Durante mi caminar en
el sendero espiritual, un rasgo que empieza a destacar en mi
experiencia vital, es el de la simplicidad.
Si me desplazara hacia
atrás en el tiempo, podría aseverar que una característica
importante de cómo me vivía, era la de intentar ser alguien
especial, no estar pillado por los valores de una vida convencional,
pues lo consideraba una falta de libertad.
Manteniendo una
estrategia de cambio, la vida estaba cargada de oportunidades y si
algo empezaba a mostrar síntomas de monotonía o aburrimiento, era
el momento de estar abierto para montarme en la primera quimera que
pudiera ser tanto escuchada o proyectada por mi propia mente y
embarcarme en ella.
Curiosamente aquella
posición ante la vida, expresada con frases como: "Hay que
vivir intensamente", "Hay que estar abierto a la aventura
de vivir", que pretendía ser una actitud de renuncia a la
seguridad de una vida tradicional, hoy en día se ha transformado en
su antítesis, una vida ordinaria y mirando desde mi estrategia de
"ser especial" que me guiaba en el pasado, podría
representar el ocaso de quien pretendió ser alguien diferente y ha
acabado rindiéndose a ser uno más del montón.
Pero sorprendentemente,
el resultado lógico de haberme acercado más a ser un "Don
Nadie", no me ha llevado a un estado cargado de decepción,
resignación o depresión y paradógicamente lo que pudiera parecer
como una claudicación ante mi pretensión de ser un tipo "auténtico"
y no una calcamonía de un modelo, me está proporcionando un
sentimiento de libertad y de autenticidad más genuino.
Se podría interpretar
que todo esto es una consecuencia lógica de mi adaptación al ciclo
vital, valga como ejemplo el refrán: "De joven incendiario y de
mayor bombero", que en mi caso al haber cruzado la barrera de
los sesenta, uno tiene que cambiar su paradigma vital, pues hay que
adaptarse a las crecientes limitaciones del cuerpo físico y que en
su redefinición, uno no renuncia a los más preciados estandartes de
libertad y autenticidad de su modelo anterior.
Es a través de la
práctica de la meditación que empiezo a experimentar cambios
significativos en mi vida. Dejo de tomarme tan en serio a mi
complicada mente egóica y como consecuencia me voy liberando de
dinámicas internas, que además de causarme un sufrimiento
innecesario, oscurecen mi mente, no permitiéndome reconocer la
existencia de una realidad más profunda y es en el contacto con esa
realidad donde empiezo a vivenciar una mayor quietud, que va
consolidando una percepción intuitiva de que es en el residir en el
SER donde subyace la verdadera libertad de ser uno mismo. Es a causa
de esta práctica que empiezan a perder fuerza mis carencias y sus
consiguientes compensaciones, la necesidad de cautivar o seducir y en
última instancia, la presión de tener que ser alguien importante.
Pero el haber
reconocido al ego como al agente que impide que yo me viva en el SER,
no es condición suficiente para que pueda erradicarlo, soltando de
repente condicionamientos e inercias de toda una vida. Es más,
podría decir que le he visto durante este escrito al acecho de mis
cambios, adaptándose con el mimetismo de un camaleón.
Es por eso que me
encuentro en un despertar gradual, al que le queda camino por
recorrer, donde de manera progresiva mi conciencia se va haciendo más
dueña de mi existencia. Es en ese estar más consciente, donde a
veces emerge mi dimensión Real, desde donde va amaneciendo una nueva
forma de relacionarme conmigo mismo y con mi entorno, más amable,
sencilla, profunda y es en esa quietud naciente, que se va aligerando
de lastres del pasado, donde se expresa una mayor plenitud, que para
nada tiene que ver con logros egóicos y que es fruto de una
creciente simplicidad, desde donde a veces empiezo a descubrir una
abundancia que siempre ha estado aquí y que yo me obstinaba en
encontrarla en otra parte.