Mirada renovada

viernes, 21 de marzo de 2014

Envejeciendo Conscientemente



Hace unos pocos meses he cruzado la barrera de los sesenta, miro hacia atrás  y tengo la sensación de que el tiempo ha pasado muy rápido,  por increíble que parezca me encuentro entrando en “la tercera edad”, en la séptima década de mi vida.

Desde el punto de vista del cuerpo físico no es una etapa fácil, porque nos vamos a ir enfrentando al deterioro de éste, con la consiguiente pérdida progresiva de la imagen y  la constante amenaza que supone el cumplir años, ya que nuestras capacidades  irán mermando, mientras nos acercamos al final de la existencia del organismo, algo que puede suceder cargado de limitaciones e incluso a veces, rodeado de dolor físico. 

Por un lado los avances de la medicina prolongando la vida y por otro la existencia de anticonceptivos,  están produciendo en Occidente una inversión en la pirámide de población, nos encontramos con un porcentaje creciente de población de tercera edad.
 
Paradójicamente en la sociedad que vivimos  tan  centrada en lo aparente, hemos desarrollado muy poca comprensión hacia esta etapa de la vida, relacionándonos con ésta desde la  aversión y la negación. Hoy en día han crecido de manera considerable el número de servicios orientados a tapar los efectos del paso del tiempo en el cuerpo físico, la eterna juventud es una de las vacas sagradas de nuestra civilización, lo cual nos evidencia que estamos en conflicto con el final del ciclo de nuestra vida.

Nuestra civilización ha perdido la capacidad de valorar y reconocer a esta última etapa de la vida de la forma que otras culturas, a lo largo de la historia lo han hecho. Reconociendo  una sabiduría a las personas de edad avanzada debido a su mayor experiencia vital, que se llevaban a cabo en las consultas a los “Consejos de Ancianos” y que está presente en el refranero español con el dicho “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

Si miramos como está diseñado el ciclo vital del cuerpo físico, podemos ver diferentes etapas que una vida tiene que recorrer para completar su totalidad: niñez, juventud, madurez y vejez. Toda fase alberga su propio sentido, pero el problema de esta sociedad en la que vivimos es que con la perspectiva tan superficial que tiene, le sobra este último período de la existencia.

En realidad si no tenemos una visión basada en la experiencia, que el deterioro y muerte del cuerpo físico es un paso en el camino de la Vida, será difícil dar sentido a esta etapa. Para quien no haya descubierto que dentro de cada uno de nosotros/as existe una dimensión más profunda, que no envejece y que va a trascender la muerte del cuerpo, esta “tercera edad” con sus dificultades puede ser una buena oportunidad para dar con el profundo sentido de la existencia.

El envejecimiento supone la pérdida de nuestras capacidades, generalmente de manera progresiva vamos perdiendo aptitudes que nos hacen ser menos capaces en el desempeño de nuestros roles: profesionales, sociales y familiares. Pero mientras nuestras competencias para el “hacer” van disminuyendo  y este proceso no se dé con un deterioro cognitivo, este vacío puede proporcionar un mayor espacio para poder descubrir y ahondar en la naturaleza del “SER”.  

Quienes estamos  embarcados en un proceso espiritual, esta última fase será un inmejorable campo de pruebas para ir soltando nuestros apegos egóicos de manera consciente. Ya que durante esta etapa concluyente de la vida,  la realidad con la que nos vamos a encontrar, va a consistir en una merma progresiva de facultades y en última instancia con la muerte del cuerpo físico. En definitiva vamos a perderlo todo en este plano terrenal, logros cognitivos, materiales, seres queridos… 

Hasta la fecha no he empezado a sentir síntomas que me hagan constatar que me encuentro abocado en un proceso de merma de mis facultades, aunque reconozco que simplemente será una cuestión de tiempo. Pero considero importante  poder hacer una reflexión con respecto a qué cambios podemos llevar a cabo, para que nos podamos encontrar en unas condiciones más favorables cuando nos enfrentemos a posiciones vulnerables debido a la pérdida de aptitudes.

Hoy en día ante la deprimente opción que resultan los geriátricos, están empezando a surgir experiencias alternativas a estos, por individuos que se auto-organizan creando cooperativas de personas de edad avanzada, para poder dar respuestas más adecuadas a sus necesidades.

Para quienes con una edad media considerable, tenemos un compromiso con una práctica espiritual, puede ser un buen momento para realizar una reflexión sobre la posibilidad de crear un centro de desarrollo espiritual destinado a esta etapa de la vida. Un lugar donde tanto los internos como las personas que trabajen estén inmersas en la práctica. Donde seres queridos y personas que quieren participar como voluntarias hagan servicio, mirando a la decadencia del final de la vida de frente, un lugar donde nos podamos anticipar a aprender las lecciones que tiene esta aparente adversa etapa de la existencia.

Un espacio que no esté impregnado del miedo a la muerte, ni de esa tristeza  resignada que se respira ante el inevitable deterioro físico. Sino que sea un hogar en el que el faro de la Presencia ilumine los corazones de quienes lo habitan, donde las pérdidas, la decrepitud y la muerte del cuerpo físico no sean más que fenómenos adversos que en vez de victimizarnos nos ayuden a desarrollar una comprensión profunda de la impermanencia del mundo de la forma y que sirvan para consolidar de manera progresiva el enraizamiento en nuestro Ser Real.

Hoy en día podemos empezar a proyectar lo que podrá ser un refugio para cuando nos enfrentemos a las limitaciones del envejecimiento, una comunidad de practicantes  auto-organizada para la consecución de un espacio físico adecuado, donde en torno a ese proyecto se vaya consolidando una familia no biológica, en la que quienes incluso estén bien hagan cuidados para los más desvalidos y sea un espacio para el florecimiento de la Consciencia en este planeta.