Mirada renovada

martes, 2 de octubre de 2012

Cuando la Relación de Ayuda duele


Nos encontramos ante una crisis económica sin precedentes, en la que la palabra “Recortes” es la protagonista. Son muchos los equipos de trabajo que por estos motivos sienten sus derechos laborales mermados o amenazados  (despidos,  crecientes jornadas  de trabajo, reducciones  salariales…), mientras que al otro lado de la relación de ayuda el número de receptores de ésta sigue creciendo, especialmente los/as que pertenecen a colectivos desfavorecidos.

En la medida que disminuyen los recursos de las organizaciones  y  de forma inversa siguen creciendo el número de usuarias/os de sus programas de ayuda, nos encontramos ante un buen campo de cultivo para que un creciente número de personas que proporcionan una relación de ayuda, “se quemen”, pierdan el genuino interés por su desempeño profesional.

Como respuesta a este marco desalentador desde el blog “Mirada Renovada” presento esta reflexión y propuesta.  “Cuando la Relación de Ayuda duele”.




Gran parte de quienes elegimos un camino profesional  (Trabajo Social, Enfermería, Psiquiatría, Psicólogía, Médicina, Enseñanza*,  Educadores/as, Personal de ONGs...) que pretende ayudar a personas con serias dificultades, lo hacemos de manera vocacional y altruista.  Podemos sentir  que a pesar de que nuestra  experiencia profesional pueda caracterizarse por una alta precariedad laboral, nuestra motivación parece estar a prueba de todas esas dificultades.

Es una vivencia experimentada por algunos/as de nosotros/as  que llegamos a la relación de ayuda, con entusiasmo, ilusión, con ganas de que nuestra energía laboral sirva para facilitar que los/as usuarios/as puedan hacer cambios significativos en sus vidas. Al cabo de un tiempo, se puede dar la paradoja de que aquella visión positiva del comienzo se haya marchitado y en su lugar acampe la frustración y decepción,  siendo en última instancia la retribución económica lo que nos mantiene atados al puesto de trabajo.

La expresion coloquial "Quemarse"  o el término más profesional "Síndrome del Burn Out" son las que usamos para expresar esta lamentable transformación y podríamos definirla como la pérdida del gran sentido que uno/a poseía en el trabajo que realiza. El rasgo más destacado de este síndrome es la disminución de la capacidad productiva para responder a las necesidades que el puesto de trabajo precisa, debido a la prolongada exposición al agotamiento físico, mental y emocional que se experimenta.  En casos agudos la pérdida de motivación e ideales va unida a actitudes cínicas y sentimientos negativos hacia los receptores de la Relación de Ayuda. La tragedia de este síndrome es que sus víctimas empezaron con altas expectativas, cargados/as de elevados ideales y hoy en día sienten que algo profundo de su ser ha sido dañado, algo que les ha hecho perder  la genuina inclinación de ayudar con la que iniciaron su recorrido profesional.

El "Queme" es un proceso gradual que sucede a lo largo de un período de tiempo. Voy a enumerar algunas  características importantes  que nos pueden servir como señales de advertencia de que nos estamos adentrando en este síndrome:

1) Signos físicos. Agotamiento, dolores de cabeza y espalda, problemas gastrointestinales, cambios en hábitos de ingesta de comida y sueño, propensión a enfermedades debido a un sistema de defensas inmunodeprimido...
2)  Psicológicos. Irritabilidad, vacío, falta de motivación, depresión, sentimiento de fracaso, baja autovaloración, actitud negativa hacia el trabajo y la vida en general...
3) Comportamiento. Distanciamiento de los colegas del trabajo, tendencia a asumir menos responsabilidades, actitud negativa hacia los/as usuarios/as, disminución en el rendimiento, mayor absentismo, abuso de sustancias para anestesiar el malestar personal...

Aunque una causa importante de este síndrome sea el Estrés, quiero aclarar la diferencia entre éste y el  síndrome de Burn out . El estrés se caracteriza por una sobreimplicación  en asuntos laborales que a veces es acentuada por demandas del marco familiar o terreno social, para el que un adecuado descanso resulta reparador. Mientras que para la persona que padece el queme, aunque un considerable descanso pueda aliviar su malestar, como he manifestado anteriormente, algo en su interior ha sido dañado, que le conduce a una pérdida de la visión positiva que poseía de su desempeño profesional. Una vez de vuelta en su puesto de trabajo tenderá a una pobre implicación, falta de motivación, desesperanza, con tendencia a estados depresivos...

Hasta el momento hemos comentado que la prolongada exposición al estrés es la causa de ese agotamiento integral que la persona quemada experimenta. Pero cuáles son las causas que lo facilitan: La primera serán factores ambientales:

-        Precariedad laboral con bajos salarios, interminables jornadas de trabajo debido a la falta de personal, mucha responsabilidad sin la correspondiente autoridad, falta de reconocimiento a la dura actividad desplegada, falta de un sistema de apoyo para los ayudadores/as, listas interminables de usuarios/as  con gran cúmulo de problemas  y como consecuencia un gran índice de fracaso en ayudarles a que logren cambios que les ayuden a salir de las difíciles situaciones en las que se encuentran…
-        En algunas situaciones la mayor fuente de estrés no proviene del trato con los usuarios/as, sino de la dinámica interna del equipo de trabajo. Así como las personas, con el paso del tiempo, los equipos también enferman y necesitan de un tratamiento adecuado para sanar de la negatividad en la que se pueden encontrar atrapados.

Además de los aspectos interrelacionales que acabo de  comentar, pueden existir también factores personales que unidos a los anteriormente citados van a incidir negativamente en la sana aspiración de ayudar . Voy a enumerar una serie de rasgos de personalidad que son propensos a la generación de este síndrome:

       - Tendencias perfeccionistas, que a nivel interno conducen a una insatisfacción permanente, pues se tiene la sensación de que "nada está suficiente bien hecho".

        -Para quien necesita ejercer un  control absoluto, en vez de tender a una distribución más adecuada de la carga en el equipo de trabajo, se puede encontrar desbordado/a por una cantidad de responsabilidades que siguen creciendo de manera progresiva, debido a la tendencia que le impide el sano ejercicio de delegar.

        -Para quienes en nuestra infancia fuimos condicionados a cuidar a los otros/as, sin tener en cuenta las necesidades propias, nos encontraremos repitiendo de manera inconsciente este patrón en nuestras relaciones con los demás. No será casual que hayamos elegido una profesión en la que somos ayudadores de personas con problemas. Como consecuencia del  gran gasto de energía en el apoyo a personas necesitadas y fruto de nuestra incapacidad para nutrir nuestras necesidades, nos podemos encontrar  al cabo de un tiempo, exhaustos y cargados de resentimiento, sin comprender cómo hemos llegado a esa situación.

       - Podemos también tener problemas para mantener un sentido del "yo" diferenciado de nuestros/as usuarios/as (fusión). Sintiéndonos responsables de sus problemas y encontrándonos inundados de emociones que no son nuestras, después de haber proporcionado la relación de ayuda.

       -Para propiciar una relación de ayuda madura, necesitamos disponer de un sentido sano del "yo". Cuando nuestra autoestima es baja y tenemos dificultades para poner límites o respetar nuestras necesidades, nuestro aparente genuino apoyo estará mezclado con inseguridad, miedo y dependencia. Una posición madura en la relación de ayuda no es dependiente sino interdependiente, nacida tanto de un profundo respeto por nuestras necesidades como por las de los demás.

Entonces, a pesar de las dificultades que podamos encontrar en la relación de ayuda. ¿Qué antídotos necesitamos para que la llama de la ilusión por nuestro trabajo siga encendida?

La propia organización que se dedica a una actividad que es susceptible de generar Burn Out, debería de disponer de los recursos necesarios para cuidar de sus miembros proporcionándoles un espacio que lo facilite. 
 
1.- Ventilar,  transformar los conflictos relacionales actuales y los que se han podido ir enquistando a lo largo del tiempo, para que  no tengan un impacto negativo en el funcionamiento del equipo de trabajo.

2.- Desarrollar el potencial personal para favorecer la manera de propiciar la relación de ayuda.   Encarnando unos límites claros en las relaciones con los miembros del equipo o con los/as usuarios/as.  Desarrollando  un sentido sano del “yo”que se expresa con una conciencia y cuidado de las necesidades del ayudador/a...

3.-Facilitando el aprendizaje de habilidades para afrontar de una manera más positiva los retos del trabajo.

4.- Crear un marco donde ventilar y transformar el impacto del dolor expresado en la relación de ayuda. Para personas con problemas en mostrarse vulnerables, un grupo de iguales puede ser un buen espacio de aprendizaje y en última instancia una forma de prevenir el "queme".  A veces la exposición a ese dolor  puede despertar el cuerpo emocional acumulado del /la ayudador/a,  discapacitándole  de manera considerable para llevar a cabo su tarea,  para lo que será conveniente poder disponer de un espacio de apoyo individual.


Para quien haya desarrollado el síndrome del Burn Out, esta crisis puede llegar a ser una positiva  experiencia de aprendizje que le ayude a hacer cambios profundos. Hemos comentado anteriormente que existen tanto factores ambientales como personales que favorecen el "queme",  que en la mayoría de los casos se deben a una mezcla de los dos. Para la resolución de este doloroso estado, será necesario la toma de conciencia de cuáles son las razones que lo han provocado. Suele ser frecuente que las personas que padecen este síndrome tengan una tendencia a identificar como su causa, solamente los aspectos que les provocan menos conflicto. Es más fácil echar balones fuera culpando al sistema de trabajo, para evitar asumir factores personales que necesitan ser reconocidos y transformados.





*A pesar de que he definido  la Relación de Ayuda como servicio a  personas con problemas, quiero reconocer también al colectivo docente como un grupo susceptible de quemarse, por los altos retos  que requiere hoy en día la práctica de la enseñanza.




                          

3 comentarios:

  1. ¡Muchas gracias por tu post, Aitor! Como docente conozco de primera mano el Burn Out, dado que lo experimento cíclicamente. Y tengo comprobado que siempre que me siento quemada es porque me he olvidado de que soy yo la que necesita aquello que creo estar ofreciendo a mis alumnos.

    Te copio aquí un fragmento de un libro al que yo suelo recurrir para recordar esto. Yo creo que va en la misma línea de lo que tú has expuesto:

    "El ego se hincha enormemente cuando nos aproximamos a la sanación como 'profesión'. Se le sube a uno a la cabeza sin advertencia previa. A mí me sucedió. Antes de que hubiera recuperado algo parecido al equilibrio en la calidad de mi propia experiencia vital, ya estaba intentando sanar a mi mundo. Me veía a mí mismo como un sanador, si bien camuflaba mi inflado ego admitiendo humildemente ser un autosanador. Pero, en lo secreto, me encantaba la idea de esgrimir un poder invisible, místico y mágico que aportaba alivio al que sufría, descanso al fatigado y esperanza al desesperado. Embebido en la idea de salvar a mi mundo de su grave y desesperada situación, no tardé en olvidarme del intento de sanar mi propia experiencia, y me convertí en algo parecido a un hambriento de poder que buscaba perfeccionar su capacidad para curar las dolencias que veía reflejadas ante mí por todas partes. Claro está que mis reflejos en el mundo me siguieron la corriente, cuanto más me esforzaba por sanarlos, más desequilibrados me parecían.
    Con el tiempo, este sendero egotista, que a decir de todos parecía 'repleto de buenas intenciones', me llevó a un callejón sin salida. Al poco de abrir ambiciosamente mi propia consulta de sanación, comencé a sentirme cada vez más agitado, y las personas a las que intentaba 'sanar' parecían seguir tan atascadas como yo. Con el paso de los meses, la aflicción de mi propia experiencia vital me superó y amenazó con derribarme, de modo que emprendí la huida a la mayor velocidad posible de todo aquel que pareciera precisar de mi ayuda. No podía soportar oír las quejas, los gemidos y los lamentos de los demás, porque se me estaba haciendo dolorosamente obvio que yo no podía hacer nada real al respecto.
    Durante un período de alrededor de dos años padecí de profundas alteraciones físicas, confusión mental y trastornos emocionales. Me sentía espiritualmente naufragado y varado en una isla de decepción, y el problema llegó a hacerse tan agudo que llegué a temer perder la cabeza y el cuerpo. Hacía tiempo que había perdido el contacto con mi propio corazón. Hacía tiempo que había perdido mi integridad espiritual. No podía comprender cómo aquel sendero de buenas intenciones en el que me había adentrado me había llevado a unas circunstancias tan desoladoras. Y sólo cuando llegué a la impotencia y a la desesperación más absoluta fue cuando pude oír y escuchar las sabias palabras de otra persona:
    ¿Cuándo vas a seguir tus propios consejos?
    ¿Cuándo vas a hacer tú lo que has estado intentando que hagan los demás?
    ¿Cuándo vas a sanarte a ti mismo, sanador?
    Este instante de comprensión y mi disposición a dar por zanjada mi necia y arrogante carrera para sanar al mundo fueron el punto de partida de mi escalada para salir del hoyo del sanador herido. Me miré en el espejo y vi que mi vida colgaba de un hilo, y que un solo instante más de

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  2. arrogancia o de orgullo podían manifestares en una experiencia que terminaría por cortar definitivamente aquel hilo. Me di cuenta de que no podía sanar a nadie más que a mí, y tuve que admitir que nadie en mi mundo necesitaba sanar su experiencia más de lo que necesitaba sanarla yo mismo.

    El mundo, como siempre, había sido un espejo obediente, de confianza. En tanto yo había estado convencido de que el mundo necesitaba mi ayuda, el mundo me había enviado de vuelta al reflejo de esta engañosa condición. El espejo (el mundo) buscaba mi ayuda en todas las direcciones a las que miraba, hasta que había terminado por abrumarme con sus lastimosos gemidos. Su desdicha era inagotable. Pero en el momento me di cuenta de que era yo quien necesitaba ayuda, y en seguida dejé a un lado mi arrogancia y mi orgullo lo suficiente como para pedir ayuda, en ese mismo instante; la ayuda real me llegó bajo todo tipo de formas para sacarme de mi agujero de espejismos. Fue entonces, sólo entonces, cuando mi mundo puso ante mí a sabios maestros, que empezaron a enseñarme de qué modo nutrirme, orientarme, sanarme y enseñarme a mí mismo. A medida que cada uno de estos maestros me impartía sus enseñanzas, desaparecía con tanta rapidez como había aparecido, para que yo no pudiera hacerme dependiente de ninguno de ellos. Ellos me revelaron las tareas que tenía que llevar a cabo, pero dejaron que fuera yo quien las realizara. No me llevaron en brazos. No interfirieron. Simplemente, pusieron ante mí sus amorosas enseñanzas y, luego, se apartaron rápidamente para que cualquier decisión que tomara fuera exclusivamente mía. Se acercaron sin ninguna muestra de compasión ni de simpatía, y luego se fueron sin mostrar preocupación alguna. Me ofrecieron lo que necesitaba, pero no pidieron nada a cambio….”

    El proceso de la presencia. Michael Brown.

    ¡Un beso!

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    1. Muchísimas gracias Elena, por enriquecer con tu experiencia personal y con esta detallada aportación de Michael Brown, lo que significa esta dolorosa vivencia.

      Un abrazo

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