Nos
encontramos ante una crisis económica sin precedentes, en la que la palabra
“Recortes” es la protagonista. Son muchos los equipos de trabajo que por estos
motivos sienten sus derechos laborales mermados o amenazados (despidos,
crecientes jornadas de trabajo, reducciones salariales…),
mientras que al otro lado de la relación de ayuda el número de receptores de
ésta sigue creciendo, especialmente los/as que pertenecen a colectivos
desfavorecidos.
En
la medida que disminuyen los recursos de las organizaciones y de
forma inversa siguen creciendo el número de usuarias/os de sus programas de
ayuda, nos encontramos ante un buen campo de cultivo para que un creciente
número de personas que proporcionan una relación de ayuda, “se quemen”,
pierdan el genuino interés por su desempeño profesional.
Como
respuesta a este marco desalentador desde el blog “Mirada Renovada” presento
esta reflexión y propuesta. “Cuando la Relación de Ayuda duele”.
Gran parte de quienes elegimos un
camino profesional (Trabajo Social,
Enfermería, Psiquiatría, Psicólogía, Médicina, Enseñanza*, Educadores/as, Personal de ONGs...) que
pretende ayudar a personas con serias dificultades, lo hacemos de manera
vocacional y altruista. Podemos
sentir que a pesar de que nuestra experiencia profesional pueda caracterizarse
por una alta precariedad laboral, nuestra motivación parece estar a prueba de
todas esas dificultades.
Es una vivencia experimentada por
algunos/as de nosotros/as que llegamos a
la relación de ayuda, con entusiasmo, ilusión, con ganas de que nuestra energía
laboral sirva para facilitar que los/as usuarios/as puedan hacer cambios
significativos en sus vidas. Al cabo de un tiempo, se puede dar la paradoja de
que aquella visión positiva del comienzo se haya marchitado y en su lugar
acampe la frustración y decepción,
siendo en última instancia la retribución económica lo que nos mantiene
atados al puesto de trabajo.
La expresion coloquial "Quemarse" o el término más profesional
"Síndrome del Burn Out" son las que usamos para expresar esta
lamentable transformación y podríamos definirla como la pérdida del gran
sentido que uno/a poseía en el trabajo que realiza. El rasgo más destacado de
este síndrome es la disminución de la capacidad productiva para responder a las
necesidades que el puesto de trabajo precisa, debido a la prolongada exposición
al agotamiento físico, mental y emocional que se experimenta. En casos agudos la pérdida de motivación e
ideales va unida a actitudes cínicas y sentimientos negativos hacia los
receptores de la Relación de Ayuda. La tragedia de este síndrome es que sus
víctimas empezaron con altas expectativas, cargados/as de elevados ideales y
hoy en día sienten que algo profundo de su ser ha sido dañado, algo que les ha
hecho perder la genuina inclinación de
ayudar con la que iniciaron su recorrido profesional.
El "Queme" es un
proceso gradual que sucede a lo largo de un período de tiempo. Voy a enumerar
algunas características importantes que nos pueden servir como señales de
advertencia de que nos estamos adentrando en este síndrome:
1) Signos
físicos. Agotamiento, dolores de cabeza y espalda, problemas gastrointestinales, cambios
en hábitos de ingesta de comida y sueño, propensión a enfermedades debido a un
sistema de defensas inmunodeprimido...
2) Psicológicos. Irritabilidad, vacío, falta de
motivación, depresión, sentimiento de fracaso, baja autovaloración, actitud
negativa hacia el trabajo y la vida en general...
3) Comportamiento. Distanciamiento de los colegas del
trabajo, tendencia a asumir menos responsabilidades, actitud negativa hacia
los/as usuarios/as, disminución en el rendimiento, mayor absentismo, abuso de
sustancias para anestesiar el malestar personal...
Aunque una causa importante de este
síndrome sea el Estrés, quiero aclarar la diferencia entre éste y
el síndrome de Burn out . El
estrés se caracteriza por una sobreimplicación
en asuntos laborales que a veces es acentuada por demandas del marco
familiar o terreno social, para el que un adecuado descanso resulta reparador.
Mientras que para la persona que padece el queme, aunque un considerable
descanso pueda aliviar su malestar, como he manifestado anteriormente, algo en
su interior ha sido dañado, que le conduce a una pérdida de la visión positiva
que poseía de su desempeño profesional. Una vez de vuelta en su puesto de
trabajo tenderá a una pobre implicación, falta de motivación, desesperanza,
con tendencia a estados depresivos...
Hasta el momento hemos comentado que
la prolongada exposición al estrés es la causa de ese agotamiento integral que
la persona quemada experimenta. Pero cuáles son las causas que lo facilitan: La
primera serán factores ambientales:
-
Precariedad
laboral con bajos salarios, interminables jornadas de trabajo debido a la falta
de personal, mucha responsabilidad sin la correspondiente autoridad, falta de
reconocimiento a la dura actividad desplegada, falta de un sistema de apoyo
para los ayudadores/as, listas interminables de usuarios/as con gran cúmulo de problemas y como consecuencia un gran índice de fracaso
en ayudarles a que logren cambios que les ayuden a salir de las difíciles
situaciones en las que se encuentran…
-
En
algunas situaciones la mayor fuente de estrés no proviene del trato con los
usuarios/as, sino de la dinámica interna del equipo de
trabajo. Así como las personas, con el paso del tiempo, los equipos también
enferman y necesitan de un tratamiento adecuado para sanar de la negatividad en
la que se pueden encontrar atrapados.
Además de los aspectos
interrelacionales que acabo de comentar,
pueden existir también factores personales que unidos a los anteriormente
citados van a incidir negativamente en la sana aspiración de ayudar . Voy a
enumerar una serie de rasgos de personalidad que son propensos a la generación
de este síndrome:
- Tendencias perfeccionistas, que a nivel interno conducen a una
insatisfacción permanente, pues se tiene la sensación de que "nada está suficiente
bien hecho".
-Para quien necesita ejercer un
control absoluto, en vez de tender a una distribución más adecuada de la
carga en el equipo de trabajo, se puede encontrar desbordado/a por una cantidad
de responsabilidades que siguen creciendo de manera progresiva, debido a la
tendencia que le impide el sano ejercicio de delegar.
-Para quienes en nuestra infancia fuimos condicionados a cuidar a los
otros/as, sin tener en cuenta las necesidades propias, nos encontraremos
repitiendo de manera inconsciente este patrón en nuestras relaciones con los
demás. No será casual que hayamos elegido una profesión en la que somos
ayudadores de personas con problemas. Como consecuencia del gran gasto de energía en el apoyo a personas
necesitadas y fruto de nuestra incapacidad para nutrir nuestras necesidades,
nos podemos encontrar al cabo de un
tiempo, exhaustos y cargados de resentimiento, sin comprender cómo hemos
llegado a esa situación.
-
Podemos también tener problemas para mantener un sentido del "yo"
diferenciado de nuestros/as usuarios/as (fusión). Sintiéndonos responsables de
sus problemas y encontrándonos inundados de emociones que no son nuestras,
después de haber proporcionado la relación de ayuda.
-Para propiciar una relación de ayuda madura, necesitamos disponer de un
sentido sano del "yo". Cuando nuestra autoestima es baja y tenemos
dificultades para poner límites o respetar nuestras necesidades, nuestro
aparente genuino apoyo estará mezclado con inseguridad, miedo y dependencia.
Una posición madura en la relación de ayuda no es dependiente sino
interdependiente, nacida tanto de un profundo respeto por nuestras necesidades
como por las de los demás.
Entonces, a pesar de las dificultades
que podamos encontrar en la relación de ayuda. ¿Qué antídotos necesitamos para
que la llama de la ilusión por nuestro trabajo siga encendida?
La propia organización que
se dedica a una actividad que es susceptible de generar Burn Out,
debería de disponer de los recursos necesarios para cuidar de sus miembros
proporcionándoles un espacio que lo facilite.
1.- Ventilar, transformar los conflictos relacionales
actuales y los que se han podido ir enquistando a lo largo del tiempo, para
que no tengan un impacto negativo en el
funcionamiento del equipo de trabajo.
2.- Desarrollar el potencial personal
para favorecer la manera de propiciar la relación de ayuda. Encarnando unos límites claros en las
relaciones con los miembros del equipo o con los/as usuarios/as. Desarrollando
un sentido sano del “yo”que se expresa con una conciencia y cuidado de
las necesidades del ayudador/a...
3.-Facilitando el aprendizaje de
habilidades para afrontar de una manera más positiva los retos del trabajo.
4.- Crear un marco donde ventilar y
transformar el impacto del dolor expresado en la relación de ayuda. Para
personas con problemas en mostrarse vulnerables, un grupo de iguales puede ser
un buen espacio de aprendizaje y en última instancia una forma de prevenir el "queme". A veces la exposición a ese dolor puede despertar el cuerpo emocional acumulado
del /la ayudador/a,
discapacitándole de manera
considerable para llevar a cabo su tarea,
para lo que será conveniente poder disponer de un espacio de apoyo
individual.
Para
quien haya desarrollado el síndrome del Burn Out, esta crisis puede
llegar a ser una positiva experiencia de
aprendizje que le ayude a hacer cambios profundos. Hemos comentado
anteriormente que existen tanto factores ambientales como personales que
favorecen el "queme", que
en la mayoría de los casos se deben a una mezcla de los dos. Para la resolución
de este doloroso estado, será necesario la toma de conciencia de cuáles son las
razones que lo han provocado. Suele ser frecuente que las personas que padecen
este síndrome tengan una tendencia a identificar como su causa, solamente los
aspectos que les provocan menos conflicto. Es más fácil echar balones fuera
culpando al sistema de trabajo, para evitar asumir factores personales que
necesitan ser reconocidos y transformados.
*A
pesar de que he definido la Relación de
Ayuda como servicio a personas con
problemas, quiero reconocer también al colectivo docente como un grupo
susceptible de quemarse, por los altos retos
que requiere hoy en día la práctica de la enseñanza.
¡Muchas gracias por tu post, Aitor! Como docente conozco de primera mano el Burn Out, dado que lo experimento cíclicamente. Y tengo comprobado que siempre que me siento quemada es porque me he olvidado de que soy yo la que necesita aquello que creo estar ofreciendo a mis alumnos.
ResponderEliminarTe copio aquí un fragmento de un libro al que yo suelo recurrir para recordar esto. Yo creo que va en la misma línea de lo que tú has expuesto:
"El ego se hincha enormemente cuando nos aproximamos a la sanación como 'profesión'. Se le sube a uno a la cabeza sin advertencia previa. A mí me sucedió. Antes de que hubiera recuperado algo parecido al equilibrio en la calidad de mi propia experiencia vital, ya estaba intentando sanar a mi mundo. Me veía a mí mismo como un sanador, si bien camuflaba mi inflado ego admitiendo humildemente ser un autosanador. Pero, en lo secreto, me encantaba la idea de esgrimir un poder invisible, místico y mágico que aportaba alivio al que sufría, descanso al fatigado y esperanza al desesperado. Embebido en la idea de salvar a mi mundo de su grave y desesperada situación, no tardé en olvidarme del intento de sanar mi propia experiencia, y me convertí en algo parecido a un hambriento de poder que buscaba perfeccionar su capacidad para curar las dolencias que veía reflejadas ante mí por todas partes. Claro está que mis reflejos en el mundo me siguieron la corriente, cuanto más me esforzaba por sanarlos, más desequilibrados me parecían.
Con el tiempo, este sendero egotista, que a decir de todos parecía 'repleto de buenas intenciones', me llevó a un callejón sin salida. Al poco de abrir ambiciosamente mi propia consulta de sanación, comencé a sentirme cada vez más agitado, y las personas a las que intentaba 'sanar' parecían seguir tan atascadas como yo. Con el paso de los meses, la aflicción de mi propia experiencia vital me superó y amenazó con derribarme, de modo que emprendí la huida a la mayor velocidad posible de todo aquel que pareciera precisar de mi ayuda. No podía soportar oír las quejas, los gemidos y los lamentos de los demás, porque se me estaba haciendo dolorosamente obvio que yo no podía hacer nada real al respecto.
Durante un período de alrededor de dos años padecí de profundas alteraciones físicas, confusión mental y trastornos emocionales. Me sentía espiritualmente naufragado y varado en una isla de decepción, y el problema llegó a hacerse tan agudo que llegué a temer perder la cabeza y el cuerpo. Hacía tiempo que había perdido el contacto con mi propio corazón. Hacía tiempo que había perdido mi integridad espiritual. No podía comprender cómo aquel sendero de buenas intenciones en el que me había adentrado me había llevado a unas circunstancias tan desoladoras. Y sólo cuando llegué a la impotencia y a la desesperación más absoluta fue cuando pude oír y escuchar las sabias palabras de otra persona:
¿Cuándo vas a seguir tus propios consejos?
¿Cuándo vas a hacer tú lo que has estado intentando que hagan los demás?
¿Cuándo vas a sanarte a ti mismo, sanador?
Este instante de comprensión y mi disposición a dar por zanjada mi necia y arrogante carrera para sanar al mundo fueron el punto de partida de mi escalada para salir del hoyo del sanador herido. Me miré en el espejo y vi que mi vida colgaba de un hilo, y que un solo instante más de
arrogancia o de orgullo podían manifestares en una experiencia que terminaría por cortar definitivamente aquel hilo. Me di cuenta de que no podía sanar a nadie más que a mí, y tuve que admitir que nadie en mi mundo necesitaba sanar su experiencia más de lo que necesitaba sanarla yo mismo.
ResponderEliminarEl mundo, como siempre, había sido un espejo obediente, de confianza. En tanto yo había estado convencido de que el mundo necesitaba mi ayuda, el mundo me había enviado de vuelta al reflejo de esta engañosa condición. El espejo (el mundo) buscaba mi ayuda en todas las direcciones a las que miraba, hasta que había terminado por abrumarme con sus lastimosos gemidos. Su desdicha era inagotable. Pero en el momento me di cuenta de que era yo quien necesitaba ayuda, y en seguida dejé a un lado mi arrogancia y mi orgullo lo suficiente como para pedir ayuda, en ese mismo instante; la ayuda real me llegó bajo todo tipo de formas para sacarme de mi agujero de espejismos. Fue entonces, sólo entonces, cuando mi mundo puso ante mí a sabios maestros, que empezaron a enseñarme de qué modo nutrirme, orientarme, sanarme y enseñarme a mí mismo. A medida que cada uno de estos maestros me impartía sus enseñanzas, desaparecía con tanta rapidez como había aparecido, para que yo no pudiera hacerme dependiente de ninguno de ellos. Ellos me revelaron las tareas que tenía que llevar a cabo, pero dejaron que fuera yo quien las realizara. No me llevaron en brazos. No interfirieron. Simplemente, pusieron ante mí sus amorosas enseñanzas y, luego, se apartaron rápidamente para que cualquier decisión que tomara fuera exclusivamente mía. Se acercaron sin ninguna muestra de compasión ni de simpatía, y luego se fueron sin mostrar preocupación alguna. Me ofrecieron lo que necesitaba, pero no pidieron nada a cambio….”
El proceso de la presencia. Michael Brown.
¡Un beso!
Muchísimas gracias Elena, por enriquecer con tu experiencia personal y con esta detallada aportación de Michael Brown, lo que significa esta dolorosa vivencia.
EliminarUn abrazo