No hace mucho escribía sobre
la Presencia Amorosa, con
el objetivo de expresar cuáles debían ser las cualidades de la persona que proporciona la ayuda, para crear
las mejores condiciones que faciliten la transformación de quien la recibe.
Acabo de leer un libro “A General Theory of Love”[1], que confirma lo expresado en ese escrito desde otra perspectiva, la de la neurociencia. Sin ninguna pretensión quiero compartir de manera sencilla parte de la información que me ha llegado.
Acabo de leer un libro “A General Theory of Love”[1], que confirma lo expresado en ese escrito desde otra perspectiva, la de la neurociencia. Sin ninguna pretensión quiero compartir de manera sencilla parte de la información que me ha llegado.
El cerebro humano está
formado de tres partes claramente diferenciadas, cada una producto de un
proceso evolutivo que se ha dado a través de la historia de la vida animal en
la tierra. Consta de tres formaciones independientes, reptiliano, límbico y
neocórtex, que a su vez están conectados a nivel neuronal y bioquímico. Cada
una posee su propia inteligencia, memoria, sentido propio del espacio y tiempo,
controlando distintas funciones de nuestro cuerpo.
La parte más antigua se le
llama cerebro reptiliano y es similar al cerebro de un reptil, se ubica
en la parte más interna de este órgano, que
esta conectado a la médula espinal. En esta parte podemos encontrar centros de control de las
funciones fisiológicas involuntarias del cuerpo humano: respiración, pulso
cardíaco, sueño, hambre, sed, temperatura… No piensa, ni siente emociones. Esta
parte también se relaciona con la supervivencia.
El
Cerebro límbico es el lugar de las emociones y el almacén de los recuerdos. Se halla
situado en la parte interior del cerebro. Con la aparición de éste durante el
proceso evolutivo de las especies, los recursos neuronales destinados a
coordinar la fisiología y el entorno se expandieron significativamente, dando
paso a los mamíferos, creando nuevos organismos con una nueva clase de
respuestas neuronales que permitían la expresión
y recepción del amor. Los primeros mamíferos evolucionaron de los
reptiles con una característica
fundamental que le diferenciaba de estos, su forma de reproducción dejaba de
ser por medio de huevos y consistía en albergar a las nuevas criaturas en el
interior de su cuerpo durante el período de gestación.
El Neocortex es a
nivel evolutivo la última parte del cerebro, en los humanos tiene un gran
tamaño y es la parte más externa de la
masa cerebral. A pesar de los secretos que todavía alberga, la ciencia ha hecho
grandes progresos clarificando funciones
que realiza: nos proporciona conciencia, nos ayuda a autorregularnos
emocionalmente, razonar, abstraer, planear, hablar, memorizar...
Los seres humanos tenemos la
mayor proporción de neocortex de todas las criaturas del planeta. Pero a pesar
del fascinante desarrollo tecnológico que ha posibilitado esta parte del
cerebro, nos encontramos con un gran desconocimiento del funcionamiento de
nuestro mundo emocional y como consecuencia
padecemos mucho sufrimiento innecesario.
Nuestra cultura promueve el
análisis sobre la intuición, la lógica por encima de la emoción, infravalora la
importancia de las emociones. Mucha gente
confía en la mente para resolver sus problemas, pero se encuentran
desconcertados cuando se sienten impotentes para crear cambio emocional. Para
el neocórtex rico en abstracciones, el razonamiento mental marca la diferencia,
pero éste de nada sirve cuando nos enfrentamos a problemas emocionales.
Curioso el comentario que
hace sobre la mente pensante el científico más famoso del siglo pasado, Albert
Einstein.
“Tenemos que cuidar no hacer del intelecto
nuestro Dios, tiene por supuesto poderosos músculos, pero ninguna personalidad.
No puede guiar, sólo servir.”
Un gran indicador de nuestra
inefectividad para manejar el mundo emocional es la ingente cantidad de
personas atrapadas en comportamientos compulsivos adictivos, abuso de
sustancias como los fármacos, alcohol, drogas, comida… o actividades como el
trabajo, juego, sexo… Todas ellas encaminadas a anestesiar esos estados emocionales
que nos causan dolor (miedo, ansiedad, depresión, angustia…) ante las cuales
nos sentimos impotentes.
Es importante destacar que a
pesar de esta situación generalizada, existe un movimiento que tiene una visión
más integrada del ser humano y que reconoce la importancia de nuestra dimensión
emocional. Hoy en día se habla de la “Inteligencia
Emocional”, existen iniciativas que prestan atención a esta dimensión y facilitan
su sano desarrollo, algunas de ellas empiezan a introducirse en la enseñanza.
Es inaudito que durante todos los años de formación que recibimos durante la
niñez y la adolescencia no exista un
espacio dedicado al conocimiento y desarrollo del manejo emocional, algo tan
importante en nuestras vidas.
Después del nacimiento el
cuidado de las recién nacidas criaturas por parte de sus progenitores es algo
que nos parece normal a los humanos, pero que con la aparición de los mamíferos
fue una revolución a nivel evolutivo. No
sólo cambió la fisiología de la reproducción sino que también la forma de
relacionarse con la descendencia. El desapego y desinterés rasgos típicos de las relaciones parentales de los
reptiles, dio paso a sutiles formas de interacción de los mamíferos con sus
criaturas.
Hoy en día sabemos de la
importancia del vínculo afectivo en la primera etapa de la vida para el
desarrollo psicológico del bebé, el/la niño/a no tiene desarrollada la
capacidad para autorregularse emocionalmente y depende totalmente de su madre
para hacerlo. La estructura psicológica de la madre unida a los cuidados que va
a proveer al nuevo ser que viene a este mundo, van a condicionar de manera
significativa sus rasgos de personalidad y su estabilidad emocional.
Los reptiles permanecen de
piedra ante los estados emocionales de otras criaturas, ya que carecen de la
dimensión límbica. Un niño nace con un
potencial para percibir esta realidad y necesita de experiencias para un
desarrollo neurosensorial. Los padres en su interacción con el recién nacido le
ayudan a desarrollar unas conexiones neuronales que van a ir configurando su
estructura cerebral.
Los sistemas límbicos
necesitan de las adecuadas experiencias para conseguir un buen desarrollo. Si
una figura parental puede sentir a su criatura, sintonizando con sus estados
internos de cómo se siente y que necesita, ésta irá desarrollando habilidades
para funcionar de una manera más propicia en el mundo emocional. Pero cuando
esto no ocurre, el niño no consigue el grado de autorregulación necesario para una sana vida emocional.
¿Entonces, cómo puede el
niño que ha vivido experiencias de abandono, abuso… aspirar a una sana vida? La
Psicoterapia pretende dar respuesta a quienes se encuentran atrapados en ese
dilema. En la relación terapéutica, dos adultos se juntan para ayudar a uno de
ellos a escapar de las restricciones que se configuraron en una dolorosa infancia, para transformar los barrotes y los
muros de la prisión de su mundo interior, en un hogar donde el amor y la
libertad puedan florecer.
Somos seres predecibles, la
estabilidad de una estructura psicológica
que conocemos como identidad sucede porque existen ciertos hábitos
aprendidos, muy arraigados, los cuales se expresan a través de repetidos
senderos neuronales. Hoy en día desde la Neurociencia se habla de la plasticidad del cerebro, este órgano y
sus circuitos nerviosos son mucho más maleables de lo que se suponía, siendo ésta
posible porque se pueden crear nuevas
conexiones neuronales, que ayudan a la mente a adaptarse a nuevas situaciones,
a aprender y transformarse.
El cerebro límbico está
especializado en detectar y analizar el estado interno y los motivos de sus
iguales. Un mamífero puede percibir el estado emocional de otro y ajustarse a
esa realidad, algo que será percibido por la otra parte. Con la aparición de
este nuevo cerebro los mamíferos desarrollaron la capacidad de sintonizar
emocionalmente con otros. Resonancia
Límbica, es esa armonía sin palabras
que percibimos en la interacción entre una madre y un bebe, una pareja
acariciándose e incluso entre un perro y su dueño.
Ya en la década de los 80,
el equipo científico liderado por el italiano Giacomo Rizzolatti empezó a
sentar las bases para una comprensión del funcionamiento neurológico de la
compasión. Descubrieron un tipo de células del cerebro que llamaron neuronas espejo, a través de las cuales
sentimos realmente las emociones y las intenciones de otras personas. Hoy en
día la ciencia localiza la empatía que tenemos los humanos en una parte del
cerebro que por medio de unos circuitos neuronales nos posibilita conectar
íntimamente con otras personas.
Pero esta sintonización
emocional no es algo que sucede automáticamente. Así como en nuestra
interacción con los demás podemos dejar alto el pabellón humano, de la misma
manera tenemos el potencial de llevar a cabo atrocidades sin límite. No tenemos
más que mirar a la historia de la humanidad y ver la inmensa cantidad de
sufrimiento que ha sido infligido de unos seres “humanos” a otros.
A través de la historia de
la Psicoterapia podemos ver el creciente significado que ha ido cobrando la implicación
emocional del Psicoterapeuta. Sigmun Freud el visionario que descubrió el inconsciente
humano y que creó la primera Psicoterapia el Psicoanálisis, daba a sus alumnos
las siguientes instrucciones:
“El
Doctor debería ser opaco al paciente y no mostrar nada más de lo que se le
muestra. Un exitoso terapeuta deja a un lado todos sus afectos e incluso su
compasión humana y plantea un simple objetivo a sus fuerzas mentales, llevar a
cabo la intervención tan correctamente y efectivamente como sea posible.”
Nos encontramos aproximadamente
un siglo más tarde y mucho ha cambiado en el mundo de la Psicoterapia con
respecto a desde donde acomete el terapeuta la relación con la persona que
recibe la ayuda. A pesar de que todavía pueda haber terapeutas que en su
práctica pretendan evitar el contacto emocional convirtiéndose en observadores
neutrales, las nuevas corrientes han ido valorando positivamente la expresión de
afecto y compasión por parte del terapeuta.
Desde este libro en el que
hablan de la Resonancia Límbica, los autores argumentan que la sanación requiere
de un terapeuta que sea afectuoso, empático y esté profundamente sintonizado.
Llegando incluso a decir que las técnicas usadas por diferentes enfoques
psicológicos para efectuar cambio, no
son tan importantes como la capacidad del terapeuta para crear una conexión límbica. Algo que confirma
desde una posición más científica la
visión intuitiva que desarrolló Ron Kurtz(Hakomi) con respecto a la Presencia Amorosa.
Los/as clientes están deseosos de explicaciones
neocorticales, creen que si comprendieran por qué, dejarían de tener
comportamientos que le llevan al sufrimiento. Pero para que la transformación
suceda necesitan parar la mente pensante y empezar a escuchar a su experiencia
interior. El terapeuta a través de Resonar Límbicamente con la vivencia del
dolor y acompañar al cliente en su viaje a las raíces de su sufrimiento, facilita
que se dé la comprensión (insight), la cual no proviene de las explicaciones de
alguien externo y una vez liberado el dolor emocional que le/la tenía
encarcelado/a en ese sufrimiento, pueda soltar esos comportamientos que le
producen desdicha y crear nuevas formas de relacionarse consigo mismo y con el
mundo.
La tendencia social que tenemos a negar las
emociones que nos generan malestar dificulta su transformación, convirtiéndose éstas
en energías reprimidas que a su vez dificultan la experiencia de las emociones
agradables. Tenemos que asumir que el hecho de estar vivos implica estar
sujetos a la polaridad de placer-dolor. Que la aceptación de la parte adversa
de la vida, nos va a posibilitar estar abiertos a la aventura de una existencia
plena, donde las emociones coloreen con intensidad nuestro mundo sensorial.
Como la mayor parte de los mamíferos venimos a este
mundo con un gran nivel de dependencia de nuestros cuidadores y esa necesidad
de conectar y estar conectados permanece a través de nuestras vidas. Es a través
del cerebro límbico que podemos tener una conexión profunda con otro ser
humano. Es el amor el puente que nos comunica de manera genuina con nuestros
semejantes, nutriéndonos y acompañándonos en el dolor. Su carencia tiene
efectos devastadores en la infancia y serias consecuencias durante el resto de
la vida.
Así que si
queremos que no nos falte y que este mundo sea un espacio más amable, donde el
amor sea el principal vehículo de las interacciones humanas, tenemos que
procurar que nuestros actos estén impregnados de su energía, ya que con
nuestras acciones creamos las condiciones de nuestro porvenir.