo de Lucía el que daba refugio a su desconsolada madre y le susurraba:

  -“Hágase Tu Voluntad”………….”Hágase Tu Voluntad”……

  El cuerpo de Juli se convulsionaba, expresando el dolor de una madre que va a perder a su única hija. Poco a poco la tormenta emocional iba amainando, su cuerpo se iba distendiendo permeado por el amor y la presente quietud que Lucía emanaba, hasta que por la boca de la propia  Juli se escucharon las palabras:

  -“Hágase Tu Voluntad”….

-Amá, ya lo has conseguido, estate muy atenta pues cuando bajes la guardia, la mente volverá a intentarlo, a desear que las cosas sean de otra manera. Ya sabes “Hágase Tu Voluntad”.

José Mari padre de Lucía era una persona que tenía una considerable importancia en el mundo social, mientras que en su propio hogar era eclipsado por su esposa Juli. Pertenecía a ese tipo de hombres para quienes la vulnerabilidad no era cosa del género masculino. Prefería no quedarse sólo al cuidado de su hija. Lucía le planteo a su madre que se buscase una excusa para que pudiera estar a solas con su padre.
 
  Padre e hija pudieron hablar en profundidad. Lucía mencionó a aquella niña enamorada de su padre, con quien se había identificado renunciando incluso a su feminidad, para sentirse con la llegada de la adolescencia dolorosamente rechazada, sin motivo aparente. José Mari su padre pudo expresar  que reaccionó distanciándose  cuando se dio cuenta de que el cuerpo de su hija se estaba transformando en mujer, entonces sintió que aquella relación tan afectuosa y con tanto contacto físico, empezaba a ser inadecuada. Así fue como Lucía emprendió una etapa de rebeldía, estando en contra de todo lo que pudiera representar el mundo de su padre. Fueron años difíciles para José Mari el constatar que “la niña de sus ojos” se había transformado en un enemigo… 
 
Las diferencias del pasado expresadas en un clima amoroso, lejos de producir dolor servían para que nada quedase sin ser expresado. Padre e hija se encontraban como nunca lo habían hecho. Hablaban del amor que uno sentía por el otro, de la vida, de lo que perece y no fenece. Lucía mostraba una radiante,  amorosa serenidad que de nuevo cautivaba a su padre, que procedía como de una dimensión superior y que empezaba a expresarse en la conciencia de José Mari.
 
A pesar de las limitaciones de su cuerpo físico, Lucía tenía una clara determinación de cerrar el círculo de su vida. Para ello convocó a sus amigos a una reunión de despedida. Hacía días que a voluntad suya, el salón de su casa se había transformado en su habitación, su cama ocupaba el espacio del sofá, para poder así seguir estando inmiscuida en la vida.

Los invitados fueron recibidos por Jesús y Bego, siendo acomodados en un círculo de sillas alrededor de la cama donde yacía Lucía, con la advertencia de esperar a su turno para comunicarse con ella. Había ausencias significativas de quienes no tenían el valor de decir el definitivo adiós. Lucía se dirigió al grupo:

 -Bienvenidos a esta casa y gracias por darme la oportunidad de despedirme de cada uno de vosotros. Hace cuatro años tuve una desagradable visita, “el cáncer” y lo que pareció ser una maldición ha resultado ser todo lo contrario. Durante un tiempo en mi vida mantuve una práctica espiritual en la que eché en falta la ayuda de un maestro y hoy es el día, que lo que parecía ser mi más difícil enemigo, se ha transformado en mi guía. Me encuentro en el crepúsculo de mi existencia física y todo lo siento perfecto, por dramático que pueda parecer,  aunque mi cuerpo se encuentra cada vez más limitado, me siento más viva que nunca, como si me hubiera liberado de una camisa de fuerza, que no me permitía abrir mi corazón y vivir a tumba abierta…”

El tono de voz de Lucía aunque había perdido su habitual energía, estaba cargado de amor. Sus ojos irradiaban una luz de quien ha alcanzado la cima de su potencial interior. La audiencia escuchaba absorta, con una atención que no permitía la más mínima distracción, mientras iba siendo permeada por el amor y presencia que emanaba de Lucía.

 Bego planteó hacer un ritual de despedida. En el centro de la sala había unas velas que podían ser encendidas por cada uno de los asistentes, a la vez que ponían voz a lo que necesitaban expresar. Apagó la luz.

 Los contagiados corazones fueron compartiendo en voz alta ese mundo emocional que en la mayoría de los casos se vive en la intimidad. Fueron momentos de  gran intensidad, donde la conciencia de estar por última vez con un ser querido, propiciaba un clima de gran comunicación, donde se expresó amor, gratitud por lo vivido, dolor por la inminente pérdida, recuerdos…Una vez finalizada la ronda del grupo, Lucía dio muestras de agradecimiento y dijo:

  -Tengo un regalo para cada uno de vosotros. Todos os habéis dirigido a esta parte de mí que es perecedera y le habéis dicho adiós, ahora yo os invito a que digáis hola a esta parte de mí que está aquí presente, que nunca ha nacido y nunca va a morir y que también es parte de cada uno de vosotros. Mi Presente, es este Presente, que precisa de vuestra atención, de estar cada una, cada uno, aquí Presente. La mejor forma de arruinar este regalo es que intentéis percibirlo a través de la mente conceptual, así que dejaros sentir…

En el marco de aquel silencio, la presencia de Lucía brillaba irradiando como el sol al amanecer a cada uno de los presentes. Después de un rato percatándose de que quedaba alguien que estaba analizando lo que estaba sucediendo, con una sonrisa, hizo sonar un timbre  que tenía encima de la mesilla y dijo:

  -Ultimo aviso a los pasajeros que estén perdidos en el pensamiento.

  Sonaron algunas risas y el silencio volvió a reinar durante unos minutos más, Lucía tomó la palabra e hizo conectar al círculo con las velas.

  -Mirad a la luz de estas velas, son el claro reflejo de lo que hemos creado aquí. Grabar esta imagen y recordar que cualquier situación adversa que os toque vivir, por muy oscura que parezca, siempre la podréis iluminar con la aceptación de vuestro corazón.


  A indicación de Jesús, los participantes fueron abandonando la casa con la sensación de haber vivido una profunda experiencia. Lo que habían anticipado en sus mentes como el desgarro del adiós, no cuadraba con la percepción de que todo estaba bien, que emanaba Lucía y había sido trasmitido a sus corazones. El regalo del “Presente” tuvo para algunos atisbos de experiencia, pero incluso para los más escépticos, lo vivido en aquél encuentro no eran palabras bonitas para salir del paso, sino que estaban confirmadas por la respuesta magistral de alguien, a quien la vida le confrontaba con una situación límite.


 Las visitas se sucedieron en la casa, su hogar se había convertido en una improvisada escuela de conocimiento. Su condición de enseñante no cejó hasta que sus fuerzas se lo impidieron. Había escalado a la cima de su Everest interior y esta fue la última asignatura que trasmitió sus últimos días. Sus palabras expresaban prometedores augurios con respecto al futuro de la humanidad:

  -Que todos los seres puedan liberarse del sufrimiento y llegar a realizar su realidad última. Siendo guiados por la expresión más genuina de su Esencia, el amor imparcial hacia todos los seres y el gozo espontáneo de la sabiduría, convirtiendo así al planeta en un paraíso donde reine la armonía…

   Bego visitaba a Lucía todo lo que podía,  generándole culpabilidad de estar desatendiendo a sus dos hijos: 
 
  -Lucía no me cansaré de repetirte, no sabes lo dichosa que me siento de ser testigo de la transformación que en ti se ha dado y que lo puedas  compartir conmigo. Cada vez que vengo a esta casa me inunda un gran bienestar, como si entrara en una nueva dimensión donde nada falta ni nada sobra, pero cuando me voy, es como si volviera a ser la Bego de siempre con todo mi barullo mental.

  -A mí también me pasaba lo mismo, mi despertar ha sido fruto de verme confrontada con la muerte de mi cuerpo físico, como si hubiera asistido a un curso intensivo, en el que cada vez que me identificaba con la idea de mí, lo único que percibía era sufrimiento. Te acuerdas de la práctica espiritual que compartimos hace años. Ha resultado ser como el mapa que me ha ayudado a escapar del doloroso laberinto en el que me veía sumida, ayudándome a reconocer e instalarme en mi Dimensión Profunda. 

 
-Bego es importante que busques ese equilibrio en el que estés conmigo y que tus hijos no se sientan abandonados, pues todavía te necesitan. A propósito de Kai e Iratí quería hablar contigo. Por mi condición de maestra a lo largo de estos veinte años de profesión, he sido testigo de muchos casos  de niños que han perdido a una figura parental. En la gran mayoría de situaciones he comprobado cómo por ahorrarles el dolor de la realidad, se les daba informaciones poco claras, que mezcladas con la propensión de los niños al pensamiento mágico les creaban muchos problemas. Te voy a contar algo que me sucedió antes de caer enferma. Me di cuenta que Nahia, una niña de ocho años, que había perdido recientemente a su padre, se aislaba en el recreo con una gran expresión de tristeza. Me acerqué a ella con el propósito de ayudarle y le dije:

-Nahia, tengo una sorpresa para ti. (se le abrieron los ojos, inspiró profundamente, se le encendió el rostro de alegría) Sabes qué me contestó.

  -Ha venido mi padre a verme, ¿verdad?

 -Te puedes imaginar lo doloroso que fue decirle a aquella niña que su padre no había venido… Bego, me gustaría despedirme de Iratí y Kai. Creo que en la mayoría de los casos, por dolorosa que pueda parecer la verdad es el mejor camino y en este caso una buena manera de prepararles para la vida.

 Lucía siempre tuvo claro que la maternidad no era lo suyo, que le resultaba suficiente con intentar nutrir las carencias de sus alumnos. Con Kai e Iratí tenía un precioso vínculo pues había ejercido como tía-canguro en innumerables ocasiones. La despedida fue muy emotiva. No fue un plato de buen gusto, el trasmitir a aquellos pequeños de seis y ocho años, que no iban a volver a ver nunca más, a su tía preferida. Los niños hicieron muchas preguntas, recibiendo las contestaciones adecuadas para su edad, además que Lucía desde su quietud supo tranquilizarles antes sus miedos por la posible muerte de sus padres o por la suya propia. Recordaron la “muerte” del abuelo, la de Txuri un perro pastor que vivió con ellos, hubo momentos para el llanto, la risa, la ternura…, la vida misma se expresó sin cortapisas. Antes de despedirse Lucía les expresó lo dichosa que se sentía de tener unos “sobrinos” tan maravillosos. A Iratí le regaló un collar de ámbar por el que se sentía atraída y a Kai una caja de música que le fascinaba, además de un regalo para el que todavía no estaban maduros, un testimonio grabado con el descubrimiento más grande que se pueda hacer en esta vida.

El cuerpo de Lucía se iba apagando poco a poco, ya no recibía visitas. En el hogar se respiraba una calma espera, ante el inminente desenlace. Era una temprana mañana lluviosa y oscura de primavera, cuando Lucía despertó de un revelador sueño, en el que se sentía ser una majestuosa águila, que se abandonaba al vacío, mientras extendía sus inmensas alas y las batía jugando con el viento, con una sensación de profunda libertad, dirigiéndose hacia el horizonte, donde descansaba un bello arco iris. Le dijo a Jesús con dificultad:

  -Mi hora ha llegado. Avisa a Bego y a mis padres.

  Era algo convenido hacía días, Lucía quería compartir con sus seres más íntimos el dejar su cuerpo, quería que fueran testigos de aquella “MUERTE” que tanto horrorizaba a la mayor parte de sus semejantes.
 
  Llegaron sus padres después de Bego. Su madre Juli estaba agitada. La amorosa y poderosa mirada de Lucía le llevó a la presencia, haciéndole reconocer su miedo y permitir que poco a poco se fuera disolviendo. Sobraban las palabras, la presencia de Lucía expresaba la paz profunda de quien vive el ocaso del cuerpo, con la visión lúcida de la impermanencia del mundo de la forma. De su mirada cristalina emanaba un amor inconmensurable, que no hablaba de la separación de la pérdida, sino que de la unidad a la que siempre pertenecemos.

 -Gracias. (Fue su última palabra después de recorrer con su mirada el semblante de sus cuatro acompañantes. Sus párpados cedían a la gravedad expresando su último adiós, mientras los presentes seguían muy atentos al débil respirar de Lucía).

 
Al cabo de un rato dijo Jesús, después de tomarle el pulso:

 -Ha dejado el cuerpo.

  Respiraba tan en paz que fue difícil detectar cuando dejó de hacerlo. Lagrimas recorrían las mejillas de los cuatro acompañantes, que reconocían la imposibilidad de compartir con Lucía en esta dimensión humana. Sin embargo no expresaban amargura o desgarro, sino la quietud de quienes habían comprendido que la mariposa del espíritu abandonaba a la crisálida de ese cuerpo decrépito, para unirse a la fuente original, la Consciencia,  donde no existe el nacimiento, ni la muerte.


  De pronto cambió bruscamente la intensidad de luz de la habitación. El sol había salido y como seguía lloviendo, un majestuoso arco iris se divisaba de lado a lado de la ventana. Fue como el reconocimiento de la naturaleza, a quien había superado la gran reválida de la forma a la no forma, con Matrícula de Honor.


  La aceptación de la muerte del cuerpo físico y de que todas las quimeras del ego estaban condenadas al fracaso, dejaron a Lucía sin nada a lo que agarrarse, resultando ser ese trampolín que le proporcionó la visión lúcida de “QUÍTATE DE EN MEDIO” y así permitir a la esencia de su Ser tomar las riendas de su vida.

 Aquel “microtsunami” llamado cáncer, que devastó el cuerpo de Lucía, paradójicamente, había generado una estela luminosa a su paso. Se había sembrado una semilla que contradecía la creencia cultural occidental que la muerte del cuerpo físico era algo horrible. La evidencia de la experiencia de Lucía hablaba de confianza, de ser una inmejorable oportunidad para el florecimiento de la Consciencia, la vuelta a casa, a nuestra Esencia Primordial, de la que todo ser humano está dotado.


viernes, 23 de agosto de 2013

Resonancia Límbica


No hace mucho escribía sobre la Presencia Amorosa, con el objetivo de expresar cuáles debían ser las cualidades  de la persona que proporciona la ayuda, para crear las mejores condiciones que faciliten la transformación de quien la recibe.


Acabo de leer un libro “A General Theory of Love[1], que confirma lo expresado en ese escrito desde otra perspectiva, la de la neurociencia. Sin ninguna pretensión quiero compartir de manera sencilla parte de la información que me ha llegado.

                                                                                                  
El cerebro humano está formado de tres partes claramente diferenciadas, cada una producto de un proceso evolutivo que se ha dado a través de la historia de la vida animal en la tierra. Consta de tres formaciones independientes, reptiliano, límbico y neocórtex, que a su vez están conectados a nivel neuronal y bioquímico. Cada una posee su propia inteligencia, memoria, sentido propio del espacio y tiempo, controlando distintas funciones de nuestro cuerpo.




La parte más antigua se le llama cerebro reptiliano y es similar al cerebro de un reptil, se ubica en  la parte más interna de este órgano, que esta conectado a la médula espinal. En esta parte  podemos encontrar centros de control de las funciones fisiológicas involuntarias del cuerpo humano: respiración, pulso cardíaco, sueño, hambre, sed, temperatura… No piensa, ni siente emociones. Esta parte también se relaciona con la supervivencia.




El Cerebro límbico es el lugar de las emociones  y el almacén de los recuerdos. Se halla situado en la parte interior del cerebro. Con la aparición de éste durante el proceso evolutivo de las especies, los recursos neuronales destinados a coordinar la fisiología y el entorno se expandieron significativamente, dando paso a los mamíferos, creando nuevos organismos con una nueva clase de respuestas neuronales que permitían la expresión y recepción del amor. Los primeros mamíferos evolucionaron de los reptiles  con una característica fundamental que le diferenciaba de estos, su forma de reproducción dejaba de ser por medio de huevos y consistía en albergar a las nuevas criaturas en el interior de su cuerpo durante el período de gestación.



El Neocortex es a nivel evolutivo la última parte del cerebro, en los humanos tiene un gran tamaño y es la parte más externa  de la masa cerebral. A pesar de los secretos que todavía alberga, la ciencia ha hecho grandes progresos clarificando  funciones que realiza: nos proporciona conciencia, nos ayuda a autorregularnos emocionalmente, razonar, abstraer, planear, hablar, memorizar...


Los seres humanos tenemos la mayor proporción de neocortex de todas las criaturas del planeta. Pero a pesar del fascinante desarrollo tecnológico que ha posibilitado esta parte del cerebro, nos encontramos con un gran desconocimiento del funcionamiento de nuestro mundo emocional y como consecuencia  padecemos mucho sufrimiento innecesario.


Nuestra cultura promueve el análisis sobre la intuición, la lógica por encima de la emoción, infravalora la importancia de las emociones. Mucha  gente confía en la mente para resolver sus problemas, pero se encuentran desconcertados cuando se sienten impotentes para crear cambio emocional. Para el neocórtex rico en abstracciones, el razonamiento mental marca la diferencia, pero éste de nada sirve cuando nos enfrentamos a problemas emocionales.  

Curioso el comentario que hace sobre la mente pensante el científico más famoso del siglo pasado, Albert Einstein.

   “Tenemos que cuidar no hacer del intelecto nuestro Dios, tiene por supuesto poderosos músculos, pero ninguna personalidad. No puede guiar, sólo servir.” 

Un gran indicador de nuestra inefectividad para manejar el mundo emocional es la ingente cantidad de personas atrapadas en comportamientos compulsivos adictivos, abuso de sustancias como los fármacos, alcohol, drogas, comida… o actividades como el trabajo, juego, sexo… Todas ellas encaminadas a anestesiar esos estados emocionales que nos causan dolor (miedo, ansiedad, depresión, angustia…) ante las cuales nos sentimos impotentes. 


Es importante destacar que a pesar de esta situación generalizada, existe un movimiento que tiene una visión más integrada del ser humano y que reconoce la importancia de nuestra dimensión emocional. Hoy en día se habla de la “Inteligencia Emocional”, existen iniciativas que prestan atención a esta dimensión y facilitan su sano desarrollo, algunas de ellas empiezan a introducirse en la enseñanza. Es inaudito que durante todos los años de formación que recibimos durante la niñez y la adolescencia  no exista un espacio dedicado al conocimiento y desarrollo del manejo emocional, algo tan importante en nuestras vidas. 


Después del nacimiento el cuidado de las recién nacidas criaturas por parte de sus progenitores es algo que nos parece normal a los humanos, pero que con la aparición de los mamíferos fue una revolución a nivel evolutivo.  No sólo cambió la fisiología de la reproducción sino que también la forma de relacionarse con la descendencia. El desapego y desinterés rasgos  típicos de las relaciones parentales de los reptiles, dio paso a sutiles formas de interacción de los mamíferos con sus criaturas.


Hoy en día sabemos de la importancia del vínculo afectivo en la primera etapa de la vida para el desarrollo psicológico del bebé, el/la niño/a no tiene desarrollada la capacidad para autorregularse emocionalmente y depende totalmente de su madre para hacerlo. La estructura psicológica de la madre unida a los cuidados que va a proveer al nuevo ser que viene a este mundo, van a condicionar de manera significativa sus rasgos de personalidad y su estabilidad emocional.


Los reptiles permanecen de piedra ante los estados emocionales de otras criaturas, ya que carecen de la dimensión límbica. Un niño nace  con un potencial para percibir esta realidad y necesita de experiencias para un desarrollo neurosensorial. Los padres en su interacción con el recién nacido le ayudan a desarrollar unas conexiones neuronales que van a ir configurando su estructura cerebral. 


Los sistemas límbicos necesitan de las adecuadas experiencias para conseguir un buen desarrollo. Si una figura parental puede sentir a su criatura, sintonizando con sus estados internos de cómo se siente y que necesita, ésta irá desarrollando habilidades para funcionar de una manera más propicia en el mundo emocional. Pero cuando esto no ocurre, el niño no consigue el grado de autorregulación  necesario para una sana vida emocional.

¿Entonces, cómo puede el niño que ha vivido experiencias de abandono, abuso… aspirar a una sana vida? La Psicoterapia pretende dar respuesta a quienes se encuentran atrapados en ese dilema. En la relación terapéutica, dos adultos se juntan para ayudar a uno de ellos a escapar de las restricciones que se configuraron en una dolorosa infancia, para transformar los barrotes y los muros de la prisión de su mundo interior, en un hogar donde el amor y la libertad puedan florecer. 


Somos seres predecibles, la estabilidad de una estructura psicológica  que conocemos como identidad sucede porque existen ciertos hábitos aprendidos, muy arraigados, los cuales se expresan a través de repetidos senderos neuronales. Hoy en día desde la Neurociencia se habla de la plasticidad del cerebro, este órgano y sus circuitos nerviosos son mucho más maleables de lo que se suponía, siendo ésta  posible porque se pueden crear nuevas conexiones neuronales, que ayudan a la mente a adaptarse a nuevas situaciones, a  aprender y transformarse.


El cerebro límbico está especializado en detectar y analizar el estado interno y los motivos de sus iguales. Un mamífero puede percibir el estado emocional de otro y ajustarse a esa realidad, algo que será percibido por la otra parte. Con la aparición de este nuevo cerebro los mamíferos desarrollaron la capacidad de sintonizar emocionalmente con otros. Resonancia Límbica, es esa armonía sin palabras que percibimos en la interacción entre una madre y un bebe, una pareja acariciándose e incluso entre un perro y su dueño.


Ya en la década de los 80, el equipo científico liderado por el italiano Giacomo Rizzolatti empezó a sentar las bases para una comprensión del funcionamiento neurológico de la compasión. Descubrieron un tipo de células del cerebro que llamaron neuronas espejo, a través de las cuales sentimos realmente las emociones y las intenciones de otras personas. Hoy en día la ciencia localiza la empatía que tenemos los humanos en una parte del cerebro que por medio de unos circuitos neuronales nos posibilita conectar íntimamente con otras personas.


Pero esta sintonización emocional no es algo que sucede automáticamente. Así como en nuestra interacción con los demás podemos dejar alto el pabellón humano, de la misma manera tenemos el potencial de llevar a cabo atrocidades sin límite. No tenemos más que mirar a la historia de la humanidad y ver la inmensa cantidad de sufrimiento que ha sido infligido de unos seres “humanos” a otros.


A través de la historia de la Psicoterapia podemos ver el creciente significado que ha ido cobrando la implicación emocional del Psicoterapeuta. Sigmun Freud el visionario que descubrió el inconsciente humano y que creó la primera Psicoterapia el Psicoanálisis, daba a sus alumnos las siguientes instrucciones:

“El Doctor debería ser opaco al paciente y no mostrar nada más de lo que se le muestra. Un exitoso terapeuta deja a un lado todos sus afectos e incluso su compasión humana y plantea un simple objetivo a sus fuerzas mentales, llevar a cabo la intervención tan correctamente y efectivamente como sea posible.”

Nos encontramos aproximadamente un siglo más tarde y mucho ha cambiado en el mundo de la Psicoterapia con respecto a desde donde acomete el terapeuta la relación con la persona que recibe la ayuda. A pesar de que todavía pueda haber terapeutas que en su práctica pretendan evitar el contacto emocional convirtiéndose en observadores neutrales, las nuevas corrientes han ido valorando positivamente la expresión de afecto y compasión por parte del terapeuta.


Desde este libro en el que hablan de la Resonancia Límbica, los autores argumentan que la sanación requiere de un terapeuta que sea afectuoso, empático y esté profundamente sintonizado. Llegando incluso a decir que las técnicas usadas por diferentes enfoques psicológicos para efectuar cambio,  no son tan importantes como la capacidad del terapeuta para crear una conexión límbica. Algo que confirma desde una posición más científica la visión intuitiva que desarrolló Ron Kurtz(Hakomi) con respecto a  la Presencia Amorosa.


Los/as clientes están deseosos de explicaciones neocorticales, creen que si comprendieran por qué, dejarían de tener comportamientos que le llevan al sufrimiento. Pero para que la transformación suceda necesitan parar la mente pensante y empezar a escuchar a su experiencia interior. El terapeuta a través de Resonar Límbicamente con la vivencia del dolor y acompañar al cliente en su viaje a las raíces de su sufrimiento, facilita que se dé la comprensión (insight), la cual no proviene de las explicaciones de alguien externo y una vez liberado el dolor emocional que le/la tenía encarcelado/a en ese sufrimiento, pueda soltar esos comportamientos que le producen desdicha y crear nuevas formas de relacionarse consigo mismo y con el mundo.


La tendencia social que tenemos a negar las emociones que nos generan malestar dificulta su transformación, convirtiéndose éstas en energías reprimidas que a su vez dificultan la experiencia de las emociones agradables. Tenemos que asumir que el hecho de estar vivos implica estar sujetos a la polaridad de placer-dolor. Que la aceptación de la parte adversa de la vida, nos va a posibilitar estar abiertos a la aventura de una existencia plena, donde las emociones coloreen con intensidad nuestro mundo sensorial.


Como la mayor parte de los mamíferos venimos a este mundo con un gran nivel de dependencia de nuestros cuidadores y esa necesidad de conectar y estar conectados permanece a través de nuestras vidas. Es a través del cerebro límbico que podemos tener una conexión profunda con otro ser humano. Es el amor el puente que nos comunica de manera genuina con nuestros semejantes, nutriéndonos y acompañándonos en el dolor. Su carencia tiene efectos devastadores en la infancia y serias consecuencias durante el resto de la vida.


Así que si queremos que no nos falte y que este mundo sea un espacio más amable, donde el amor sea el principal vehículo de las interacciones humanas, tenemos que procurar que nuestros actos estén impregnados de su energía, ya que con nuestras acciones creamos las condiciones de nuestro porvenir.





[1] A General Theory of Love” de Lewis, Amini y Lannon. Editorial Vintage Books