Comienzos y finales,
nacimiento y muerte, son los inevitables ritmos y ciclos que hacen de la vida
un proceso dinámico y cambiante.
Nacemos sin una fecha de
caducidad y aunque de manera generalizada el potencial de nuestro diseño humano
contempla un ciclo que va desde el nacimiento al envejecimiento y muerte, hay
muchas personas que se quedan por el camino sin alcanzar la fase final de este ciclo vital.
Vivimos en una sociedad que
niega los cambios que no le gustan, siendo esta actitud la causa de
encontrarnos sin recursos ante una experiencia tan universal e importante, como
es la propia muerte o la de un ser querido.
La pérdida de un ser querido
nos va a provocar dolor durante un lapso
de tiempo, llamamos duelo
a este período de aflicción. Su
resolución dependerá de que de manera activa nos hagamos cargo de cada una de
las formas en las que el dolor se expresa y podamos aceptar la realidad de la
pérdida, diciendo adiós a lo que nunca más podrá ser vivido.
Este escrito es el
testimonio de la paradójica situación que supuso para una figura parental, pasar de la intensa alegría por el nacimiento de
su hijo a la dolorosa pérdida en el escaso período de dos
meses.
Como suele suceder en muchos
casos, este padre se encontró sin recursos para afrontar de manera exitosa la
pérdida de su recién nacido. Años más tarde en un proceso psicoterapéutico
asomaba esta herida, emergía el viejo dolor retenido en su interior, pero esta
vez con ayuda, la desdicha se
transformaba en alegría y gratitud.
Mi agradecimiento a este
padre con quien recientemente he compartido la resolución de esta pérdida y
cuando al final de la sesión, conmovido y asombrado por su escrito, le sugerí
la posibilidad de publicarlo en este blog, contestó
afirmativamente: “Por si pudiera servirle
a alguien”
PARA IOSU
Hola
Iosu, soy Papá. Te escribo esta carta para despedirme de ti como mereces, ya
que desde que te fuiste no he sabido muy bien encauzar tu pérdida de un modo
adecuado y esto ha llevado a causarme un gran dolor y arrastrar un peso que es
antinatural y dañino. Además emborrona y entristece mis recuerdos de lo que
significas para mí.
En
estos momentos quiero expresarte sentimientos que “Aquel día” no pude hacer por el dolor que me invadía.
Quiero
decirte que el día que viste la luz fue el más feliz de mi vida. Sentía que
eras una pequeña parte de mí, con una inocencia y pureza que hacían que
irradiara felicidad. La gran ilusión que me invadió tu llegada hizo que me
imaginara he hiciese miles de planes
para nosotros y enseguida entraste de tal forma en mi vida que no podía
imaginar tu pérdida.
Por
cosas del destino o simplemente porque nuestra existencia implica la
posibilidad de la separación, en el momento más inapropiado (nunca habría sido
apropiado) te pusiste enfermo y nos dejaste.
Para
mí, tu pérdida supuso un dolor tan grande y fue tan inexplicable que me causó
una gran tristeza y me llevó a sentir que no merecía la pena vivir. Ahora me
doy cuenta de que esto no es justo ni bueno para los dos: primero porque tienes
una hermana que necesita crecer y verme con la misma ilusión y ganas de vivir
que tenía cuando tú llegaste y segundo porque tú no te mereces que te recuerde
con tristeza y rabia.
A
Partir de ahora cuando me venga a la mente, pensaré que te has convertido en
algo bello, libre y muy feliz que cuida de todos nosotros, dándonos fuerza y
energía para seguir adelante, creo que no puede ser de otra manera.
Por
tanto esto no es una despedida, pues nunca me olvidaré de ti, sino que un
cambio en la manera y forma de recordarte, dejando atrás esos recuerdos tristes
y dolorosos para transformarlos en positivos y felices por haberte conocido y
poder haber disfrutado de ti el tiempo que estuviste entre nosotros. Esta carta
simboliza ese destierro del dolor y sufrimiento y la llegada de lo que debió
ser desde el principio. El agradecimiento al destino por brindarme la
oportunidad de haber disfrutado de tu llegada al mundo y de tu presencia.
Adiós
hijo mío y gracias por todo lo que nos has dado.
Si querido Aitor y esta siempre termina siendo la mirada adecuada, la mirada positiva y de agradecimiento, la mirada de amor. Nos cuesta mucho, demasiado tiempo a veces ponernos las "gafas" del amor ante episodios dolorosos, pero es parte del proceso, del camino de la comprensión, de la integración del sufrimiento y la alegria.
ResponderEliminarJoseba
Gracias Joseba por tu acertado comentario. Me ha llegado lo de las gafas del amor que nos ayudan a transformar nuestra visión desdichada en alegría. A nivel colectivo también estamos necesitados de enormes lentes amorosas que hagan de este planeta un hogar menos agresivo y más acogedor para la inmensa familia humana.
EliminarAitor
Muchas gracias Aitor y tambien al padre de Iosu, por querer compartirlo
ResponderEliminarun fuerte abrazo, Txefo
Gracias Txefo. Para mí es una satisfacción que la luz que surge de la vivencia del dolor en mi trabajo, pueda servir para iluminar a alguien.
EliminarAbrazos. Aitor
Magnífico tu trabajo Aitor. Has hecho posible lo que a primera vista parece imposible: CAMBIAR LA MIRADA y luego el corazón.
ResponderEliminarEres un mago que espero que puedas seguir ayudando cuando te necesitemos.
Rosa
Gracias Rosa por tu valoración de mi trabajo. El verdadero mago fue el padre de Iosu y mi trabajo es ayudaros a que saquéis a la luz el/la mago/a que llevamos todos/as dentro.
EliminarUn abrazo
Aitor