Acabo de leer
un poema de Antonio Colinas, que narra los últimos momentos de la vida de un
perro desde el sentir de su amo.
Me ha
conmovido y a la vez ha abierto la puerta a un mundo de recuerdos en el que nuestro
querido perro “Ikatz” se convirtió en uno más de la familia.
Le estoy
viendo a través de su ciclo vital, aquel precioso cachorro que con su
espontánea vitalidad un día aterrizó en nuestra casa, cautivándonos a todos,
incluso a quienes tenían reticencias a aceptarlo.
Son muchos los
momentos que vienen a mi mente y que valoro no ponerlos por escrito. Simplemente
con estas líneas quiero reconocer a aquel amigo cuadrúpedo que alteró la
convivencia de mi familia de origen de manera tan positiva, recibiéndonos en la
puerta de casa con una infalible alegría, propiciando el juego y sacándonos de
ese mundo excesivamente mental en el que estamos instalados los humanos.
Me queda
expresar la gratitud a este ser que me brindó la posibilidad de disfrutar de un
vínculo afectivo incondicional y a quien con su emotivo y bello poema me ha llevado
a rememorar aquellas gratas experiencias compartidas.
A NUESTRO PERRO EN SU
MUERTE*
Es la última
noche
y no es fácil
dormir porque detrás del muro
intuimos tu
muerte.
Así que he
acabado por salir a buscarte
a tientas en
la sombra
y en ella te
he encontrado respirando
aún como una
llama.
(Como llama
en lucerna sin aceite.)
Hoy, sobre
todo, sentimos dolor
al pensar en
lo mucho que nos diste
y en lo poco,
tan poco, que te dimos.
Porque ha
sido mucha la soledad que fuiste
llenando con
tu clara soledad
y el diálogo
sabio aquel de tu mirada
con mi
mirada, de tus silencios
con mis
silencios
en el centro
del día.
Con cuanta
lentitud, con que dulzura
te vas, amigo
mío, arrastrando
por el río de
sombra que es la noche,
por el río de
estrellas que es la noche,
por el río de
muerte que es la noche.
Y cómo calla
ahora el jardín, y cómo calla
el bosque
vaciado
de aquellos
ruiseñores de junio
de los que
tus ladridos nocturnos fueron luna.
Qué silencios
tan negros y tan hondos
caen sobre
esos dos ojos como estanques,
sobre esos
ojos como hogueras negras.
Postrado en
miserable rincón.
fidelísimo
aún,
no te mueves,
nada haces cuando llego
para no
inquietarnos.
Aunque el
dolor penetra más y más en tu ser
tú callas,
callas manso—todavía más manso--,
y en esa
mansedumbre se propaga
tu fiel
adiós.
No temas, no
le ladres a la Sombra
esa que al
alba llegará muy ciega
a arrancarte
los ojos, la vida, en el límite.
Aunque
quedamos tristes
porque no
alcanzaremos a saber
dónde
reposarán tus nobles huesos,
también
sabemos que desde mañana,
como volcán
de luz,
toda la isla
ya será tu cuerpo.
* “Libro de la mansedumbre” Antonio Colinas.