Mirada renovada

miércoles, 1 de julio de 2015

Muerte de un perro


Acabo de leer un poema de Antonio Colinas, que narra los últimos momentos de la vida de un perro desde el sentir de su amo.

Me ha conmovido y a la vez ha abierto la puerta a un mundo de recuerdos en el que nuestro querido perro “Ikatz” se convirtió en uno más de la familia.

Le estoy viendo a través de su ciclo vital, aquel precioso cachorro que con su espontánea vitalidad un día aterrizó en nuestra casa, cautivándonos a todos, incluso a quienes tenían reticencias a aceptarlo.

Son muchos los momentos que vienen a mi mente y que valoro no ponerlos por escrito. Simplemente con estas líneas quiero reconocer a aquel amigo cuadrúpedo que alteró la convivencia de mi familia de origen de manera tan positiva, recibiéndonos en la puerta de casa con una infalible alegría, propiciando el juego y sacándonos de ese mundo excesivamente mental en el que estamos instalados los humanos.

Me queda expresar la gratitud a este ser que me brindó la posibilidad de disfrutar de un vínculo afectivo incondicional y a quien con su emotivo y bello poema me ha llevado a rememorar aquellas gratas experiencias compartidas.



 A NUESTRO PERRO EN SU MUERTE*

Es la última noche
y no es fácil dormir porque detrás del muro
intuimos tu muerte.
Así que he acabado por salir a buscarte
a tientas en la sombra
y en ella te he encontrado respirando
aún como una llama.
(Como llama en lucerna sin aceite.)

Hoy, sobre todo, sentimos dolor
al pensar en lo mucho que nos diste
y en lo poco, tan poco, que te dimos.
Porque ha sido mucha la soledad que fuiste
llenando con tu clara soledad
y el diálogo sabio aquel de tu mirada
con mi mirada, de tus silencios
con mis silencios
en el centro del día.

Con cuanta lentitud, con que dulzura
te vas, amigo mío, arrastrando
por el río de sombra que es la noche,
por el río de estrellas que es la noche,
por el río de muerte que es la noche.
Y cómo calla ahora el jardín, y cómo calla
el bosque vaciado
de aquellos ruiseñores de junio
de los que tus ladridos nocturnos fueron luna.

Qué silencios tan negros y tan hondos
caen sobre esos dos ojos como estanques,
sobre esos ojos como hogueras negras.
Postrado en miserable rincón.
fidelísimo aún,
no te mueves, nada haces cuando llego
para no inquietarnos.
Aunque el dolor penetra más y más en tu ser
tú callas, callas manso—todavía más manso--,
y en esa mansedumbre se propaga
tu fiel adiós.

No temas, no le ladres a la Sombra
esa que al alba llegará muy ciega
a arrancarte los ojos, la vida, en el límite.
Aunque quedamos tristes
porque no alcanzaremos a saber
dónde reposarán tus nobles huesos,
también sabemos que desde mañana,
como volcán de luz,
toda la isla ya será tu cuerpo.


 *   “Libro de la mansedumbre”   Antonio Colinas.